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Guerra en Corea

Una lectura de Corea: apuntes desde la cuerda floja, de Andrés Felipe Solano (UDP), de la Colección Vidas Ajenas a cargo de Leila Guerriero.

Por Mónica Yemayel.

solanoSolano da vueltas por la casa en una de esas mañanas en las que no sabe qué hacer. Hace poco se casó con una mujer coreana y allí está él, en un departamento mínimo de un barrio de Seúl. Suena el timbre: su suegra les ha enviado una caja con comestibles y una misteriosa nota escrita en caracteres chinos y tinta roja. Solano no entiende. Su mujer le dice que la madre ha ido a consultar a un chamán para saber qué suerte les espera. Después, sin decir una palabra, guarda el sobre en un lugar secreto como si fuese un ritual. Y entonces él, esa vez, al igual que todas las veces, se queda ajeno a lo que vendrá. «¿Dónde viviré en diez, en veinte años, que me pasará por la cabeza cuando vuelva a ver este retrato». Su mujer, acurrucada y pálida de frío, posa en unas de las primeras fotografías que tomó al llegar a Corea del Sur, en el invierno blanco de 2013. «¿Estaremos aún juntos, todavía escribiré o habré abandonado esta lucha que por momentos me parece tan estéril?»

 

Corea: apuntes desde la cuerda floja (UPD) es su campo de batalla. Desde los primeros días en Seúl, el escritor colombiano toma notas y fotografías. Se ha empeñado en vivir de lo que escribe. La crónica avanza en cuatro partes que llevan los nombres de las estaciones del año; especies de paradas en un viaje de doble sentido. Por una vía, Solano se acerca al país de adopción tratando de ser un hombre con un trabajo, una casa, una heladera llena, una mujer a la que amar, una biblioteca que le cuesta armar: «Cuando puse el primer tomo en uno de los estantes, me sentí como un conquistador que clava su espada en un montículo y reclama una nueva tierra como suya». Por la otra, va alejándose de su país natal: «Me distancio de Colombia, de la gente que me ha rodeado desde hace años… Me preocupa, y a la vez me da una inmensa paz, vivir tan lejos de ese país donde todo se descompone con indolencia».

El libro puede ser leído como una crónica de viaje que se ocupa de todo. Dos catálogos de rarezas y extravagancias para la cultura occidental componen unas enumeraciones imperdibles. Historia, cultura, tradiciones, tensiones generacionales, las hambrunas del pasado, la prosperidad del presente con su proliferación de televisores de plasma gigantes, cirugías estéticas y contantes pop. Las relaciones con Corea del Norte y su correlato con las de Estados Unidos; la inquietante situación militar que lo vuelve un paranoico al borde del ridículo frente a la calma de su mujer: «Desde que me acuerdo, en marzo siempre estalla la guerra», le dice ella restándole importancia al asunto.

Sin embargo, Corea podría ser solo una excusa. La fotografía de la tapa lo anuncia bien. El autor en un primerísimo plano, y Seúl como fondo con sus rascacielos esfumados y luces de neón. Y es que a medida que pasan las páginas, el suspenso se centra completamente en ese escritor un poco desvalido que anda a los tumbos tratando de encastrar las partes de su vida: «Estar lleno de mí es agotador; Necesito una droga gentil … para dar una vuelta fuera de esta cárcel que es mi cabeza. He llegado a pensar que mi paso por este país tiene mucho de limbo, de expiación, pero no sé exactamente cuál es mi pecado».

El protagonista es una suma de preguntas sin respuestas y es, sobre todo, un escritor que busca desesperadamente la trama de su próxima novela. En una de esas reuniones a las que asiste por compromiso, responde las preguntas de siempre. «Explico a lo que me dedico sin mucho convencimiento. ¿Qué clase de novelas? Me enredo tratando de dar una respuesta que suene coherente. Novelas sobre la vida, eso creo. Ah, autobiográficas. No exactamente, pero sí, un poco, aunque también me invento muchas cosas». Tiene algunos personajes: un coreano que vivió en Colombia, un colombiano que peleó en la Guerra de Corea. «Ayer a la noche, antes de dormirme, me pareció que tenía la novela en las manos… Hoy se me antoja todo un desastre, una empresa cansina, un para qué». Por momentos, el protagonista recuerda la lucha de Karl Ove Knausgård en Un hombre enamorado, esa batalla interior del escritor por entenderse, la introspección pública y el juego de espejos con otros escritores. «A menudo pienso en lo raro que es escribir, en el vicio irrefrenable en que se convierte, en ese dios obeso e insaciable de la escritura que pide y pide más ofrendas». Qué es la literatura para Kafka, Onetti, Flannery O´Connor, el poeta Ko Un. Sus voces van pasando hasta que al llegar el otoño, página 202, el autor encuentra su propia definición.

Y el amor. Como si fuese un descuido, cada tanto, unas pocas líneas dejan al protagonista al descubierto. Indefenso frente a un matrimonio que lo atrae y sofoca, un amor que anhela y lo angustia, un compromiso aterrador. Cuando la lengua se interpone entre ellos escribe: «No dejo de pensar que siempre habrá una ciénaga de aguas espesas entre nosotros»; mientras espía a cuatro amantes en un encuentro secreto cerca del río: «La alegría del amor furtivo, la vida de las parejas infieles… Bajo esa forma se mostró hoy la felicidad»; cuando coquetea con otras mujeres: «Jina me regala un shot de whisky antes del cierre del bar… no lo sé, no me acuerdo, lo cierto es que nuestros labios se rozan levemente»; cuando se imagina la vida sin su mujer: «Creo que por primera vez me da miedo estar solo».

Hay unas mezclas vitales, desenfadadas, una literatura hecha con un poco de esto y de aquello. Con el desparpajo de citar a Pavese, Navokov o Borges y, a la siguiente, algo así: «La noche se perdió en tu pelo, la luna se aferró a tu piel, y el mar se sintió celoso, y quiso en tus ojos estar él también». La canción de Sandro junto al recuerdo de las pestañas postizas de su madre. Evocaciones de la infancia, la abuela y sus palabras raras: sinvivir, el diario del abuelo que todavía lo desvela, el padre y su plantación de café.

Antes de este libro, Solano publicó las novelas Sálvame, Joe Louis (2007) y Los hermanos Cuervo (2012). Y una de sus crónicas publicada en la revista colombiana Soho, “Seis meses con el salario mínimo”, fue finalista del Premio FNPI de 2008. En sus relatos siempre hay historias y datos tan reales y extraños. En Corea... abundan las de desertores, viejos y nuevos, que traspasan la frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur. ¿Se sentirá Andrés Felipe Solano un desertor? Tal vez ese sea el destino para un periodista y escritor colombiano que prefiere historias sin guerrilleros, narcotraficantes, milicias o paramilitares. Que cuando piensa en regresar piensa en volver a partir «porque Bogotá me enferma. Tan avara y mezquina, tan llena de drogas y desesperación… La violencia en la punta de los dedos». Alguna vez ha dicho que las amapolas pueden florecer en medio de la podredumbre. Y qué podría hacer un escritor sino salir en su busca.

Cornelio, el sastre catalán que obsesiona al protagonista de Sálvame, Joe Louis medía su vida en cantidad de trajes confeccionados, 1.429 en 117 años de vida; llevaba la cuenta en un cuaderno de tapas azules. En “Seis meses con el salario mínimo”, Solano se hace pasar por un empleado textil en una fábrica de Medellín; a veces, su tarea consistía en inventariar mamelucos para niños: «Una tarde conté 1.253 prendas de vestir, y anoté el número en un papel para acordarme siempre de lo que un hombre puede hacer por dinero». En la última página de Corea…también hay un cálculo. Uno solo. Enorme.

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