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De martillos y clavos

El filósofo italiano Roberto Casati propone en Elogio del papel (Ariel) tomar con distancia crítica el avance de la tecnología.

Por Paco Rizi.

La primera impresión ante el ensayo Elogio del papel (Ed. Ariel), de Roberto Casati, es que está escrito por un conservador, un fetichista, un tecnófobo recalcitrante. El capítulo inicial se abre con el recuerdo acaramelado de cómo encontró la biblioteca que un «lector empedernido» mantenía en un refugio de los Alpes y los «rituales familiares» para armar las cajas de libros cuando se mudaban. Él mismo se autoparodia: «Llegados a este punto», dice, «debes de tener la impresión de tener entre las manos la enésima apología de un buen libro antiguo. Hojas susurrantes… ¡e incluso un abrecartas! ¿No es un poco exagerado?» Y algunas páginas más adelante, compara las ventajas de un libro de papel frente al lector digital. «Si un libro se cae, no se estropea. Un libro no corre el riesgo de descargarse a mitad del capítulo cuatro». Son argumentos pueriles, fáciles de rebatir.

 

La recomendación es no prestarle demasiada atención a ese inicio dubitativo porque después cambia el tono, la forma de argumentar y el libro, además de amable y divertido —porque tiene pasajes muy divertidos— se convierte en uno de los más urgentes e interesantes de estos tiempos.

Roberto Casati (Milán, 1961) es director de investigación en el Centro Nacional de Investigación Científica de París. Con La scoperta dell’ombra (Mondadori, 2001), que fue traducido a siete idiomas, obtuvo el Premio Fisole de Narrativa para autores menores de 40 años, el premio Castiglioncello y el Premio de Ciencia Si Livre (París). Sus ensayos de divulgación filosófica trabajan sobre la percepción de las estructuras especiales, los artefactos cognitivos, la filosofía como arte conceptual de la negociación.

El título Elogio del papel puede provocar la falsa idea de estar frente a una versión extremadamente romántica de Alberto Manguel, alguien que pierde horas delante de la biblioteca y que todavía hoy se resiste a sacar una cuenta de correo electrónico (la versión romántica, no Manguel). Pasada aquella primera impresión, se abre un nuevo panorama. «Decir que uno está en contra de lo digital», dice Casati, «no tiene, en realidad, ningún sentido; sería como decir que se está en contra de la electricidad». A lo largo del libro, el autor habla de breves ensayos que publicó en formato digital e incluso le dedica un capítulo completo a la defensa de Wikipedia. La clave no está en el título sino en el subtítulo: Contra el colonialismo digital.

El hecho de compartir de manera instantánea e irreflexiva la vida privada tiene algunas ventajas, pero ¿acaso no expone a los ciudadanos a formas sutiles de agresión comercial y política? ¿La educación puede sacar provecho de las nuevas tecnologías, o destruye con ello el capital de tiempo y atención estructurada que la escuela debería por el contrario esforzarse en proteger? ¿Nuestras elecciones individuales no están cada vez más condicionadas por lo que nos proponen los algoritmos?

El ensayo gira en torno a estas preguntas. La tesis principal es que «tenemos siempre derecho a oponernos a la normatividad automática [de actualización tecnológica; el subrayado es del original] que da la impresión de ser una carrera desesperada». El recordado Carlos Neri —profesor de la carrera de edición en la UBA y docente de posgrado en la UTN— decía que la tecnología nos infantilizaba. Casati muy probablemente estaría muy de acuerdo con la idea de Neri, pero con un giro más: la tecnología nos elige en tanto consumidores. «Hasta que el iPad hizo su aparición, los ordenadores eran principalmente, por no decir exclusivamente, herramientas de producción intelectual. Ahora bien, por primera vez, hemos visto surgir un ordenador que es básicamente una herramienta de consumo intelectual». Qué sucede con el rastro de nuestras búsquedas en Google, cómo se perfilan nuestros intereses en las bases de datos de las redes sociales, cuánto de la web 2.0 es una exploración a nuevos contenidos y cuánto es un mecanismo que nos controla y nos dirige por un laberinto hacia un centro indiferenciado.

Hay un refrán que dice “Para el que sólo sabe usar un martillo todo lo que ve son clavos”. ¿Qué es la computadora para nosotros? O mejor: ¿qué somos para la computadora? En la página 123 de Elogio del papel, Casati recuerda cómo nació la interfaz digital para instrumentos musicales:

El MIDI fue creado para que el teclado de un sintetizador y un ordenador se comunicasen entre sí. Sin embargo, al haberse convertido en el formato estándar de la información musical, ha obligado a los ordenadores a «ver» todos los instrumentos musicales como teclados.

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