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Viaje a la semilla

Una lectura de Pequeño fracaso, de Gary Shteyngart, traducido por Eduardo Jordá (Libros del Asteroide).

Por Patricio Pron.

Gary Shteyngart tiene veinticuatro años cuando tropieza en la librería neoyorquina The Strand con un libro de fotografías de San Petersburgo, la ciudad en la que vivió cuando ésta se llamaba Leningrado y él, Igor Semiónovich. La inmersión en el pasado que resulta de ese descubrimiento podría parecer, en cierto sentido, una fuga: Shteyngart se está quedando calvo, tiene un trabajo anodino que “exige unos treinta minutos de dedicación al año, en su mayor parte destinados a corregir las pruebas de los folletos que enseñaban a los rusos recién llegados las maravillas del uso del desodorante”, debe cinco mil dólares a su banco, trabaja desde hace años en una novela absurdamente titulada “Las pirámides de Praga” y es casi virgen y prácticamente alcohólico; es, en resumen, el “pequeño fracaso” en el que sus padres sabían que se convertiría desde hace años.

 

Sin embargo, el viaje “a la semilla” iniciado por Shteyngart allí y entonces (y terminado aquí y ahora, en este libro que publica la española Libros del Asteroide en la elegante traducción de Eduardo Jordá) no tiene para ofrecer ningún refugio, ya que el pasado no ha sido un sitio mejor. Shteyngart ha sido un niño enfermizo y temeroso desde su nacimiento, víctima frecuente de terribles ataques de asma para los que la medicina soviética sólo conocía una solución, las cataplasmas (cuando, pocos días después de su nacimiento, su madre consultó a una enfermera porque estornudaba mucho, esta sólo pudo recomendarle que le dijera “Jesús”), y centro neurálgico de un matrimonio escasamente avenido cuya figura central es (para el narrador, aunque el lector comprende rápidamente que el personaje más importante de este libro es la encantadora, a menudo irritante madre) un padre ingeniero que le contaba historias pero también se volvía contra él a menudo, golpeándolo frecuentemente.

Shteyngart encontró refugio en los libros, los ajenos (El maravilloso viaje de Nils Holgersson de Selma Lagerlöf especialmente), pero también en los propios cuando su abuela Galia, que había sido periodista, sobornó al pequeño Igor para que escribiese con lo único de lo que disponía: “Por cada página que escribas, te daré un trocito de queso. Y por cada capítulo que termines, te haré un sándwich con mantequilla y queso”, le dijo. Un niño famélico terminaba y comenzaba un escritor.

A la novela Lenin y el ganso mágico le siguió Vladímir Ilich Lenin conquista Andrómeda, pero también la huída con sus padres a los Estados Unidos en 1979 (“Llegar a América después de haber pasado toda la infancia en la Unión Soviética es algo muy parecido a caerse en un acantilado monocromático y aterrizar en una piscina en tecnicolor”), las primeras experiencias estadounidenses (que incluyeron un desusado amor por las cajas de cereales, la amistad de una niña tuerta, la dificultosa convivencia en un piso de sólo una habitación de toda la familia, incluyendo un violento abuelastro alcohólico apodado “Goebbels” por sus amigos, las humillaciones en el colegio judío al que los padres, necesitados de hacerse con una identidad nueva y un nuevo colectivo al que pertenecer, lo enviaron pese a sus protestas, una circuncisión forzosa, la visita al cine de padre e hijo para, por error, terminar viendo Emmanuelle, etcétera). En el centro, siempre, la literatura como refugio: cuando tenía aproximadamente doce años de edad, Shteyngart escribió una especie de space opera titulada El desafio (sic) en la que judíos, árabes y latinos se enfrentaban por la posesión de un planeta llamado Atlanta (ganaban los judíos, naturalmente) y una parodia de los textos escolares denominada “La Ñorá” (“Primero no había nada, sólo un chicle Hubba Bubba. Y el chicle explotó y se formó la tierra. Y el azúcar del chicle se convirtió en polvo. Y una pastilla de edulcorante Nutra Sweet se convirtió en hombre”), y ambas lo convirtieron en uno de los niños más populares del colegio; todo lo cual no parece haberle servido de mucho cuando, en The Strand, años después, el narrador echa involuntariamente, y por fin, una vista al pasado.

¿Qué convierte a alguien en un escritor? La pregunta sólo puede ser respondida de forma parcial y atendiendo a cada caso de forma individualizada. En el de Shteyngart, el origen parece haber estado en los trozos de queso y el amor de su abuela materna, así como en la extranjería, en la confrontación con unos Estados Unidos que se debatían entre la ligereza y el optimismo y el terror nuclear y en las muchas distracciones y desvíos del camino que el autor de Una súper triste historia de amor verdadero recorrió y que incluyeron un instituto para “genios de las matemáticas”, una universidad liberal en la que era posible asistir completamente colgado a un “curso de introducción a los Beatles” dado por alguien tan colgado como sus alumnos (“el Oberlin College se fundó en 1833 con la finalidad de que la gente que no había podido encontrar el amor –los tullidos emocionales y los hombres elefante de todo el mundo– pudieran por fin encontrarlo”, admite el autor), algunas novias (incluyendo una que acabaría intentando cometer un asesinato), un trío amoroso y kilogramos de marihuana fumada en soledad y en compañía; también la generosidad del escritor Chang Rae-Lee, que consiguió al joven Shteyngart su primer contrato de publicación.

Aunque Pequeño fracaso es la historia de la transformación del niño soviético Igor Semiónovich Shteyngart en el escritor estadounidense de (casi) el mismo nombre, también es la historia de la comprensión de un incidente casi banal vivido en la infancia y recordado, fulminantemente, en The Strand años después, un canto de amor a la ciudad de Nueva York y la historia de un puñado de personas que cambió de bando en el momento más álgido de la Guerra Fría (“A nosotros, los judíos soviéticos, nos invitaron a la fiesta equivocada”, reconoce el autor), a pesar de lo cual no es una historia triste ni demasiado seria, ya que, según Shteyngart, “la gente que cree que la literatura debe ser una cosa muy seria […] es malévola (en el mejor de los casos) o claramente antisemita (en el peor de los casos)”. (Naturalmente, de ser esto cierto, es posible que buena parte de la literatura española contemporánea lo sea.) Pequeño fracaso es, finalmente, un libro conmovedor y muy hermoso de uno de los mejores escritores de su generación.

* Lo que está y no se usa nos fulminará es el producto del diario de lecturas que Patricio Pron lleva desde el año 2003. Al no estar destinados específicamente para su publicación, los ensayos breves y reseñas escritos allí por su autor suelen permanecer inéditos, pero “lo que está y no se usa nos fulminará”, así que Eterna Cadencia publica mensualmente las notas tomadas tras la lectura del que el escritor argentino considere el libro reciente más estimulante publicado en España o de circulación en ese país (Pron vive en Madrid desde 2008), con especial énfasis en lo que significa leer la literatura argentina “desde afuera”. Más información en: patriciopron.com.

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