¿Acaso no se parecen un alpinista y un escritor?
Lunes 05 de enero de 2015
Sobre Historias Extremas, de Federico Bianchini (Ceibo Ediciones, Chile, Colección Crónicas y Memorias, octubre de 2014).
Por Mónica Yemayel.
Michel Serres se calzó hace unos años el traje de alpinista y escaló las montañas para comprobar una idea que lo perseguía: el cuerpo piensa. «Específico, particular, original, todo el cuerpo inventa; a la cabeza le gusta repetir. Ella, tonta; él, genial. ¿Por qué no habré aprendido antes su fuerza creadora?», escribió el filósofo francés en "Variaciones sobre el cuerpo" mientras se fundía en una exploración extraña: escribir mientras ponía al límite su propio cuerpo. ¿Acaso no se parecen un alpinista y un escritor?
En Historias Extremas el cuerpo en acción no es el de Federico Bianchini. En las ocho crónicas que cuenta, no es él el rescatista que busca sobrevivientes en las montañas y que ata a los muertos a alguna piedra para que el viento no los vuele; ni es él el corredor perdido que espera que alguien escuche su grito sobre una piedra que pende al borde de un abismo; tampoco es el nadador que bracea 88 km en las aguas del Paraná con el estómago y hasta el alma acalambrados; ni el maratonista que se enfrenta con una distancia demencial en un suelo rocoso que parece hecho de espinas; no es él el ciclista que cruza desiertos imposibles en Etiopía o Arabia Saudita.
No es el cuerpo de Bianchini, es cierto, pero es su voz. El cronista elige escribir en nombre de ellos en una primerísima persona. Una voz inventada para cada cuerpo creador. «Los hombros. Siento que estoy nadando dentro de una armadura. Me duelen los hombros. Sin embargo, lo tengo claro, el dolor pasa. Pasa y después viene la gloria», dice el nadador en “La historia de un hombre que piensa mientras nada”; «No uso anteojos oscuros. Me gusta mirar a la gente a los ojos. No me importa si estoy en África bajo un sol que derrite los terrones de tierra», dice el ciclista de “La historia de un hombre que pedalea hasta que duele”. Y en “La historia de un hombre que se cree lento”, el maratonista que corre 80 Km dice: «Aunque pocos lo admitan, este tipo de distancia es cosa de locos. Pero dicen que los locos saben disfrutar y ver de otra forma. Y también, aunque en voz bastante baja, dicen que, por miedo, los cuerdos se pierden demasiadas cosas.»
«En este libro el cuerpo manda», escribe Cristian Alarcón en el prólogo. «En este libro pueden leerse alucinaciones y poesía, sangre y espiritualidad, pasión mística y goce neurótico».
Como si le dictaran una carta Bianchini escribe en nombre de esos cuerpos que mandan. Como un copista. O un doble de riesgo. O como un cronista que se apodera de la experiencia de esos cuerpos al límite para ensayar, a su modo, el método Serres.
«Grité auxilio. Hice sonar el silbato. Grité auxilio. / Creí oír un ruido. Temí otra alucinación, pero un helicóptero negro, pasó sobre mi cabeza. / Más gritos desesperados. /Por favor. /Que alguien. /Quien sea. /Me escuche.» Escribe en “La historia de un rescatado”.
¿Se puede creer en la primera persona que inventa el cronista? Una anécdota, mínima, tal vez sea una pista para lectores sospechosos. Hace un tiempo se discutía en un taller de periodismo narrativo un perfil; alguien había sido asesinado en Río Gallegos en un mes de julio. El texto decía algo así: «…el cuerpo estaba boca abajo; la cara seca sobre las baldosas heladas».
-Perdón -interrumpió Bianchini con el ceño muy fruncido- Pero ¿cómo podemos estar seguros de que las baldosas estaban heladas?