El fin del mundo a escala íntima y personal
Por Vera Giaconi
Lunes 12 de junio de 2017
El texto con el que Vera Giaconi presentó Las visiones, de Edmundo Paz Soldán, publicado por Páginas de espuma: "Consigue en cada pieza, mediante el lenguaje como tímpano sensible, construir una sensación verdadera. Maneja la idea del cuento como canal de lo sensual, del idealismo político, de la experiencia".
Por Vera Giaconi.
El fin del mundo a escala íntima y personal. Eso sentí leyendo los cuentos de Las Visiones. Porque aunque conocía ese complejo universo arrasado pero vital que es Iris (y que Edmundo Paz Soldán desarrolló en su potente novela), en estos catorce relatos la mirada se concentra y el mundo se va redibujando a partir de sus personajes, que son los que mantienen la fe, los sufrientes, los que siguen luchando, los que tratan de entender, los que le siguen poniendo el cuerpo a esa distopía tóxica pero que habla de hoy, de nosotros, de esta realidad también tóxica.
En Iris creó una región, sus lógicas para habitarla (o destruirla), sus dioses y rituales, sus fronteras y conflictos, pero además creó un lenguaje, uno que nos recuerda todo el tiempo que estamos en otro mundo, pero cuyo contenido nos recuerda también los conflictos de éste, esos que nacen del control social, de la religión, de los efectos del colonialismo, del hambre y la locura, de la química puesta al servicio de una guerra cruel. Y si en Iris el lenguaje era poderoso, en estos cuentos estalla al ser utilizado para exponer las sutilezas de las vidas de quienes lo habitan, y más especialmente de quienes son víctimas del poder o de la culpa por haberlo ejercido impunemente.
En el comienzo del cuento “Anja” se lee: “Echada nel jardín veo pasar las nubes, un bisturí escondido en mi gewad. Ahistá una con cara de pirata, den un cohete y un lansé enorme, el más bello q´he visto nel cielo. Wuf wuf wuf. Las nubes son duras y blandas y pueden ser cremosas tu, y a veces blancas y otras de negro corazón o quizá plomo, y cuando llega el shábáo hasta violetas”. Y así es como el lenguaje en “Las visiones” se va convirtiendo en algo hipnótico, un repiqueteo que al principio incomoda y muy pronto se vuelve familiar en la percepción de quien lee, como una canilla que gotea en una casa en ruinas, como un gato que maúlla en los techos, no se sabe si herido o en éxtasis, como un runrún lejano que uno quisiera desoír porque desconoce si anuncia la llegada de una horda o el comienzo de un nuevo día.
Edmundo Paz Soldán sabe de los resquicios por donde la atención podría perderse si no hubiera una voz potente convocándola a cada línea; y con una combinación de neologismos y jerga, de palabras traídas del spanglish, del quechua o el chino, más una gran destreza para crear símiles y metáforas y para hacer respirar la frase a buen ritmo, logra llevar al lector hasta un universo introspectivo y orgánico, donde cada voz importa, pero donde la realidad la construye el coro.
Los cuentos de Las visiones pueden leerse como un sistema que expande el mundo creado en Iris, pero también son autónomos. Y pueden leerse desordenadamente o en el orden propuesto por el índice, ya que en ambos casos se crea un dibujo que es independiente de la novela y que le permite explorar las formas de vivir y de morir en un terreno conquistado violentamente, las estrategias para eludir una realidad demasiado cruda o para amar a pesar de la crudeza, para convertirse en héroe o flaquear ante el desafío de recuperar lo propio, y para acompañar los viajes alucinados por el hambre, las drogas químicas o las plantas sagradas. Armado con estos temas, y más allá de los agrupamientos, Edmundo consigue en cada pieza, mediante el lenguaje como tímpano sensible, construir una sensación verdadera. Maneja la idea del cuento como canal de lo sensual, del idealismo político, de la experiencia.
Marcelo Cohen, gran escritor argentino que trabaja la ciencia ficción con estrategias y una sensibilidad lúdica que me hizo recordarlo todo el tiempo mientras leía los relatos de Las visiones, dice en el prólogo a su libro de cuentos “La solución parcial”, que no le gusta la vieja definición que dice que, mientras la novela gana por puntos, el cuento gana por knock out. Él, en cambio, plantea que la literatura debe aspirar a conmover integralmente la conciencia del lector. Ese knock out, esa idea de una patada en la cabeza que deje al lector fuera de combate, la discute con la propuesta de que una vez terminado el cuento, el lector quede no sólo lúcido, sino atravesado por un sentimiento y en condiciones de discutir, y que, sin masoquismo, quiera más. “La médula de los cuentos”, dice, “es una imagen en la cual tienden a confluir varios contenidos mentales, o entran en relación percepciones diversas. Si el cuento consigue reunirlas, el efecto en el lector es el de un despertar a la experiencia, algo que en el mundo siempre está a punto de perderse”. Eso exactamente es lo que sucede con los cuentos que componen Las visiones, y el lector lo agradece.
Y además están los temas de cada historia, como en el cuento que da nombre al libro y donde a un juez (que “no estaba interesado en distinguir asesinos de los que no”) se le aparecen visiones de los hombres que mandó a la cárcel y que buscan venganza. O ese otro en el que dos soldados, refugiados en las ruinas donde hace más de un siglo cayeron las bombas y comenzó todo, se cuentan historias entre las alucinaciones del hambre y el cansancio, quizá para purgar el pasado, quizá para soportar el presente. En otro, alguien desapareció y sus queridos organizan un ritual para invocarlo o para verlo en ese otro plano donde creen que se lo han llevado mientras la voz que narra es un corazón anhelante que pregunta “Wäalt, dóstás. Te extrañamos, dóstás. En el ujián rezan todos los brodis que te esperan”, porque el que quiere siempre espera. Y así se podría visitar cada cuento para encontrar distintas formas de hablar de la precariedad y las ruinas que deja la violencia, pero también de la rebelión y la resistencia y del amor que nace en cualquier alma, incluso la más inesperada. Porque aunque Luk (personaje del cuento que lleva su nombre) tiene razón al decir que “la destrucción convivía con nos presta a atacarnos en silencio”, también es cierto que esa amenaza parece darle fuerza a muchos de estos personajes que se le enfrentan poniendo el pecho y el alma dulce a favor de la causa de seguir vivos, todos vivos, y si es posible, también humanos y algo heroicos.
En esa humanidad y ese heroísmo, pero también en los personajes que son una causa perdida, el lector encuentra luces que se van encendiendo durante el recorrido que traza este libro. Y no se sale de él sin amores, porque muy pronto estamos involucrados con cada uno de ellos y nos importa la suerte que les espera. “Las visiones” recompensa esa preocupación mostrándonos un abanico muy amplio de destinos, uno que va desde repasar el camino de los que llegaron para morir hasta el que nos recuerda que la vida buena a veces puede ser un arcoíris y una bandada de loros ruidosos.