Cuatro libros para adultos niños y también para niños
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Miércoles 06 de julio de 2016
"Literatura con doble receptor" en esta serie de opciones que deja sugeridas la escritora, docente y crítica Sandra Comino, autora de libros como La casita azul, para leer en las vacaciones de invierno que se aproximan. "La transgresión y el encanto pasan por esa dualidad", dice.
Por Sandra Comino.
Cuatro libros con historias cortas, pocos personajes, pero con originalidad en aquello que cuentan. Libros intensos, objetos de arte. Simples y complejos al mismo tiempo, contienen historias de búsquedas, con interrogantes –algunos sin respuestas– y con el atractivo de lo visual, que las atraviesa y las define. Son historias que van más allá de la vida cotidiana o del juego, que incluyen una representación del mundo con conflictos cercanos y que hablan de las relaciones humanas, de estados de ánimo, del paso del tiempo o de la muerte.
Yo creo
David Machado & Alex Gozblau
Loqueleo
“Yo creo que los sueños siguen sucediendo aún después de despertarme, solo que no estoy allí para vivirlos. (…) Yo creo que las sillas son mesas que todavía no crecieron. (…) Yo creo que a la noche, para dormirse, las ovejas cuentan personas”. Un niño enumera creencias que comienzan con una afirmación que a veces desencadena dudas y otras encierra deseos. O que incluyen coincidencias, secretos, interpretaciones, versiones animistas, explicaciones folclóricas, acciones que se detienen, situaciones desopilantes y definiciones llenas de ternura.
Esto de proponer al lector la entrada a mundos posibles e imaginarios desemboca siempre en textos poéticos que flotan en el límite de lo fantástico y lo real. Son eslabones de potencias sensitivas infinitas, de ternura, de mundos que anidan casi como la palabra "creo".
El escritor David Machado y el ilustrador Alex Gozblau, portugueses muy reconocidos en su país, nos sumergen en un universo lúdico, conmovedor y lleno de poesía.
Historia de un pulóver azul
Florencia Gattari & Marina Zanollo
Edelvives
La muerte en los libros para chicos –en general–, está vinculada al terror, a la vejez, a las mascotas o al asesinato en el relato policial. Si bien ya no es un tema tabú, no es tan común encontrar que se la aborde de manera natural sin tono trágico.
En este cuento hay una abuela que teje, desde antes del nacimiento de su nieto, un pulóver color "Azul niño”, color que se vuelve piel en ella y luego en él. Y esto sucede porque la abuela puede tejer “tibio”, una abuela que “miraba cerca y veía lejos”. En ese pulóver azul quedan los abrazos de la tristeza, de la ausencia, que vienen y van como el mar, como la vida misma.
Hay una propuesta visual que refuerza una transformación, una construcción de un contenido en la espera, la partida y la elaboración del duelo. La ausencia se tolera porque los puntos del tejido cobran vida en la transmisión de la ternura, por ejemplo.
Es una escritura que teje una manera de decir diferente. Leemos el texto como imagen y la imagen es explosión de color que crea un mundo vivo lleno de energía.
Los días raros
Roger Ycaza & María Fernanda Heredia
Fondo de Cultura Económica.
Hay días raros donde el chocolate en vez de tener espuma de bienvenida tiene ojo de lechuza. Hay días raros donde se puede meter un dragón o un trueno. Hay días raros que “se disfrazan de días normales, pero no lo son”. En principio es un libro que tiene una economía de relato visual y textual donde el contexto está marcado por la imagen.
Hay una posible mudanza; valijas, preparativos, una despedida y adultos fragmentados que anticipan un presunto argumento. El cuento habla del estado de ánimo de un nene en cuya casa hay muchas cajas embaladas. Se despide de un hombre y se va con la mamá, llevando un portarretratos que sacó de la casa de quien se despidió. Hay un extrañamiento en la descripción del estado de ánimo, donde predominan las preguntas. Algunas respuestas las podemos encontrar en la imagen, que aporta los detalles, y otras quedan en suspenso. Eso es lo que enriquece el texto.
Es uno de esos libros que no están al servicio de nada, que nos cuentan un trocito de vida con una voz cómplice que deja pasar otras voces (en este caso, de imágenes), que incorporan datos que para unos pueden decir una cosa y para otros, otra. Quedan detalles sueltos o librados a la interpretación de cada quién. Lo esperanzador en ese tiempo, en la vida de este niño que se va de un lugar con su mamá, es lo que ella le dice: “Todo va a estar bien”. Y tal vez así los días raros puedan irse.
Mi pequeño
Albertine & Germano Zullo
Limonero
Una mujer de un tamaño enorme le va a contar una historia a un pequeño a quien supuestamente dio a luz o recibió de muy chiquito. En principio, se podría pensar que ellos son los protagonistas pero después de varias lecturas aquello que cobra una importancia desmesurada es lo que se cuenta (o se está por contar). Hay alguien que quiere confiar algo y se pierde en el relato. Tal vez, el narrador hable de un vínculo amoroso de madre a hijo donde el adulto se achica porque el otro ocupa cada vez más espacio, o aluda al crecimiento de uno y al envejecimiento del otro. Tal vez se hable de la entrega absoluta y del paso del tiempo. Hay tantas interpretaciones posibles que abren un abanico que se multiplica en la relectura, y esas miradas consiguen cambiar todas las veces que se lea el texto.
Mi pequeño es un libro para demorarse en la lectura. Aparentemente, no tiene un receptor definido. Podría ser un bello libro álbum para adultos pero está editado por una editorial que apela al mundo infantil. Podríamos conjeturar que existe una tendencia en la LIJ de invocar al adulto para llegar al niño. Literatura con doble receptor, libros que son para compartir entre chicos con grandes o grandes con chicos. La transgresión y el encanto pasan por esa dualidad.
Los autores recibieron en 2011 por el libro Los pájaros el Premio Sorcières, que es otorgado en Francia por bibliotecarios y librerías especializadas, y en 2008 integraron la lista de Honor de Ibby.