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El asesinato como una necesidad básica

La primera novela de Pablo Forcinito, En tu mundo raro y por ti aprendí (Metalúcida), inicia la saga de un asesino serial en un asentamiento del conurbano.

Por Patricio Zunini.

En una entrevista pública que Nacho Damiano le hizo en la librería, Leonardo Oyola destacaba la novela de Pablo Forcinito, En tu mundo raro y por ti aprendí (Metalúcida), como uno de los libros que más le llamaron la atención en los últimos tiempos. La mención de Oyola tiene sentido en tanto que ambos autores comparten ambientes, aunque el de Forcinito tiene una violencia áspera, menos estética que la de Oyola.

 

La novela toma el título de un bolero de Luis Miguel, una canción melodramática que habla del descubrimiento y la pérdida del amor: «Yo no comprendía cómo se quería / en tu mundo raro y por ti aprendí. / Por eso me pregunto al ver que me olvidaste / por qué no me enseñaste cómo se vive sin ti». El título da un efecto de desconcertante: En tu mundo raro y por ti aprendí, ¿le falta algo? ¿son dos historias breves? Por lo pronto, la manera en que un asesino serial se oculta detrás de un bolero hace recordar a esa escena desbordante de violencia de “American Psycho”, cuando Patrick Bateman mata a hachazos al amigo mientras escuchan “Fore!” de Huey Lewis and the News.

—Con la piña que te encajó, al Yeti le alcanzaba. No le hacía falta arrastrarte de jeta sobre la mierda de perro.

El asesino serial de Forcinito se llama Paraná. Sabemos poco de él: es entrerriano, vive con la abuela en un asentamiento del conurbano, entre gatos, caretas, travas, ratis y mucha cumbia de Washington C —homenaje explícito a Cucurto, otra referencia directa para el ambiente de la novela. Está en quinto año y tiene dos amigos, el Seba y el Colo. Y comienza con la cara embarrada en mierda después de que el grandote del aula lo molió a palos y lo paseó por el piso cuando vio que se estaba acercando a la novia. Paraná, como cualquiera, no se olvida de las humillaciones. Tiene la paciencia, la inteligencia y la emoción por la sangre como para planificar una venganza. Lo que no se puede prever hasta entonces es que la venganza destraba una furia latente que intoxica. Para alguien que vive en una precariedad continua, matar se vuelve una necesidad básica.

Paraná, tirado en la cama panza arriba. Necesitaba matar. Debía hacerlo nuevamente. Ni la sangre de Sosa había alcanzado para saciarlo. Ni, mucho menos, la del renguito aquel: una muerte al boleo, podría decirse. Todavía le faltaba experiencia, aprender a quedar satisfecho. Satisfecho podría pensar mejor.

El asesino de Los crímenes de Van Gogh, una novela satírica bastante menor de José Pablo Feinmann, coleccionaba las orejas de sus víctimas. Ante cada asesinato, la prensa, la policía, los políticos y los intelectuales entraba en pánico y se preguntaban hasta dónde había descendería la sociedad. El asesino de En tu mundo raro y por ti aprendí también colecciona orejas, pero esos actores tienen una presencia menor en la trama. Las orejas —o la falta de las orejas— es lo que le da identidad a esas muertes, lo que abre a la curiosidad, que de otro modo pasarían desapercibidas. La pregunta de la novela de Forcinito es distinta de la de Feinmann: «¿Y nosotros para qué mundo estamos?», le dice el Colo a Paraná. Para un mundo raro, sin dudas.

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