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Filba Azul, día dos

La fecha más movida del festival en Azul: un viernes que empezó con los escritores visitando una escuela y terminó con la fundación de una biblioteca y un asado en la peña del Filba.

Por Valeria Tentoni. Fotos de Nicolás Murcia.

Unos cien chicos de diez años esperaban en la Escuela Nº 17 de Azul a los escritores para hacerles preguntas. Hasta ahí llegaron Sergio Olguín, Juan Sasturain y Luis Sagasti, quienes compartieron con ellos sus experiencias y respondieron un montón de preguntas acerca de su oficio. “Empecé a escribir porque no sabía cantar y me gustaba una chica”, les confesó el autor de Bellas artes.

 

Mientras tanto, en el aula de taller de grabado de la Escuela de Bellas Artes, Vivi Tellas recibía a los participantes de su encuentro. Entre prensas y mesones de trabajo, sentados en altas banquetas, les contó acerca del biodrama: “Yo trabajo con personas que no son actores: es todo muy inestable y frágil, porque son personas que no tienen ningun entrenamiento en teatro. Pero sí tienen alguna relación con la teatralidad, y ese es el punto”. Tellas repasó algunas de sus obras antes de comenzar con los ejercicios del taller. Contó cómo comenzó a trabajar con su mamá y su tía, avanzando sobre las cosas ocultas que tienen las familias, con la distancia entre quién sos adentro y afuera de ese sistema: “Lo que encontré en la familia es la repetición, que es un elemento del teatro. En las familias siempre hay uno que cuenta la misma historia”. También se refirió a su experiencia con Tres filósofos con bigotes, donde trabajó con los ejemplos de la filosofía como pequeñas obras de teatro a partir de unas clases con Tomás Abraham. “Despues hice Escuela de conducción: tomé un curso para aprender a manejar en la escuela del ACA y, cuando entré, me encontré con una ciudad falsa, ficticia, con caminos y señales que no van a ningún lado. Después me metieron en un simulador de manejo; éramos 12 personas que teníamos que actuar que manejábamos mirando un video. Ahí, otra vez, encontré esa ficción, y dije bueno, acá puedo hacer teatro también”. Entre las últimas obras que montó, se cuentan La bruja y su hija y Maruja enamorada.

Por la tarde, en el Salón cultural, Jorge Consiglio moderó el panel Unidad mínima de ficción: Roque Larraquy, Sergio Olguín y Vivi Tellas se preguntaron acerca de los escenarios, personas y situaciones que circulan en el mundo real, naturalmente, a la espera de que la mirada del creador se las apropie. Consiglio arrancó planteando algunas preguntas acerca de cómo y qué captaban de la realidad en esas “pequeñas instancias” o chispazos que se arrastran, luego, a la ficción. Tellas explicó: “Yo secuestro realidad y la llevo al escenario. Cuando veo algo que se parece al teatro, quiero hacer una obra. Esa es un poco mi técnica. A partir de que hice mi primer obra documental me di cuenta que estaba desarrollando esa mirada teatral en la realidad, en todo lo que yo hacía. Tenía como un termómetro de ficción. Inventé en umbral mínimo de ficción, que es una medida poética para medir la ficción. Como kilos, metros, kilómetros, el UMF mide la cantidad de ficción que hay en una situación de la realidad. Me interesa ese momento en que la realidad se convierte en ficción, esa especie de frontera. Es un momentito, como cuando el pan comienza a levar”.

Por su parte, Olguín dijo: “No suelo tomar notas de cosas que leo, ni de situaciones, ni nada. Sin embargo, trabajo mucho con cuestiones de la realidad, con elementos tomados de la vida cotidiana, pero me parece que eso funciona como una decantación. Tengo una pésima memoria, pero sí es buena para salvar los gestos y determinadas frases o palabras que dice la gente, y eso lo voy incorporando en la ficción. Siento, cuando estoy con alguien, que esa persona tiene algo para aportarme: hay una cosa medio vampiresca, siempre hay algo que sirve para convertirlo en un personaje o en parte de un personaje, en ese Frankenstein que es un personaje”. Roque Larraquy agregó: “Mi máximo placer pasa por escribir literatura, pero trabajo como guionista freelance. Con respecto a ese tipo de narrativa, yo encuentro que si bien hay una exigencia de una producción por metro, el tema del encuentro con el factor creativo es muy importante. Siento que, por un lado, el lenguaje del guión es uno que obtiene muchos frutos creativos a partir de una coerción externa. En esa restricción se producen ideas muy fecundas. Con la literatura, en cambio, me parece que el proceso es muy diferente. Hay que estar mucho más alerta, un poco desalienado, desafectado del puro interés personal a la hora de indagar en opciones creativas. No llevo una libreta encima: pocas veces se me han ocurrido ideas literarias, y por eso mismo las recuerdo”.

Al finalizar ese panel, lo que siguió fue el de cruces epistolares sobre César Aira, en el que Ariel Idez y Sergio Chejfec, con Patricio Zunini como moderador, compartieron algo acerca de las cartas que se estuvieron escribiendo durante meses y a miles de kilómetros de distancia, discutiendo la herencia, ruptura y continuidad de la obra del autor de El mármol. “La propuesta es recuperar los tiempos de debate a través de carta”, explicó Patricio Zunini, refiriendo a la experiencia de la revista En ciernes.

En simultáneo, en Casa Ronco –donde se alberga una pared completa de ediciones distintas de El Quijote, la colección de libros de Cervantes más grande del mundo fuera de España– se produjo el primer encuentro de Uno a uno. Una experiencia inquietante: los escritores Oscar Fariña, Hebe Uhart y Patricia Ratto recibieron a un número reducido de asistentes por turno, en lecturas persona a persona. Compartieron durante unos minutos sus textos elegidos en una situación de amorosa intimidad intempestiva. Fariña decidió leer algo de Bernardo Kordon y del Vizconde de Lascano Tegui. Uhart seleccionó fragmentos del cuento Los mil días de Daniel Moyano, y Patricia Ratto fue con cuentos de Jorge Di Paola. Uhart eligió, para recibir, la cocina. Esperaba a los oyentes con mate. Fariña hizo lo propio en una de las salas con libros, sobre un escritorio, y Ratto en una habitación museo. Los lectores se fueron felices.

Al atardecer, en el Café Teatro Español, se desarrolló la lectura Composición. Tema: La pampa. Marcos Almada, Martín Zariello, Oscar Fariña, Roque Larraquy, Lila Navarro y Guillermo del Zotto, presentados por Amalia Sanz, compartieron las microficciones que escribieron para la ocasión.

En el Viejo aserradero, mientras tanto, Luis Sagasti se robaba la atención de todos los presentes. ¿Por qué leer? Eso se propuso explicar. Y dijo, entre otras cosas, que “leer es una revolución silenciosa”, avanzando sobre la hipótesis de que el lector, por el movimiento que realiza con su cabeza para ir de un lado al otro del renglón (más cerca del no, que del sí que supondría ir de arriba hacia abajo en vez de izquierda a derecha), está, mientras lee, diciéndole que no al estado de cosas presente, al sistema. “Es como hacer fuck you”, dijo. Y agregó: “La literatura me ha servido para no convertirme en esa persona que, de chico, yo no quería ser de grande”. Y también, claro, para encontrarse con historias maravillosas.

A unas veinte cuadras del centro de Azul, ese lugar que fuera convertido en un espacio cultural donde se ofrecen talleres de todo tipo para adultos y chicos, ya contaba con una fogata y una parrilla completa para más de 150 personas. El equipo de trabajo que impulsa las actividades autogestionadas del lugar presentó, junto al presidente de la Fundación Filba, la nueva biblioteca popular del barrio. Más de mil libros se habían recolectado, viajando desde Buenos Aires y Bahía Blanca y sumándose, también, a los muchos que se recolectaron en Azul.

Ahora cubren toda la pared del fondo del espacio, y sirvieron, también, como fondo para un duelo de payadores impagable. Cuando terminó la presentación, muchos de los invitados al festival se acercaron a los estantes para revisar qué había. Juan Sasturain, Hebe Uhart, Jorge Consiglio y Vivi Tellas se asombraron por la calidad de las donaciones –hay libros nuevos, que distintas editoriales hicieron llegar a Eterna Cadencia, en Buenos Aires, listos para encontrarse con sus primeros lectores. Y también hay muy buenos usados, y hasta primeras ediciones difíciles que Sasturain identificó con su ojo entrenado.

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