Filbita en Villa Ocampo
Lunes 12 de setiembre de 2011
La jornada de actividades para chicos en Villa Ocampo, el estreno de Filbita.
Por P.
Después de un día muy intenso de actividades el sábado en Malba, más comida con autores posterior y casamiento de amigo más posterior aún, caigo rendido en la cama y casi sin darme cuenta duermo, me levanto (el despertador hace un trabajo impecable e implacable) y pispeo por la ventana. Cielo azul, muy. Sol amarillo, incandescente. Miro un muñeco que un vecino tiene colgado afuera de su ventana. No se mueve. Ergo: no hay viento. Ma qué día peronista. Día Filbitista.
En la ducha, sector clave en el pensamiento de la humanidad, empiezo a estar seguro que la jornada en Villa Ocampo va a llenarse de gente, imagino miles de niños y niñas con sus padres. Y empiezo a tener los típicos miedos de saber si vamos a poder responder a posibles desbordes. No viene mal esa adrenalina, pienso, dormí apenas tres horas.
Desayuno tráfico semáforos domingo la puta madre ansioso no hay radio que pase lo que me gusta semáforos me pierdo doy más vueltas de lo habitual llego a Villa Ocampo.
Es la una, falta una hora para que todo empiece. Doy un par de vueltas por el jardín y en 2 minutos ya sé que todo va a salir bien. Acá conectan los parlantes para el recital/cuentos homenaje a María Elena Walsh, ya están las mantas dónde los talleres (de matemáticas, de “nariz de higo” y de cuentos) van a funcionar, por allá preparan el taller de superhéroes, muchos libros en la glorieta están placidamente acomodados esperando a los chicos que los van a leer, allá inflan los globos que van a ser soltados como cierre de jornada llevando (a Flores, a la Quiaca, a la China) los poemas que todos van a escribir a lo largo del día, un balcón de la casa está preparado para un taller de encuadernación, cuatro grandes chicos animadores mucha onda con remeras que dicen “Valor vereda”, que más tarde van a hacer una búsqueda del tesoro literaria, ayudan (y ayudarán) en todo.
Y todo transcurre tranquilamente, se respira serenidad y seguridad de que todo va a salir bien. Me contagio. Le pregunto a Larisa (nuestra gran organizadora de Filbita, junto con Amalia) en qué puedo ayudar. “En nada”, me dice. Me voy a colgar una bandera, por hacer algo. Es todo lo que hago.
A las 2 y 10 ya hay 50 persona. A las 3, ya son 300 personas las que pasean por los jardines de doña Victoria. Todos los talleres arrancaron y el público en cada uno es el justo. Todo fluye. Perdón por la cursilería, pero mi corazón galopa de felicidad. Camino y disfruto. Me encuentro con gente y converso. Quiero participar de las actividades.
No voy a escribir más, le voy a pedir, en este humilde word que le mando al “señor del blog”, que llene de fotos esto y que hablen por mí.
O sí, voy a decir un par de cosas más: durante las cuatro horas pasaron poco más de 900 personas,. Me animo a decir que todas disfrutaron. Que pasaron un día en familia, al aire libre, y leyeron, escucharon, escribieron, cosieron libros, jugaron y cantaron. Algunos, por supuesto lloraron. Yo lo hice, de emoción, cuando los padres cantábamos más entusiasmados que nuestros hijos las canciones de la autora de Manuelita.
Muchos padres se llevaron libros para sus hijos y estoy seguro de que a la noche los leyeron con entusiasmo. Estoy seguro de que a algunos se les va a hacer costumbre, hábito. Somos muchos los que tratamos, con este tipo de actividades, contagiar el virus de la lectura. Pensar eso, más allá de las sonrisas de los chicos, de la alegría de los padres, del disfrute de todos y todas a lo largo del día, es lo que me llena de felicidad.