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Cómo desaparecer completamente

Capricho de la reina (Mardulce), es el primer libro de cuentos de Jean Echenoz luego de 14 novelas. Como dice el autor de la nota: no es una sorpresa, sino una revelación.

Por Martín Libster.

Publicar un libro de cuentos después de catorce novelas puede parecer un camino atípico; al menos, inverso al convencional. ¿No se supone que los escritores que están comenzando publican colecciones de relatos para probar la mano en busca de la pericia que les permita concluir una narración de largo aliento? ¿No son esas formas breves necesariamente esbozos, ejercicios, balbuceos? La lógica contemporánea del mercado indica que sí, y la prueba de ello es que tanto la mayoría de los editores como de los lectores quieren novelas; una historia convenientemente empaquetada en doscientas páginas que justifique la inversión. Esos libros, en todo caso, duran varios viajes en subte.

 

El camino de Jean Echenoz (Orange, Francia, 1947) es otro; es por eso que Capricho de la reina, su nuevo libro, de escasas noventa y dos páginas de letra mediana e interlineado generoso, no representa un cambio de género, sino más bien una radicalización de su procedimiento. La noción de novela del autor siempre fue más bien flexible (La ocupación de los terrenos y Un año, por caso, podrían acomodarse con más facilidad bajo la neutra etiqueta de “relatos”), pero el proceso comenzó a acelerarse con la publicación de su trilogía de novelas “biográficas” (Ravel, Correr, Los relámpagos), en las que toma como excusa las vidas del compositor francés, del deportista checoslovaco Emil Zatópek y del inventor serbio-estadounidense Nikola Tesla. El método de Echenoz, personalísimo, es muy distinto del más convencional practicado por, pongamos por caso, Emmanuel Carrère o Javier Cercas; no sólo porque el autor tenga la deferencia de correrse del centro de la escena y concentrarse simplemente en su protagonista, sino porque sus novelas sólo tienen de documental algunos datos de la vida de sus personajes. En sus pocas páginas hay mucho para leer, pero poco para aprender. Son lo opuesto a la novela “histórica”; ni abundancia de detalles, ni grandes frescos de la época minuciosamente compuestos. Más bien la pincelada veloz, la sugerencia de un clima, un estado de ánimo generalizado y, en medio de todo eso, el destino del héroe discreto. Como muestra acabada del procedimiento, puede consultarse 14, la última novela de Echenoz, que condensa en la peripecia de cuatro soldados provincianos (y en poquísimas páginas) la gran epopeya de la Primera Guerra Mundial.

Capricho de la reina es, entonces, el último avatar de esta cadena de adelgazamiento de la narración y borramiento de la figura autoral. Se trata de una colección de siete textos que ya habían aparecido bajo otros formatos; según la nota que concluye el libro, varios de ellos forman parte de proyectos multidisciplinarios (musicales, teatrales, pictóricos), cosa que hace pensar si la brevedad de Echenoz no se debe, en parte, a que su textos dialogan con unos intertextos que, en la forma de libro, nos son escamoteados. Pero lo fascinante es que de todos modos funcionan como objetos autónomos; si en sus últimas cuatro novelas el autor podía permitirse prescindir casi por completo de acontecimientos históricos gigantescos y cataclísmicos (o verlos como se vería un terremoto a través de un microscopio), no debería sorprendernos que sus relatos, concentrados meramente en las reglas de su funcionamiento interno, puedan desprenderse con comodidad de la carcasa que originalmente los contenía, movimiento análogo al de Céleste Oppenheim, la protagonista de “Nitrox”, quien sale de una cápsula submarina para pasearse por el fondo del océano en una travesía que semeja un renacimiento y resulta, al mismo tiempo, un espectáculo erótico para el narrador. “Nelson” y “En Babilonia” son dos nuevos ejemplos de esas narraciones históricas sin Historia; en la primera, se narran las debilidades del gran héroe de Trafalgar y su secreto aporte a la grandeza del Imperio; la segunda, que cuenta una estadía de Heródoto en Babilonia, es una extraordinaria reflexión sobre la profesión histórica, el oficio de novelista y los nudos secretos que vinculan una y otra (y tiene, en su sarcasmo sutil, un ligero eco de “Los teólogos”, de Jorge Luis Borges). “Veinte mujeres en el Jardín de Luxemburgo y en el sentido de las agujas del reloj” es una lectura del paisaje como clave de la historia de Francia. Pero sin dudas el texto más interesante del libro es “Ingeniería civil”, el relato del duelo de un hombre que, para soportar su soledad, se embarca en la escritura de una “historia abreviada general de los puentes”. El análisis exhaustivo de las formas, colores y materiales de los artefactos que los hombres han diseñado a lo largo de la historia para franquear ríos y arroyos se imbrica magistralmente con el devenir emocional de su protagonista. El catálogo de puentes que cuelgan en diversas regiones del mundo es análogo a la nómina de escritos de Pierre Menard (“un diagrama de su historia mental”), y su final trágico es perfectamente coherente con el errático y asordinado via crucis de su personaje.

Capricho de la reina no es una sorpresa, sino una revelación; encontramos en él al Jean Echenoz de siempre, su ironía, su fascinación por superficies y materiales, la obsesión descriptiva, las largas listas de objetos interrumpidas por una brevísima reflexión que dota al paisaje de un sentido histórico o literario (“una emanación de árboles casi exageradamente franceses en la exhaustividad de su representación”, leemos en el relato que da título a la colección). Lo que resulta casi inverosímil es la capacidad de Echenoz para ejercer su arte en superficies cada vez más pequeñas, la maestría con que logra filtrar la figura autoral en textos aparentemente tan asépticos, el perfeccionamiento del legado de Alain Robbe-Grillet y, en cierta medida, también de Georges Perec. En su extraordinaria condensación, Capricho de la reina ofrece una respuesta posible a la inquietante pregunta de Maurice Blanchot: ¿Cómo haremos para desaparecer?

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