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El silencio de los pescadores

Una lectura del libro del Premio Príncipe de Asturias italiano Claudio Magris, El conde y otros relatos (Sexto Piso).

Por Valeria Tentoni.

Un hombre destruye por error de obediencia y para siempre la oportunidad del amor que le había sido asignada. Un Conde extirpa cuerpos de un río en una barca sin mascarón —esto es, sin alma. “A él siempre le gustó cuando flotaban hinchados a punto de estallar o incluso carcomidos por los cangrejos, listos para ser atrapados y entregados. ¿Escucha usted la lluvia? Cuando es tan fuerte y continua uno termina por no oírla y tampoco el río y el mar que se estrellan uno contra otro”. Los dos hombres, “pobres bestias asustadas en el arca de Noé”, se mueven lentamente sobre ese aceite mortecino en el relato que abre y da nombre a esta breve y exquisita compilación de Claudio Magris, traducida por María Teresa Meneses y editada por Sexto Piso.

Magris nació en Trieste, Italia, en 1939, desde donde mira el mar y se reúne con sus amigos en los bares. Un mar que en ese relato específico se describe, en cierto momento, como “un sudario podrido y grasiento”. Es tanta la potencia con que el italiano convoca a la belleza al escribir que nos topamos una y otra vez en estas pocas páginas con tesoros igual de inquietantes que el que recibirá, sin esperarlo, ese par de marineros.

“La portería”, el relato que sigue, y el que da cierre, “Ya haber sido”, retienen de distintos modos a la soledad y a la dilución de la vida como tema —la muerte podría ser pensada como la soledad más perfecta. “¡Ah, la modestia, la ligereza de haber sido, ese espacio incierto y frágil en donde todo es ligero como una pluma, contra la presunción, el peso, la desolación, el abatimiento del ser! (…) Digo que quisiera siempre haber sido, estar exento del servicio militar de existir”, leemos, hacia el final.

“Ahora el mundo era un perro que ya no podía morderlo”, escribe para un abuelo que decide emplearse, en secreto, en un puesto bajo en un negocio suyo que acaba de resignar por adelantado en herencia, aunque no haya resignado en cambio el deseo de moverse entre las cosas que se mueven.

En medio de esas dos piezas hay otra cuyo trama podría resumirse así: un hombre se enamora de muchas mujeres a la vez, pero solo de sus voces. Y solo de sus voces en estado de gracia; maquilladas por la modulación y la elegancia que les reclaman sus contestadores automáticos. No quiere escucharlas antes ni después, no quiere sorprender a sus cuerdas vocales en “ropa interior”, así que se organiza para llamarlas solo cuando está seguro de que no están en casa para atender.

De este modo, el autor ha producido un conjunto de historias de altísima y pareja calidad que se hermanan en su merodeo alrededor de la soledad, de la distorsión que produce el deseo y del volumen de la propia vida extraviándose en los parlantes del universo, como una radio que deja de ser sintonizable en la ruta hacia alguna otra parte.

Nunca parecen ser suficientes los grandes y buenos escritores italianos. Nunca es suficiente lo grande y bueno, en fin. También profesor y traductor (Ibsen, Kleist y Schnitzler, entre otros), no le faltan reconocimientos: fue distinguido con el Premio Príncipe de Asturias, el Premio Strega, el Erasmus, por mencionar algunos. Se dedica al ensayo, la novela, el relato de viajes y es colaborador en distintos medios, como el Corriere della Sera. En El Conde y otros relatos se ejercita en un género que no es uno de los que se han llevado más horas de su escritura. “Casi todos los relatos parten de pequeñas anécdotas de la vida diaria. Y, lentamente, tras esas anécdotas, aparecen algo así como ventanas desde las que se contempla el abismo. (…) La gran historia comienza siempre por la pequeña historia”, respondía ni bien salió esta compilación en España.

Magris“Tanto mejor sería si los autores no existieran o, si al menos, no se identificaran —‘si estuvieran siempre muertos’, como me dijo una vez una alumna en el Grado Biagio Marin—, o forzados a la clandestinidad y lo desconocido” explicó una vez. “Para mí escribir es, a menudo, contar historias verdaderas de lugares reales, porque las historias verdaderas y las personas que las han vivido me interesan más, muchísimo más, que las de mi imaginación. Creo que escribir es ‘transcribir’ cualquier cosa que sea más grande que nosotros”, dijo a Esquire. “La realidad es tan rica que desafía la inventiva de cualquier escritor. Yo me quedo fascinado por la realidad, le tengo un gran respeto” dijo en la Feria del libro de Guadalajara. “Un escritor tiene como arma sólo la literatura para hacer frente a las cosas que no acepta del mundo”, dijo en Ñ. “A veces uno escribe para defender algo, o para combatir, o para protestar. Se puede escribir por fidelidad, o por un patético intento de parar el tiempo, de construir una pequeña arca de Noé. Otras veces para distraerse, otras por miedo, otras para poner orden, otras para poner desorden”, respondió a Pablo Ordaz en un café de su ciudad natal, llevándose una aceituna a la boca por pregunta, como premio.

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