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Velocidad crucero

Una lectura de Sobre la felicidad a ultranza (Periférica), del italiano Ugo Cornia, Premio Bérgamo de novela, con quien conversamos acerca de la escritura.

Por Valeria Tentoni. Traducción del italiano María Susana Triocci.

Publicado originalmente en 1999, Sobre la felicidad a ultranza es el primer libro de Ugo Cornia (Módena, 1965), quien luego escribiría otros como Roma La historia de mi tía. Este tomo llega a Argentina con traducción de Francisco de Julio Carrobles, en edición de Periférica; en ese catálogo también se consigue, por caso, obra de Gianni Celati. Vinculados ambos italianos por la crítica, Cornia comenzó, en efecto, publicando sus cuentos en la revista que el autor de Vidas erráticas dirigía junto a Ermanno Cavazzoni.

La historia de Ugo, el hombre que entra en el río de su propia vida y parece narrarla como quien tiene el agua a las rodillas y la cabeza al sol, obtuvo el Premio Bérgamo, que le fuera entregado en una ceremonia en la que Claudio Magris ofreció una lectio magistralis. También este año llegó a Argentina, vía cargamento europeo, libro suyo –exquisito: El conde y otros relatos, no ya por Periférica sino por Sexto Piso–. Maravillosa invasión de libros de ese país en el que se habla cantando.

Sobre la felicidad a ultranza es un libro simple y hermoso, cosa muy difícil de lograr, como todos sabemos. Una larga cantata alegre de pensamientos que se vuelcan en la cabeza de un hombre que pierde a su tía, a su madre, a su padre, a sus novias y hasta a sí mismo, al tiempo que retiene de todos algo para avanzar hacia el futuro. Un mausoleo que es posible desde esta sentencia: “El que es libre está capacitado para inventarse sus festividades, solo tiene que esperar a que se le ocurran”. A Ugo, parecería, se le ha ocurrido que la vida, completa, con todos sus muertos (a los que no consigue tutear), es la navidad que agita mejor su fe. Y entonces enciende las lucecitas y las observa titilar: “El universo es en su totalidad un inmenso cementerio del que nosotros somos la capa exterior”.

“El mundo es libre de ir donde quiera, exactamente igual que yo soy libre de ir donde quiera”, leemos. También: "Es bueno saber que el mundo no va a existir siempre, y que tampoco debe existir siempre, porque nadie le debe nada a nadie, y que las cosas pueden existir de vez en cuando, cuando suceden". Atento a las apariciones intermitentes de la belleza, Cornia levantó y capturó un tono, una manera, o eso estamos tentados de creer; la canción de los almuerzos italianos, la velocidad de las historias que se narran en esos rings. ¿Sobre qué trata el libro, al que algunos llaman novela? Sobre estar vivo mientras los demás ya no, quizás, pero a la vez sería un equívoco, porque definitivamente no es un libro triste y decir algo así conduciría a pensar algo asá. Según se advierte al comienzo, es una “crónica bastante fiel de unos años sumamente penosos, y pese a todo bonitos”. Pero bien, uno no le pide a un río que llegue a ninguna parte cuando se quiere bañar en él. Le pide, apenas, que corra, para que el agua sea limpia. A dónde llega no es problema, mientras tanto, del bañista; si el agua corre hacia un lago o enfila hacia la catástrofe acuosa de un acantilado, al bañista no le importa. Le alcanza con que el agua corra, para que esté limpia.

Encontramos al autor y le hicimos tres preguntas breves que compartimos:

a

—En el libro, el narrador avanza en cantidad de reflexiones sobre la vida, el amor, la muerte. Escrbir, para vos, que sos Licenciado en Filosofía, ¿es un modo de pensar? ¿Para qué se escribe? ¿Para encontrar qué cosa?

—No sé, exactamente, por qué se escribe. En un momento determinado pasa por mi cabeza alguna cosa y me dan ganas de escribirla, y entonces la escribo. No creo en las novelas clásicas y me parece un esfuerzo desagarrador escribirlas. Considero que no estoy a la altura de pensar una novela. Me gusta que la escritura vaya a donde vaya. Sí es cierto que quizás, mientras uno escribe, piensa, pero no de una manera mejor que cuando se piensa y ya, porque mientras se escribe las cosas van en un sentido que es el propio de la escritura. Mientras se discute con alguien se piensa de una manera, mientras piensas, piensas de todos modos de otra forma, y mientras se escribe se piensa de otro modo todavía. Por lo tanto, yo, mientras escribo no pienso demasiado en un sentido reflexivo; la cabeza va en esos casos a su velocidad particular. Pero luego claro, hace treinta años que leo desde la filosofía y por lo tanto es un elemento importante en mi vida mientras hago tantas otras cosas que, seguramente, también lo es mientras escribo.

—En una entrevista hablás acerca de tus almuerzos familiares, las visitas, y las historias que allí se contaban; ¿Sobre la felicidad a ultranza viene de esas conversaciones, de escuchar esas anécdotas?

—No sé, con certeza, si estas cosas vienen de esos almuerzos… No usaría esa expresión. Todo viene del hecho de que había mucha gente a mi alrededor, en su mayoría centrada en dos casas; una en Módena y la otra en la montaña, en los Apeninos. En cierto momento estas personas murieron, como es natural, y las dos casas quedaron prácticamente vacías. Toda esa vida pasada sigue volviendo, me regresa allá, porque es mi vida, y yo soy, como le sucede a todo el mundo, el entrelazamiento de esa experiencia.

—No hay una trama aquí, sino, más bien, un río en la vida del narrador. ¿Lo pensaste como novela, te interesaba inscribirlo en algún género o la pregunta por el género no te preocupa?           

—Yo no consigo dominar una trama en mi cabeza, porque las cosas que nos importan verdaderamente y que se mueven, porque se mueven y se trasladan y pasan de tantas maneras no son fáciles de enhebrar en una trama sin enjaularlas ni detenerlas. Las cosas tienen miles de piernas y van de aquí para allá, como les parece, no siguen una dirección preestablecida. No logro pensar según un género standard, como por ejemplo un policial. En un policial la muerte tiene siempre alguna explicación; uno que te odia, uno que te quiere robar dinero, etc, si no existiese el que te odia y quiere asesinarte vos podrías avanzar eternamente. Por otra parte, en el hecho de que se muere, qué lógica hay sino precisamente en el hecho de que todos morimos. Morimos y basta. Somos limitados. Y, a la inversa, una tarde yo me voy a dar un paseo, camino por ahí, sin ningún motivo en particular, porque está lindo el día, porque no tengo que trabajar, tal vez vaya a comprar cigarrillos y después siga paseando, me encuentre con un amigo, llame a una amiga por teléfono, etcétera. Vuelva a mi casa después de unas cuatro horas, porque así se de. Cierto que si tenés que trabajar volvés a casa rápidamente. Escribir me parece una cosa un poco así.

 

 

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