La era de Wilcock
Martes 30 de junio de 2015
"El caos, de JR Wilcock, es el hermano reaparecido y bastardo de nuestro libro universal; es el siamés gótico, barroco y emplumado de Ficciones".
Por Edgardo Scott.
¿Qué es un acontecimiento literario? Acaso como cualquiera, nuestra literatura ve pasar de manera incesante la novedad, con sus picos y sus llanos, con sus módicos prestigios y omisiones, y en esa cinta mecánica lo indispensable se iguala o se confunde con todo lo demás. Entonces se reedita El caos, de Wilcock (La Bestia Equilátera), y todo parece seguir como si nada. O casi (algunas reseñas, una excelente presentación). Pero esta reedición de El caos es uno de los acontecimientos literarios de 2015. Sin importar que el libro haya salido en italiano –en su primera acepción– en 1960, o por primera vez en Argentina en 1974, o que haya sido reeditado en 1999. Esta edición de El caos, acaso como el destino de Wilcock, sólo ahora parece volverse definitiva.
Algunos énfasis. El caos es a Wilcock lo que La invención de Morel o El juguete rabioso son a Bioy o Arlt. Y por eso la magnitud de la contratapa en esta ocasión es veraz: “Uno de los referentes más importantes y vivos de la narrativa argentina”. Porque lo que en el Wilcock de El ingeniero, La sinagoga de los iconoclastas o El estereoscopio de los solitarios –o incluso en sus poemas– se manifiesta después como destreza, originalidad, displicencia o sabiduría, en El caos es una gracia narrativa continua y abundante. Con casi la misma cantidad de piezas y el mismo resplandor de talento, El caos es el hermano reaparecido y bastardo de nuestro libro universal; es el siamés gótico, barroco y emplumado de Ficciones.
Si bien hay cuentos perfectos: “Hundimiento”, “La fiesta de los enanos”, “Los donguis”, “Recuerdos de juventud” o “Felicidad” (variación aviesa y actual de “La fiesta del monstruo”) la literatura de Wilcock encuentra su mejor forma en la invención de fábulas y alegorías. Así, más cerca de Kafka que de su admirado Joyce, Wilcock deviene un moralista artero y brillante. Sólo que las fábulas de Wilcock, con exquisitos e innumerables recursos y procedimientos narrativos, se aplican a una sola experiencia: el caos como superación de opuestos, como sentido omnívoro, como metafísica contemporánea.
El estilo de Wilcock es múltiple, amplio, pero nunca disperso. Se ciñe a su objeto sin distracciones. “Describir a los hombres es una manera de ejercer la compasión”, dijo una vez, dejando caer algo de su programa involuntario. Con sus personajes Wilcock hace retratos y, como Rembrandt, Nan Goldin o Robert Frank, captura en ellos los reflejos necesarios para organizar una mitología. Debajo de su literatura parecen estar, confusos, en carnaval, todos los héroes y dioses paganos. Wilcock supo mudar de idioma (del castellano al italiano), pero nunca de lengua. Y es su lengua la que ahora culmina su articulación: sería rápido y nada injusto proponer un aquelarre de sus no menos interesantes epígonos: Roberto Bolaño, Mario Levrero, César Aira, y sobre todo Luis Chitarroni, que con sana insistencia, a la vez lo reedita y reescribe.
Por cierto, ¿qué son esas serpientes de la tapa? Ese auténtico nído de víboras. Serpiente: origen de todas las pesadillas. La tapa no es alusiva; no hay ninguna bicha decisiva en los relatos de El caos. Tal vez la reminiscencia o inspiración zoológica haya que buscarla en la escritura misma. En su objeto. Su escritura bien podría abrigar la plegaria de Morrison en “The end”: Ride the snake. La experiencia en Wilcock es una aleación hecha con el atento y bífido lenguaje de la soledad y del mal.
En general, su apellido siempre ha sido su nombre: Wilcock. Pero no sin dificultades, las ediciones –incluso esta– vacilan entre abreviaturas que o bien buscan acentuar un abolengo extranjero: J. R., o bien se resuelven e indeterminan en un síntoma: J. Rodolfo. ¿Es necesaria la nacionalidad? Que no queden dudas, Wilcock es uno más de los alienígenas que desembarcaron en el Río de la Plata aquella unánime noche. Y a resguardo de la nieve, como en La noche de Aix, ha esperado el tiempo suficiente, se ha exiliado una eternidad para ver regir a sus compadres; ahora parece el momento de su reinado, se dan todas las condiciones para que su era comience.
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