Todos quieren mi montaña
Jueves 12 de febrero de 2015
Una lectura de En el bosque, la segunda novela de Katie Kitamura, traducida al español por Editorial Sexto Piso.
Por Valeria Tentoni.
La montaña, inmóvil por tanto tiempo, de repente le recuerda a toda la gente del lugar que es, en verdad, un volcán. Mientras la lava brota y la ceniza sepulta durante días las plantaciones, los animales y las casas, aniquila los peces del río y asfixia a los incautos, hay otra fuerza supurando lo que ha retenido como epicentro de fuego durante años: los nativos comienzan la rebelión contra los colonos blancos. Entre los últimos, los habitantes de la granja en la que Tom vive a la sombra de su padre (donde ser hombre es igual a ser propietario) como futuro heredero. Son dos ñandúes trenzándose, bestias sordas al colapso del mundo que conocían.
—Dígame, ¿ha oído hablar de unos pájaros llamados ñandús?
Tom sacude la cabeza, mudo de pavor. El soldado sonríe.
—¿No? Son pájaros grandes…, demasiado grandes para volar. Se congregan en el suelo, sin nada que hacer. Imagine…, tantos pájaros en el suelo y ninguno es capaz de volar. No hay tierra suficiente para tantos pájaros.
El coronel arquea una ceja, cómicamente.
—Tienen que hacer algo para matar el tiempo. Tienen que encontrar una forma de mantenerse ocupados. Un juego.
Hace una pausa. Sacude un dedo hacia Tom y adopta un tono bajo, de confidencia.
—Los machos tienen un juego. Despejan un sitio grande y, después, dos machos entrelazan sus cuellos. Giran en círculos con los cuellos entrelazados. Giran cada vez más deprisa, hasta que uno de los dos se marea y se suelta. El que se marea es el perdedor. El que se suelta primero. Así matan el tiempo.
Hay una mujer, también colonizada (la ocupará inclusive un vástago de plomo, desde adentro, caballo de Troya), a la que los hombres-propietarios dan trato de cosa, de res semoviente. Ella y la granja componen el total del acervo por el que espiralan sus cuellos.
Katie Kitamura nació en California en 1979, es hija de padres japoneses y vive en Nueva York. Es joven, sí, pero además empezó a escribir relativamente tarde, a sus veinticinco, mientras cursaba un PhD en Literatura Americana. Quizás ese retraso la volvió más precisa. En el bosque, dice Siri Hustvedt en la contratapa, es una novela urgente. Pero no ha sido escrita con urgencia. Mejor que decir “urgencia” (no estoy muy segura de entender del todo a cuento de qué instala ese adjetivo entre “desnuda” y “hermosa” para describir la novela Hustvedt, en realidad), podríamos decir no ha sido escrita con apuro. Hay un trabajo paciente ahí, que no produce sin embargo una escritura tersa y uniforme, sino un caudal de audacia también vulcánica en los renglones que completa Kitamura. Pero son borbotones controlados, si cabe presentarlo así. La escritura con la que se nos dirige sorprende por su sensualidad, por ciertos golpes inesperados de belleza. “Estaba especialmente interesada en tratar de convertir algunas de las oraciones en más raras de lo que necesitaban ser. De introducir en el texto ciertas líneas que fueran extrañas en algún sentido. Parto las oraciones a la mitad. Trato de crear un flujo en la prosa y después insertar una línea que lo quiebre”, explicó a Guernica Mag.
El primer golpe de esa sensualidad aparece en una escena en la que se describe cómo la mujer se lleva a la boca un trozo de pescado entre los dos hombres. La mujer es el deseo, la presa, y su historia es demoledora y vital para la novela, pero el foco está puesto en estos dos, padre e hijo. Lo masculino ocupa un gran espacio aquí y lo hacía ya en The Longshot, su ópera prima. “No todo es acerca de condenar a los hombres. Siento mucha empatía por el peso que ellos tienen que cargar para cumplir con ciertos roles arquetípicos”, dijo. Kitamura explicó que le interesa, además, desmantelar la distinción entre escritura femenina y masculina.
Situada en ningún lugar específico, la autora se documentó para escribir este universo colonial investigando la historia de Kenya y Zimbabwe, en cuanto a los aspectos geográficos, y la de Argentina en cuanto a los culturales. En efecto, hay algo para un lector local que retumba de modo familiar en la lógica terrateniente que se narra.
Dicen que lo verdaderamente difícil de escribir no es la primera sino la segunda novela, y esta es un diamante. Mientras el desastre natural celebra su turno, el desastre relacional y de dominación entre estos personajes no se suspende: la confluencia de esos dos ríos produce una corriente violenta que arrastra al lector hasta el final.