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Escribir sin manos

Una lectura de Salvapantallas, de Luis Chaves (Seix Barral), a la luz de Cómo se escribe una vida, de Michael Holroyd (La Bestia Equilátera).

Por Mónica Yemayel.

libro¿Cómo reinventar el modo de contar una vida? Eran fines de los años ‘60 cuando Michael Holroyd decidió que la mejor manera de revolucionar el género era contar la vida de quién ya lo había hecho antes que él: Lytton Strachey, el autor de Eminentes Victorianos, Reina Victoria y Retratos en Miniatura, el biógrafo amado por Virginia Woolf y un extravagante del “grupo de Bloomsburry” por el que la pintora Dora Carrington se voló la cabeza poco después de su muerte en el otoño de 1932. En las manos de Holroyd, la vida de Strachey dinamitaba una vez más los modales de la biografía. «La no ficción es considerada por algunos críticos como no creativa… como si fuera el tema lo que le confiere creatividad a un artista», dice el escritor inglés en Cómo se escribe una vida, una compilación de sus ensayos publicados a lo largo de las últimas cuatro décadas. Piezas sobre biografía y autobiografía, sobre el arte de escribir la vida propia y las ajenas. Han quedado atrás las obras monumentales, rectilíneas y exhaustivas, dice Holroyd; tal vez, porque ya no se escriben cartas ni diarios. Matías Serra Bradford arriesga algo más en el prólogo: tal vez, las vidas se han vuelto menos interesantes; y dice que la nueva biografía que ha surgido es recortada, jibarizada; son tramos de vida escritos en el límite entre géneros; autores experimentando en busca de «una forma que la vida real no tuvo y que ahora tendrá para siempre».

 

Por esa línea avanzan, como funámbulos, los libros de Luis Chaves.

«¡Estoy escribiendo un libro! ¡Ahora sin manos!». Así termina el primer relato de Salvapantallas. Ha pasado tanto tiempo desde todo, dice el autor, y esa voz infantil que es la de su hija parece una invitación para hacer equilibrio hacia atrás. La propia infancia con una madre triste y cenas sin compañías, el primer elefante que ve en su vida cuando llega al pueblo la caravana de un circo, viajes y adicciones, amigos y amores del principio, el adiós al economista que era para decidirse por poeta y escritor, la carta a sus padres diciendo que se iba. La vida de Chaves contada en veintiún actos breves. Formas del equilibrio, poema, cuento, crónica, una prosa deliberadamente indecisa que conforman “esta nouvelle o novella o novelita. Como una gota de mercurio que estalló y, sola, se juntó de nuevo.”

Ya en 2010 había reunido en 300 páginas una serie de relatos que definió como “una autobiografía no autorizada”. Pasajes hablando de un lugar, un episodio, de vidas que —aun no siendo la suya— siempre dan cuenta de eso que “no sin candor excesivo, todos llamamos lo de uno.” Son visitas cortas al pasado que se conectan y esparcen en sus libros anteriores y ahora en Salvapantallas. Relámpagos fugaces sobre capas y capas de silencio; esas partes no impresas que dicen más que lo escrito. Lo que Chaves elige escribir sin manos.

En La máquina de hacer niebla, con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía de Costa Rica 2012, hay un poema que dice:

Pero todavía falta el paso del tiempo / cubrir esa curva descendente / que el calendario traza / en números enteros, / y la música que escucho / aún no supera la inutilidad / de escribir en verso / lo que a todas luces es prosa. / Alguien tiene que decirlo: / más que literatura / esto es deforestación.

Esa última palabra poco común cerrando el poema parece un salto sobre la cuerda tensa que remite a Virginia Woolf y sus Reflexiones en Sheffield Place. Justamente, Holroyd se cobija en ese texto para decir a través de la escritora lo que él mismo espera de un contador de vidas: una imaginación liberada, un creador de disturbios y confusión, pasión y humor; ella quería deforestar los bosques. De las malezas que atormentaban a Virginia Woolf se sabe. Pero en cuáles habrá pensado Chaves al escribir el final de su poema.

Capítulo XVI de Salvapantallas. Una tarde, en una de las sesiones de su taller de poesía, Chaves invitó a leer al escritor Alexánder Obando. Felipe Granados, su más grande admirador está allí. Primero, leyó Alexánder. Después, siguió Felipe.

La historia de Álex se había convertido en la voz de Felipe… daba la impresión de que entendía algo que Obando desconocía de su propio texto… Por unos minutos fue el intérprete, el decodificador del cerebro de Álex… Nunca supe cuántas páginas leyó, pero sé que aquello que se leía en voz alta era la combinación de ambos: uno lo había escrito, otro lo había entendido como nadie. De pronto eran el tándem demoledor, el dúo dinamita, el gordo y el flaco, Lennon y McCartney, Sundance Kid y Butch Cassidy… Cuando terminó la lectura, todo volvió a la normalidad, el zepelín desapareció. Álex ya no era el titán que había escrito aquello que acababa de leer Felipe, y éste regresó de inmediato a su cuerpo debilitado.

¿Qué será de Felipe y Alexander? No es algo que sepamos pronto. Chaves prefiere la dilación como quien busca recobrar el tiempo perdido. Tampoco se sabrá del todo. Ninguna historia en Salvapantallas pretende la forma de una vida entera. Ni la del autor, ni la de Álex, ni la breve vida de Felipe, o las de los demás personajes. No importa demasiado. Para cuando el libro termine y de algún modo impreciso, todos ellos habrán dejado de ser extraños.

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