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Poder decir adios

A un año de la muerte de Gustavo Cerati, se publicó Cerati. La biografía, de Juan Morris (Sudamericana).

Por Irina Ponti.

ceratEmpecemos por lo que tiene de malo porque así ya está, ya pasó, ya nos lo sacamos de encima y podemos hablar de las sensaciones e ideas que produce leer Cerati, la biografía que el periodista Juan Morris publicó en Sudamericana.

El texto fluye, pero por momentos se pone muy desprolijo, tiene repeticiones y redundancias —no lo chequeé, pero tengo la impresión de que repite frases completas palabra por palabra— que le sacan intensidad. Además hay ciertos hechos que conforman el mito Cerati que se mencionan muy superficialmente. Por ejemplo, cuando MTV le dio a Soda Stereo el premio a la trayectoria. Cerati, Bosio y Alberti llevaban años separados, MTV los vuelve a reunir y Morris se limita a transcribir el video que está en YouTube. Si te tomás cuatro años y medio para armar este libro, lo mínimo que espero es que me cuentes qué pasó tras bambalinas en ese encuentro. Quiero decir: se vuelve muy elíptico. Hay temas como la política, la droga, la ambigüedad sexual, la guerra de egos, que se pierden en la bruma. El tercer problema, y freno acá pero podría incluir dos o tres más, es que el devenir de Cerati en el libro parece determinado por una relación causa-efecto demasiado controlada, demasiado consciente.

 

El libro salió hace unas semanas, coincidiendo con la fecha de cumpleaños de Cerati; hoy —viernes 4 de septiembre— se cumple un año de su muerte. Es bien sabido que Benito, el hijo mayor de Cerati, estuvo muy enojado con esta biografía. Dijo que carecía de veracidad, tenía imprecisiones, que era muy subjetiva… Qué sé yo. Los deudos siempre tienen una relación conflictiva con esta clase de libros. Lo cierto es que no parece este ser un libro “impreciso”. Está bien construido, hay conexiones entre temas, está balanceado y la pericia de Morris le da una pátina de veracidad a cada dato.

Morris es inteligente, escribe con fibra. Entiende que el lector modelo para este libro (gracias Lamberti, te robé la frase) es fan de Cerati. No se detiene en hechos superfluos ni se hace el canchero cuando mete un dato que hasta ahora era desconocido. Pero, sobre todo, hace algo genial: tira datos como miguitas de pan que van marcando el rastro hasta las canciones. No te arruina el chiste. No te dice que "Picnic en el 4°B" es por el departamento en el que se mudó con una novia, por ejemplo, pero sí te cuenta que se mudó con ella a un 4°B. En lugar de mostrarse como un erudito —postura típica del periodista-fan—, Morris deja puntos suspensivos para que vos los completes.

Por otro lado, es muy claro que Morris se siente más cómodo hablando de música, de los momentos de composición y de discusiones estéticas, antes que de chimentos. Cerati era un perfeccionista obsesivo y Morris lo muestra con lupa. Es ¡im-po-si-ble! no poner las canciones en Spotify mientras explica cómo las hizo. Es la biografía de un músico con mucha música.

Encerrado en Unísono, empezó a trabajar a partir de pedazos de canciones de artistas como Ney Matogrosso, Todd Rundgren y Yes. Una de las primeras cosas que hizo fue samplear un fragmento de una canción de Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll y en el Live, el programa que usaba para componer las canciones, construyó el demo brumoso de una canción que llamó “He visto a Lucy” y a la que tiñó de un clima de psicodelia beatle.

Para otra a la que puso “Cactus”, buscó en su computadora las grabaciones de unos bombos legüeros que le había quedado de las grabaciones de Domingo Cura para Siempre es hoy y empezó a samplearlas en el Live. El track se desplegaba como un paisaje luminoso y en calma sobre el que de pronto empieza a desencadenarse una transformación, el big bang de una tormenta, dentro de ese clima el bombo suena como un latido de oscuridad debajo de la tierra, como algo ancestral.

Para quienes crecimos en los noventa, Soda Stereo fue la banda de sonido de la adolescencia. Grupos como Virus, Los abuelos de la nada o Miguel Mateos/Zas, si bien estaban en el ambiente, sonaban como el eco de la década anterior. Ese espíritu se cuela —voluntaria o involuntariamente— en el libro. Gustavo Cerati está tan adelante que deja fuera de foco al resto de los músicos. Charly García, Luis Alberto Spinetta (que tiene una anécdota tremendamente dulce cuando Cerati le covereó “Bajan”; páginas 171 y 172 si quieren leerla de parado en la librería), Shakira o Stuart Copeland aparecen como estrellas invitadas en un show unipersonal. Incluso Zeta Bosio y Charly Alberti satelitan alrededor del sol. Es una pena que no hayan sido entrevistados para el libro.

El capítulo final cuenta los últimos días en la clínica Alcla, Cerati en coma. La narración se ralentiza, se hace larga, como si Morris no quisiera terminarlo. Yo tampoco. Es que durante esas trescientas y pico de páginas, Cerati está de nuevo vivo.

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