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El negocio de la memoria

En la Argentina el "negocio de la memoria" se mira desde la función del Estado, no desde las víctimas. Tal vez haya que dejar pasar 70 años para que alguien escriba una novela como El lienzo, de Benjamin Stein (Adriana Hidalgo).

Por Patricio Zunini.
Foto: Chris Janik / Wikipedia

1. Decía Raymond Queneau que el origen de sus Ejercicios de estilo estaba en “El arte de la fuga” de Bach. Fue a la salida de un concierto cuando pensó reproducir el juego en el plano literario, «considerando la obra de Bach, no desde el ángulo del contrapunto y fuga, sino como construcción de una obra por medio de variaciones que proliferaran hasta el infinito en torno a un tema bastante nimio».

Ejercicios de estilo parte de esta historia: «En el autobús de la línea S en el horario pico. Un tipo de unos veintiséis años, de sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, de cuello demasiado largo como si le hubieran tirado del cuello. La gente baja del autobús. El tipo al que nos referimos está enfadado con el hombre que tiene al lado. Le reprocha que cada vez que pasa alguien lo empuja. Tono quejoso pero en el fondo agresivo. Cuando ve un lugar libre, se abalanza sobre él. Dos horas más tarde lo vuelvo a ver en la Plaza de Roma, delante de la estación del ferrocarril Saint-Lazare. Está con un compañero al que le dice: “Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo”. Le indica dónde (en la solapa) y por qué.»

A lo largo del libro, Queneau cuenta la misma historia en noventa y nueve variaciones. Cambia el estilo, el tiempo verbal, la cronología, los puntos de vista. El resultado, en lugar de agotar la situación, la vuelve ambigua. Por momentos es tan diferente que hasta parecería que está contando algo distinto.

La pregunta que surge, entonces, es cuál de los relatos es verdad: todos.

 
2. En 1995, Benjamin Wilkomirski, un clarinetista judío que vivía en Suiza, escribió las memorias de su infancia en los campos de concentración nazi Majdanek y Auschwitz. El libro tiene lo necesario para tocar las fibras del lector: narrado con la voz de un niño, comienza con los hermanitos presenciando el asesinato del padre por los militares, la huida y luego, ya prisionero, el reencuentro con la madre moribunda en el campo. Una vez liberado, Wilkomirski fue enviado a un orfanato donde las penurias continuaron durante años.

El libro fue un éxito instantáneo. Se tradujo a nueve idiomas. Wilkomirski dio entrevistas e hizo giras, fue invitado a diferentes programas de televisión en Inglaterra y Estados Unidos. Apareció en la BBC y en The New Yorker.

Tres años después, un periodista desenmascaró la mentira: Benjamin Wilkomirski se llamaba en realidad Bruno Grosjean y era el hijo de una mujer soltera que lo abandonó en el orfelinato. El escándalo tomó la magnitud de una cuestión de Estado, había demasiados intereses creados para dejarlo pasar. Mientras uno negaba las acusaciones, el otro aportaba nuevos datos. Finalmente, una prueba de ADN, a la que Wilkomirski se sometió voluntariamente, determinó que era Grosjean y con eso cayó la máscara de su historia. La condena mundial no tardó en llegar. «Daba la sensación», la cita pertenece a El lienzo, de Benjamin Stein, «de que nunca lo habían distinguido como autor de su libro, sino sólo como víctima, una víctima que se podía mostrar y ante la cual uno podía expresar conmovido cuánto lo sentía, algo de lo que por lo visto la opinión pública debía tener gran necesidad.»

El caso Wilkomirski está en línea con el de Enric Marco, que cuenta Javier Cercas en El impostor. Marco era un mecánico opaco que al cumplir cincuenta años se armó un pasado de resistente antifranquista deportado al campo nazi de Mauthausen. Desde la muerte de Franco y hasta 2005, Marco fue la gran figura heroica de España y llegó a presidir la asociación que representa a los sobrevivientes de los campos. La ficción se desplomó cuando el historiador Benito Bermejo dio a conocer el fraude. Marco dijo que había mentido para que la historia no se olvidara. Tal vez el único que le creyó —y sólo un poco— fue Javier Cercas.

Pero Wilkomirski continuó diciendo que había sido una víctima del Holocausto con un discurso puntillosamente detallado y sin fisuras. Tanto así que aún con pruebas incontrovertibles, la duda se mantiene. El affaire abrió planteos sobre la autobiografía, el testimonio, la memoria, y hasta llegó a ser trabajado en la psicología como un ejemplo de recuerdos falsos autoimpuestos.

 
3. Si la solapa de la novela El lienzo publicada por Adriana Hidalgo es correcta, Benjamin Stein nació en Berlín Oriental en 1970 y comenzó a publicar sus primeros poemas y relatos en 1982, con doce años de edad. Es, además, especialista en judaísmo e informática. Mantiene el blog “Turmsegler”, que sería algo así como “el que planea alrededor de la torre”, y este año publicó una novela coral para siete voces.

El lienzo es una de las mejores novelas del año, si no la mejor. Stein retoma el caso Wilkomirski con un artificio interesante que nos hace recordar a Rayuela: la novela está construida por dos historias que se pueden leer en forma simultánea o consecutiva, el libro tiene dos tapas y se pasa de una historia a la otra dando vuelta el libro. De un lado habla Amnon Zichroni, un psicoanalista que tiene el don de vivenciar los recuerdos de otras personas; del otro, está la historia de Jan Wechsler, que parece haber perdido la memoria y que encuentra un libro, tal vez escrito por él, que desenmascara a un tal Minsky que decía ser víctima de los nazis.

Stein, como Cercas, cuestiona el “negocio de la memoria histórica”; pero a diferencia del español, que escribe una “novela sin ficción” buscando hallar una verdad, Stein desarrolla una novela en el sentido tradicional donde los puntos de vista de sus narradores, al estilo de las variaciones de Queneau, planean alrededor de Minsky-Wilkomirski sin encontrar más que ambigüedades. Porque «¿qué valor tiene una verdad que mata frente a una verdad que permite que alguien viva?»

***

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