Todo está en el lector
Jueves 03 de octubre de 2013
En el séptimo día del Filba Internacional (el cuarto en Santiago) se realizó la mesa “Cruces epistolares II”, con la participación de Fabián Casas y Diego Zúñiga y la moderación de Hernán Ronsino. Con la excusa del aniversario 50 de la primera publicación de Rayuela y los 10 años de la muerte de Bolaño se reflexionó acerca de las conexiones entre ambos.
Por Soledad Camponovo. Foto: Ana Edwards.
La mesa “Cruces epistolares II” comenzó mucho antes que el martes en el Centro Cultural Gabriela Mistral. Se inició ya hace dos meses cuando Hernán Ronsino dio la partida para el intercambio de cartas entre Fabián Casas y Diego Zúñiga, recordando la noche en que Fabián, con varios whiskies en el cuerpo, se topó en la tele con una entrevista a Cortázar y se puso a llorar. Se acordó de cuando tenía 11 años y volvía del centro a su casa “con el ladrillo negro de Rayuela recién comprado” y leyó las primeras palabras del libro: “¿Encontraría a la Maga?” (A mí se me pone la piel de gallina).
La celebración número 50 de la publicación de Rayuela de Julio Cortázar y el aniversario de los 10 años de la muerte de Roberto Bolaño sirvieron de excusa para pensar acerca de estos dos autores en los cruces epistolares que tuvieron Casas y Zúñiga, bajo la mirada espía de Ronsino. Este ejercicio, que también realizaron en Buenos Aires Alejandra Costamagna y Mariana Enríquez el sábado 27, permitió recuperar algo de la literatura íntima, al rescatar un género casi en desuso.
Después de que los panelistas leyeron las cuatro cartas que se mandaron, una de las primeras preguntas que surgió fue si estos autores eran o no de iniciación. Ronsino trajo a la mesa un artículo de Villoro en el que decía que, de alguna manera, Los detectives salvajes se había convertido en un manual de comportamiento para los lectores jóvenes, hecho que no pasaba desde Rayuela. Zúñiga, que leyó ambos libros alrededor de los 15, cree que sí, porque a él lo abrieron a otras lecturas.
A Casas con Rayuela le pasa algo parecido, a pesar de que dice tener una relación ambigua con ella: “Es como cuando ves a alguien que querés mucho después de un tiempo y te empezás a dar cuenta de que hay cosas que hace mal recién entonces”, comenta. En una de las cartas explica que “existen autores que admiramos, que nos iniciaron, pero que después no nos pueden acompañar en toda nuestra vida de lectores. Se nos vuelven anacrónicos, snobs, ingenuos”. En cambio con Bolaño, Casas contó que la primera vez que lo leyó pensó que era Roberto Gómez Bolaños (Chespirito) y que a aunque lo intentó no pudo entrar, como le pasó con Trilce. En la carta le contaba a Zúñiga que después de un viaje siguiendo al Che lo volvió a leer y se conmovió como pocas veces lo ha hecho un libro de poemas.
Pareciera entonces que las lecturas tienen que ver con el tiempo en que las leemos y que los libros son mucho más que lo que está escrito en ellos porque siempre está presente la experiencia que te produjo. Al final todo depende del lector, al igual que la vigencia o no de la obra, es lo que el lector hace con ella.
Aunque a estas alturas Fabián Casas dejó de creerle todo a Rayuela porque, como en una película, ve a los camarógrafos, los iluminadores, el set; Diego Zúñiga rescata el capítulo 23 donde aparece Berthe Trépat. Con los cuentos de Cortázar concuerdan en que “El perseguidor”, sobre el jazzista Charlie Parker, es maravilloso. De las obras de Bolaño la que más sobresale en la discusión es 2666: “Está escrito en el futuro”, dice Fabián. “Es una fuerza de la naturaleza”, remarca Diego.
Aquí estamos “poniendo en duda a Cortázar, poniendo en duda a Bolaño”, escribió Zúñiga en su primera carta. A lo que contesta Casas: “No se trata de dudar, si no de poner en estado de pregunta todos nuestros intereses, no sólo a Rayuela o a Bolaño si no, constantemente, todas nuestras certezas”.