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Por más y mejor ficción

En Hambre de realidad. Un manifiesto (Círculo de Tiza; traducción de Martín Schifino, edición al cuidado de Giselle Etcheverry Walker), David Shields considera que la originalidad está siendo desplazada por la imitación de “la realidad” como valor absoluto de la producción literaria. El análisis de este ensayo, que influyó sobre autores como Knausgård, Coetzee, Lydia Davis y Zadie Smith.

Por Patricio Pron.

“Desde el principio de los tiempos, todos los movimientos artísticos han tratado de incorporar en la obra de arte la mayor cantidad posible de aquello que el artista considera real”, escribe el ensayista estadounidense David Shields (Los Ángeles, 1956), autor de unos quince libros (entre ellos un finalista del National Book Critics Circle Award, Black Planet), beneficiario de una beca Guggenheim y de dos becas del National Endowment for the Arts, colaborador de The New York Times Magazine, Harper’s, Esquire, Village Voice, Slate, McSweeney’s, Believer y otros.

 

En Hambre de realidad, su importante ensayo de 2010 traducido (por fin) al español [aunque aún no se consigue en Argentina], Shields se propone «escribir el ars poetica de una multitud de formas y medios –ensayo lírico, poema en prosa, novela, collage, arte visual, cine, televisión, radio, performance art, rap, comedia, grafiti– cuyas obras recortan trozos cada vez mayores de ‘realidad’». Lo hace (y esto es lo más interesante de todo) mediante un collage de párrafos breves y brevísimos, en su mayor parte citas sin atribución. La forma es novedosa (si bien las prácticas de apropiación no lo son, en un momento en el cual, como sostiene Kenneth Goldsmith, “No asistimos al fin de la expresión, sino de la obsesión con que sea tuya”). El contenido carece deliberadamente de novedad: pero en eso consiste todo, ya que la tesis de Shields es que la originalidad está siendo desplazada por la imitación de “la realidad” como valor absoluto de la producción literaria.

Varias decenas de productos artísticos y culturales de todo tipo parecen darle la razón: los filmes Borat y Superstar de Todd Haynes, la serie Curb Your Enthusiasm, el karaoke, el montaje cinematográfico, los reality shows, el apropiacionismo musical bajo la forma de mashup y sample en el hip hop y en el rap, Una historia conmovedora, asombrosa y genial de Dave Eggers, el enfrentamiento entre James Frey y Oprah Winfrey, Jennicam, el grupo Dogma 95 y los últimos filmes de Michael Winterbottom, la producción de Sophie Calle, los biopics, la fotografía, el cinema verité, la imitación de Sarah Palin por parte de Tina Fey, la realidad aumentada, la fan fiction, el remix, el interés social por las memorias, etcétera; otros, que el autor desconoce, también parecen ratificar su hipótesis: el biodrama, las novelas de “no ficción” de Javier Cercas, Limónov de Emmanuel Carrère, ¿Cómo debería ser una persona? de Sheila Heti, los libros de Pablo Katchadjian, Mi lucha de Karl Ove Knausgaard, la recreación por parte de Danger Mouse de todo el Álbum blanco de los Beatles, la pieza “Trilhas Sonoras de Amor Perdidas” de la Sutil Companhia de Teatro de Felipe Hirsch, la autoficción, el auge de la comida “orgánica” (y, por consiguiente, más “real” que la producida industrialmente) y demás.

Al margen de que los fenómenos mencionados corresponden a períodos históricos distintos y, por lo tanto, deberían ser evaluados de forma independiente (por el caso, y si bien es verdad que la fotografía fue considerada en el momento de su creación una tecnología de representación más “veraz” que, por ejemplo, la pintura, el auge de los libros de fotografía en las últimas décadas no parece vinculado con su supuesta “veracidad” sino con la aceptación del lugar común de que la fotografía también supone la manipulación de lo real y es, por lo tanto, “artística”), el problema de Hambre de realidad está todo en su primera frase. ¿Qué significa “desde el principio de los tiempos” en materia de literatura? ¿Cuáles son “todos los movimientos artísticos”? ¿Qué movimientos son? ¿A qué consideramos “real” en literatura? ¿Acaso el surrealismo o el dadaísmo aspiraron a esa “realidad”? En este último caso, parece difícil creerlo.

Incluso si su tesis central fuese cierta, y nos encontrásemos efectivamente (y como todo parece indicar) ante un auge de la demanda de “realidad” por parte de las audiencias de productos artísticos, el problema radica en que Shields no consigue explicar a qué se debería ese auge. ¿A un cansancio cultural frente a las formas convencionales de la ficción? ¿Al borramiento de los límites entre “ficción” y “no ficción” en entornos cada vez más virtuales? ¿A las secuelas del atentado del 11 de septiembre de 2001 y su impacto en la conciencia global? ¿A la labilidad de la construcción de identidades en redes sociales? ¿A la “incurable creencia estadounidense de que hay una oposición entre la realidad y la mente, y de que uno debe tomar partido por la realidad”? ¿Al hecho de que, como sostiene Andrew O’Hehir y se apropia Shields, “Nuestra cultura está obsesionada con los sucesos reales porque rara vez vemos alguno”?

Shields no lo explica. En contrapartida, se entretiene y se dispersa (dispersando la atención del lector, aunque no necesariamente entreteniéndolo) abordando cuestiones marginales para su tesis central, refutando la importancia de la novela y la autenticidad de las memorias, haciendo una defensa del ensayo lírico, del así llamado “microrrelato” y de los libros de cuentos interconectados, dando cuenta del carácter autobiográfico de toda producción intelectual, narrando sus comienzos como escritor, alabando la contradicción y la incertidumbre, etcétera.

La alabanza de la contradicción no carece de importancia en este contexto, sin embargo. Shields se contradice al sostener, por una parte, que existe un “hambre de realidad” en la cultura contemporánea, y, por otra, que no hay diferencia entre ficción y no ficción: "«Ficción / no ficción» es una distinción completamente inútil", sostiene, en cuyo caso no queda en absoluto claro por qué, según el autor, nuestra cultura preferiría una cosa por encima de la otra. Si, por ejemplo, “es un error pensar que las memorias son obras de no ficción”, ¿de qué forma el interés por ellas sería una manifestación del “hambre de realidad”? Si “ya no existe la ficción o la no ficción como tal; existe sólo la narración”, ¿de qué estamos hablando aquí en cualquier caso? El escritor estadounidense James Frey fue repudiado por buena parte de sus lectores y del negocio literario después de que se descubriese que había manipulado y exagerado buena parte de los hechos de una narrativa que sus editores habían presentado como una “memoria”; para Shields, “¿Qué más da si Frey pasó en la cárcel las pocas noches sobre las que escribe en su libro? La sentencia falsa era sólo un dispositivo para transmitir un estado de ánimo, una situación plausible en la que enmarcar su sufrimiento”. El problema es que, si hay “hambre de realidad”, eso es precisamente lo más importante de todo, el saber cuánto había de mentira en la historia de Frey.

Entre los muchos defectos de Hambre de realidad se cuentan una concepción ingenuamente lineal de la “evolución” artística, un apego excesivo a la intencionalidad del autor para determinar el significado de su obra (cuando es evidente que ese significado depende en mayor medida del uso social que se dé a su producción), la dificultad de su autor por considerar el carácter histórico y socialmente construido de la nociones de “realidad” y “ficción”, su desinterés por la naturaleza política de esa distinción (“las anticuadas minucias de los estratos sociales”, dice, como si los Estados Unidos hubiesen dejado atrás su naturaleza de sociedad de clases), el provincianismo de sus referencias (exclusivamente estadounidenses) y un cierto amor por las tautologías (todo texto es autobiográfico, “Es mucho más importante ser uno mismo que otra cosa”; “Si estás solo te perteneces por completo”, etcétera).

A pesar de ello, Hambre de realidad es un libro importante y necesario, como han afirmado autores tan distintos como Karl Ove Knausgård, James Wood, Luc Sante, Jonathan Safran Foer, Lydia Davis, Jonathan Lethem, Zadie Smith y J.M. Coetzee. Su importancia se deriva de las preguntas que formula, incluso aunque no las responda de forma adecuada, y de la necesidad, que me parece evidente, de poner en entredicho el sistema convencional de los géneros literarios, que es (aunque esto Shields no lo diga de esta manera) el trasunto de convenciones sociales y hábitos que también deben ser puestos en cuestión. Hambre de realidad tiene el mérito innegable de invitar a una discusión pendiente aún acerca del plagio, la apropiación, la originalidad y la ortodoxia novelística, de la que David Shields no es el único harto.

Este equivalente literario del influyente Paul’s Boutique de Beastie Boys ha sido, también, muy influyente, al punto de que la producción literaria de vanguardia de los últimos años no se puede concebir al margen de las preguntas que realiza y las respuestas que propone su “autor”. Contra lo que se ha dicho a menudo, no es una refutación de la novela y/o de la ficción, como algunos han visto, sino su defensa. Allí donde Shields sostiene que “las novelas que me gustan no dan indicios de ser novelas” (lo cual, por cierto, no significa que por esa razón tengan una mayor relación con la “realidad”), el autor no rechaza la ficción, sino un tipo de ficción que, en nombre de las convenciones (y en no menor medida con la pretensión de satisfacer al mercado), no ha renovado el repertorio de sus formas de simulación de lo real. “Érase una vez lectores a los que no les importará el nombre que se dé a la literatura imaginativa y la leerán por su pasión, su potencia intelectual y su originalidad formal”, nos cuenta Shields. En ese sentido, su “manifiesto” es a favor de una mejor literatura, no de su desaparición, y por esa razón se le debería prestar una atención particular también en Argentina.

* Lo que está y no se usa nos fulminará es el producto del diario de lecturas que Patricio Pron lleva desde el año 2003. Al no estar destinados específicamente para su publicación, los ensayos breves y reseñas escritos allí por su autor suelen permanecer inéditos, pero “lo que está y no se usa nos fulminará”, así que Eterna Cadencia publica mensualmente las notas tomadas tras la lectura del que el escritor argentino considere el libro reciente más estimulante publicado en España o de circulación en ese país (Pron vive en Madrid desde 2008), con especial énfasis en lo que significa leer la literatura argentina “desde afuera”. Más información en: www.patriciopron.com.

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