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Bonjour, Françoise

Niña prodigio, Françoise Sagan escribió Buenos días, tristeza (recién publicado en español por Tusquets) a los 18 años y se convirtió en un éxito mundial. “En lugar de huir a Chile con una banda de gangsters, me quedé en París a escribir novelas”.

Por Patricio Zunini.

A veces con sólo leer las dos o tres primeras oraciones de una novela, uno sabe que va a ser imposible soltarla. Es una certeza instantánea: como el amor a primera vista. Podemos mencionar, por ejemplo, los comienzos de Cien años de soledad, de Ana Karenina, de El fin de la aventura. La lista no es breve pero tampoco muy vasta. A la lista hay que agregarle, sin dudas, Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan:

A ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura me obsesionan, dudo en darle el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza. Es un sentimiento tan total, tan egoísta, que casi me produce vergüenza, cuando la tristeza siempre me ha parecido honrosa. No la conocía, tan sólo el tedio, el pesar, más raramente el remordimiento. Hoy, algo me envuelve como una seda, inquietante y dulce, separándome de los demás.

La vida de Sagan está llena de mitos. Hay uno, por ejemplo, que dice que a los 16 años recibió en el colegio (católico) el encargo de preparar un ensayo con el título “En qué se parece la tragedia a la vida” y el resultado fue esta maravillosa novela, que aquí comentamos. La historia verdadera, la que cuenta la propia Sagan en la revista “Paris Review” del otoño de 1956 (por ese entonces tenía 20 años y un nuevo libro), aunque más pedestre, no es menos brillante. Sagan dice que la escribió a los 18, con el “deseo arrollador de escribir y algo de tiempo libre”. Dice que le dedicó tres horas por día durante dos o tres meses (en “The guardian” dice que fue durante unas vacaciones de siete semanas) y que no se detuvo ante problemas literarios sino que ocupaba todas las energías en llegar a terminar. Dice que había escrito varios finales y que, al momento de la publicación, discutió con los editoress cuál debía quedar. Y también dice que, para ella, escribir era salir en busca de aventuras: “En lugar de huir a Chile con una banda de gangsters, me quedé en París a escribir novelas”.

El verdadero apellido de Sagan era Quoirez; tomó el seudónimo de la princesa de Sagan, un personaje de En busca del tiempo perdido. Lectora voraz, además de Proust, sus favoritos eran Stendhal, Gide y Camus. Era íntima amiga de la hija de André Malraux, con quien todas las semanas iba a escuchar jazz en Théâtre du Vieux-Colombier. Parte de estas influencias se ven en su novela. Por ejemplo, la primera línea del segundo párrafo de la novela dice «Aquel verano yo tenía diecisiete años y era completamente feliz»: ¿no parece de Proust? Además, el título nace de un verso de Paul Éluard: «Adiós tristeza / Buenos días tristeza / Grabada estás en las líneas del techo / Grabada en los ojos que yo amo». Y, luego, hay un vínculo que a ningún reseñistas de la época se le pasó por alto: la protagonista de Buenos días, tristeza es una versión europea y cínica de Holden Caufield. Para sostener este paralelismo podemos decir que El cazador oculto se publicó en 1951 y la novela de Sagan en 1954.

Buenos días, tristeza está narrada por Cecile, que cuenta en primera persona las vacaciones en una playa del Mediterráneo junto a su padre, que enviudó cuando ella era una nena. Cecilia pasó la la infancia en un internado y luego estuvo un breve período a cargo de Anne, una amiga de la madre que tenía normas de conducta estrictas. En la frivolidad del padre (40 años, seductor, nueva novia cada seis meses) ella encuentra el modelo de vida y placer que espera sostener para sí. Pero todo se rompe cuando Anne los visita y el padre se enamora perdidamente de ella, al punto de proponerle casamiento. «Yo», dice Cecile, «hecha para la felicidad, la amabilidad, la despreocupación, penetraba por su culpa en un mundo de reproches, de mala conciencia en el que, demasiado inexperta para la introspección, me perdía yo misma». La amenaza de perder la liviandad lleva a Cecile a urdir una serie de manipulaciones entre todos los personajes del drama.

Tal vez para nosotros, el lirismo y la elipsis con que Sagan aborda las escenas de sexo nos resulte un tanto ingenuo, pero para la época en que se publicó la novela supuso un gran escándalo. Eran los años que separaban la segunda guerra de la revolución sexual y el mayo del ’68; los parisinos no estaban preparados para que una adolescente contara sus aventuras en la cama. La revista Paris-Match la llamó “una Colette de 18 años”. François Mauriac —premio nobel de literatura en 1952— le dedicó la portada de Le Figaró al “monstruito encantador” y hasta Charles de Gaulle dijo estar “perplejo” con el libro.

“Nunca hago un juicio moral de mis personajes”, dice Sagan en aquella entrevista de la Paris Review. “Hacer juicios a favor o en contra de mis personajes me aburre enormemente; no me interesa en absoluto. La única moral para un novelista es la moral de su estética.”

Después de Buenos días, tristeza, publicó más de 30 títulos, entre novelas, volúmenes de relatos, guiones para cine y biografías. Salvo por la edición de Tusquets de su novela icónica, hay que tener mucha suerte para encontrar otros de sus libros. Hay algunas traducciones publicadas en España como La cama deshecha (Plaza & Janés, 1991), La soga (Salvat, 1994), Un disgusto pasajero (RBA, 2001).

A menudo la comparaban con James Dean. Sagan vivió la vida epicúrea que imaginaba para sus personajes, entre el exceso de la aventuras y la bohemia. Fue amiga de Sartre y Miterrand. Se casó y se divorció dos veces (del primer marido por “incompatibilidad de horarios”). Vivió al borde del alcoholismo y la adicción. En los noventa tuvo una condena por posesión de cocaína. La compulsión al juego la llevó a perder todo su dinero. En 2002, sin un centavo, perdió un juicio por evasión impositiva con un cargo de 800mil euros y un año de cárcel en suspenso; una serie de intelectuales se congregaron para interceder por ella ante el presidente Jacques Chirac. Sagan murió dos años después debido a una embolia pulmonar.

“Toda mi vida”, dijo, “continuaré obstinadamente escribiendo sobre el amor, la soledad y la pasión. El resto no me interesa.”

***

 

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