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Los límites del humor

Sergio Langer lleva la sátira al extremo para reconocer su propia identidad en Judíos (Planeta).

Por Mónica Yemayel.

«Hay quienes lo definen como un historietista de culto y, aunque él jura no saber muy bien qué significa eso, recuerda que fue la salida elegante que usaron algunas editoriales para rechazar sus libros: “Usted es un autor de culto pero, lo siento, historietistas ya tenemos”. Hay quienes dicen, también, que es un doble espía porque publica en un medio muy masivo y popular -Clarín- y en otro emblemáticamente alternativo: Barcelona, la paródica y desbordada revista donde el sexo y la sátira política son contenido explícito.»

Así comenzaba un perfil que le hice a Sergio Langer en 2011. Ahora, publicado por Planeta, su nuevo libro, Judíos, viene a reparar aquellas decisiones editoriales en un tomo de más de trescientas cincuenta páginas que son, también, noches de sueños e insomnio. El autor suele corregir una página por día, desde que cae el sol y hasta que vuelve a salir.

 

Los sueños de Langer -a veces demorados, o suspendidos, nunca muertos, siempre ingobernables- son la fuerza que activa esos horrendos trazos descarriados que iluminan sus dibujos y revelan las ideas de un hombre que, aunque para crear se sumerja en el más profundo de los pozos ciegos, desearía que el tema del mundo fuera el aroma de los jazmines y no la injusticia y la intolerancia en cada una de sus escurridizas y perversas formas. “Tal vez, sea un boludo soñador o un boludo pacifista, pensaba, es bíblico: un pedazo de tierra para dos pueblos”. Es agosto de 2014 y, mientras Langer escribe el prólogo del libro, el ejército israelí bombardea la Franja de Gaza y caen sobre Israel los misiles de Hamás. Cada nuevo muerto -la mayoría palestinos civiles- agudiza la polarización de las posiciones frente al conflicto. En ese clima de posiciones irreconciliables, tal vez pensando que la publicación de Judíos podría demorarse más de lo deseado, Langer escribió: «Nunca sentí que los palestinos fuesen mis enemigos. Nunca pensé que ser judío fuera, básicamente, no ser uno de los otros, de los cualquiera, de los que andan por ahí.»

Dice que no era su idea hacer un libro sobre judíos. Pero estaba tan a la vista; el resultado de una carrera de casi cuatro décadas. Su infancia -trágica y envolventemente judía- marcó el recorrido de su trabajo plagado de sobrevivientes del Holocausto, obispos pedófilos, madres fachistas, niños bombas palestinos, judíos de country, y militares travestidos. Muchas de las historietas, dibujos y viñetas de Judíos fueron publicados en diarios y revistas, locales y extranjeros; otras, Langer las hizo para él, sin pensar que serían publicadas alguna vez. “Si Judíos tiene un mérito es el de mezclar y tirar todo en la mesa de saldos: hay variedad de shmates, delicados tejidos de algodón, sedas bordadas, rollos de liera, polar berreta...”

Judíos comienza con una historia que protagonizan la madre de Langer, a quien está dedicado el libro, y él. El chico de ocho años quiere saber qué hubiese pasado si el Holocausto no hubiera existido; si ella no hubiera escapado hacia Argentina, ¿él hubiese nacido igual? «Si fueras capaz de cambiar el destino, ¿salvarías a los seis millones de judíos o a la familia que armaste acá?», pregunta el nene. Harta, desesperada, la madre le responde: «Basta, me tenés podrida. Andá a dibujar y no me tortures más!» El nene obedece y dibuja una historieta, «La vida es bella». Diez cuadros radicales, con la historia contada al revés: ciudadanos alemanes repudiando actos racistas, judíos donando sus fortunas para organizar la defensa, el Papa Pío XII exigiendo la libertad de los judíos, las industrias alemanas renunciando a la mano de obra esclava. Al pie de cada cuadro de la historieta, un tren negro avanza por el campo en medio de la oscuridad; en los globos de diálogos que se escurren por las ventanas se leen las típicas frases de consuelo que inventan las madres («vamos a un lugar muy lindo, mi amor») para hijos que no les creen («tengo miedo mamá»).

En 2006, Langer fue acusado de antisemita por una viñeta publicada en Barcelona durante la invasión israelí al Líbano. El dibujo mostraba a dos judíos ortodoxos en medio de un baño destrozado: «¡Joder, hagan algo! ¡Esos hijoputas me han lanzado un katiusha y me han destrozado el water y el hidromasaje», decía uno. El otro contestaba: «Pues ya mismo bombardearemos Gaza, Beirut, los aeropuertos, las refinerías, las autopistas y arrasaremos con el parlamento».

¿Lo acusarán de antisemita una vez más? ¿Será Judíos el blanco ideal para los críticos de la tradición Charlie Hebdo? Mientras terminaba de revisar las galeras del libro, doce integrantes de la legendaria revista satírica francesa eran asesinados por fundamentalistas islámicos. Langer, que se reconoce en esa línea, que reniega de los límites de cualquier género, que sólo se inclina ante lo degenerado, escribió en el prólogo unas líneas finales, un manifiesto breve y cursi y bello, con sus sensaciones durante aquel enero triste: «Tal vez sea un boludo soñador o un boludo pacifista, pienso, es recurrente. En un mundo sin horror el humor podría referirse, por ejemplo, al amor, a la soledad o al perfume blanco de los jazmines en una noche de diciembre. Mientras tanto, los límites del humor son los mismos que los límites del horror. Ninguno.»

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  • Corrida del margen: Una lectura de La Frontera Imposible. Israel-Palestina, de Sonia Budassi (Marea Editorial)

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