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Colombia por Colombia

Los escritores colombianos Pilar Quintana, Cristian Valencia y Juan Manuel Roca, con la moderación de Margarita García Robayo, participaron de un panel sobre literatura colombiana en el marco del 5º Filba Internacional.

Foto: Vito Rivelli.

valencia, roca, quintana

Pilar Quintana, Juan Manuel Roca y Cristian Valencia: una narradora, un poeta y un cronista ofrecen tres miradas sobre el escenario de la literatura colombiana contemporánea. ¿Qué tradiciones se está leen en el Caribe? ¿Cómo afecta la crónica en la producción literaria y narrativa del país? La charla entre los tres escritores colombianos se dio en el marco del 5º Filba Internacional, con la moderación de Margarita García Robayo.

 

[El audio registra desde la charla ya comenzada.]

Juan Manuel Roca: Hay un carácter pendular de las influencias en la poesía colombiana y a partir de José Ascensión Silva todos los poetas posteriores se manifiestan acerca de su poesía de dos vertientes, una muy lírica y otra con un sesgo irónico, que se llama Gotas Amargas, y que quizá sea anterior como antipoeta a Nicanor Parra. A partir de ahí, como digo, todos se refieren a manera de espejos miméticos o decapitaciones iconoclastas. Dando un brinco muy largo aparece la “Generación del Centenario”, que es una poesía hispanizante, verbosa, y luego aparece la “Generación de los Nuevos” que es un detonante real de la literatura, de la poesía, de la plástica, de la crónica en los años veinte. Tal vez la mejor crónica que se haya escrito en Colombia sea de esa época. Y con poetas muy importantes que tienen la influencia de la poesía francesa. Son poetas afrancesados que ignoran a la generación anterior pero se ponen de acuerdo con cierto minimalismo de la poesía de Silva. Y luego, de esto, en un itinerario muy apretado, aparece la “Generación de piedra y cielo”, que, al contrario de los Nuevos, vuelve la cara hacia España con una poesía conservadora, meliflua, sacarina, para mi manera de entender, que tiene rasgo común con una idea poética preconciba de temas preconcebidamente poéticos enunciados con palabras preconcebidamente poéticas. Luego aparece la “Generación de Nito”, llamada así porque aparece una revista que los aglutina, una revista maravillosa dirigida por Jorge Gaitán Durán donde por primera vez se publican poemas de Alejandra Pizarnik y se pone al día de las vanguardias de América latina y el último número de esa revista se dedica a un movimiento que a veces es más social que literario y es el movimiento nadaísta. A partir de ahí, mi generación toma varias vías. No es una coral cantando la misma tonada, hay vertientes muy distintas, y al contrario de lo que pasaba en todo el continente donde el escenario poético se lo disputaban los coloquialistas y los poetas de la imagen, aquí se juntan esos dos extremos entre el contar y el cantar. La generación mía ha tenido más nombres que una pila bautismal. La han llamado “Generación del Estado de sitio”, “Generación del golpe de dados”, “Generación desencantada” (que es el nombre menos afortunado porque para generar desencanto tuvo que haber existido antes encanto y eso podría adjudicársele a cualquier generación). Yo la llamo más bien “Generación del Incidio” porque no vivimos un exilio como viven tantos colombianos sino un exilio interior. La cultura ha sido desplazada y por supuesto la poesía: no se edita poesía en sellos editoriales, lo cual ha sido bueno porque permite una digestión más lenta. Ahí me ubico yo, en esa tradición de la poesía. He escrito novela; prometo no volverlo a hacer.

Margarita García Robayo: ¿Ustedes se sienten en alguna tradición literaria? ¿Fijan sus referencias allí, si es que existe algo como una tradición narrativa colombiana?

Pilar Quintana: Yo no sé si las encuentro en una tradición, pero sí en las lecturas que me formaron de adolescente, que fueron dos. Uno era un autor que era obligado a leer en el colegio y otro que estaba prohibido: el primero naturalmente fue García Márquez, leíamos Cien años de soledad en quinto de bachillerato, pero antes había leído Crónica de una muerte anunciada y quedé absolutamente obsesionada con este libro: lo subrayaba, hacía anotaciones al margen, lo llevaba para todos lados. Y un día conocí a otro adolescente que también llevaba siempre un libro: el que él tenía era Que viva la música, de Andrés Caicedo, pero no me lo prestó porque era su Biblia. Entonces fui al colegio y le pregunté a la bibliotecaria (que siempre me recomendaba libros, entonces yo muy juiciosa leía a Jane Austen) si tenía Que viva la música y ella al principio me contestó que por qué no seguía leyendo lecturas más edificantes como Jane Austen y como yo seguí insistiendo me mostró un salón con lecturas prohibidas como Caicedo y Miller. Con esas dos lecturas se formó mi universo literario. Cuando leí Crónica de una muerte anunciada pensé que quería hacer eso en la vida: escribir libros y que ojalá un día alguien lea un libro mío y se obsesione tanto como yo con Crónica de una muerte anunciada. La literatura era algo fantástico donde el personaje salía volando con las sábanas de la familia o pasaba en la campiña inglesa con niñas muy puestas en su sitio, y entonces Andrés Caicedo me mostró que la literatura también se podía hacer en la esquina de tu casa.

Cristian Valencia: Yo odiaba al periodismo. A los 19 años me sentía Batman, como una persona de 19 años, pero en mis primeros trabajos tenía que decir “ayer la papa costaba 80, hoy 81”. Ese era todo mi trabajo. Entonces empecé a hacer una agenda paralela. Iba a una rueda de prensa con el ministro de agricultura y todos los periodistas se metían con los grabadores y todos tenían la misma grabación, y yo, porque cojeo, no me iba a meter a codearme con nadie, entonces me quedaba mirando todo del otro lado, compraba el cassette y entonces hacía lo de la rueda de prensa normal y luego hacía crónicas para mí. Pero no había dónde publicar crónicas en los ochenta: no había revistas especializadas ni nada. Entonces yo me retiré del periodismo (“No voy a vivir de esta tontería”) hasta que a fines de noventa, una periodista colombiana que se llama Marianne Ponzo, que era directora de la revista Cromos me llamó para hacer reseñas de libros, reportajes y crónicas. Marianne tenía una revista banal, una revista de farándula, pero contrató a muy buenos periodistas para escribir sobre esas banalidades y la revista subió de nivel. Se hizo un staff muy grande con buenos fotógrafos incluso. En ese entonces también apareció Gatopardo y empezó a haber una movida. Se juntaron muchas voces de México a Argentina pasando por Colombia. Allí participé de un concurso de crónica y salí segundo y eso me subió la tarifa y me dio más espacios. La revista Soho —que  es como Vanity Fair: con mujeres en pelotas y escritores; funciona muy bien, pecar y rezar funciona— podía pagar bien a los escritores y los escritores se ponían a escribir crónicas. La primera etapa de Soho fue entretenido porque uno proponía temas, te daban buen paginaje y te pagaban bien. Toda esa conjunción sirve muy bien. La crónica básicamente atrae a los escritores porque pagan. Escribiendo novelas y cuentos uno no se va a ganar la vida. La crónica paga y paga bien y si lo haces mejor te pagan mejor. Hubo un vibrato latinoamericano y se disparó. Ahora, no sé para dónde se dispara, porque todo el mundo quiere escribir crónica pero no hay dónde ponerlas. No hay donde ponerlas.

Yo recuerdo que alguna vez te escuché decir que tus primeras lecturas fueron literarias, a los 18 años querías ser escritor y que quizá eso fue lo que te llevó, cuando encaraste el oficio más periodístico, a distinguirte de algún modo entre los periodistas que tenían una formación más académica, más clásica. ¿Creen fehacientemente que ser escritores les da un plus para encarar trabajos de no ficción?

Cristian Valencia: Yo creo que es un entrenamiento. Como entrenar sensibilidad y el oído. Uno aprende a ver un panorama más amplio. La primera lectura que leí en mi vida, porque no leía absolutamente nada, fue un libro barato y pornográfico que se llamaba El agente 008 contra Sancocho. [Risas]

Pilar Quintana: ¡Buenísimo! ¡Yo quiero leer eso!

Cristian Valencia: Es una novela policiaca. Me encanta leer novelas policiacas. Después leí, por supuesto, libros más serios. Pero todas las lecturas lo educan a uno. De alguna manera afina el oído y la percepción de la realidad. Es un panorama mucho más amplio que el que puede tener un estudiante de una universidad de comunicación social o periodismo, a quienes les enseñan un canon. No habría porqué estudiar. Uno se gradúa de cronista escribiendo. Técnicamente no existe nada para decir “El ABC de la crónica es esto”. No se puede. Un ejemplo: quién le va a decir a Messi que se debe meter en una academia de fútbol. No lo metas en una academia, mételo en un equipo a jugar. Con los cronistas también: hay que meterlos a escribir. Y que hagan cosas malas, también. Es muy importante que hagan cosas malas.

Pilar Quintana: Ahora hay escuelas para escritores y maestrías. En mis tiempos no lo había. Yo tenía clarísimo que quería ser escritora pero no sabía qué quería escribir, qué género: periodismo, ficción. En mi primera clase de redacción yo supe en seguida que no quería hacer eso. La universidad me sirvió para darme cuenta que no quería redactar, que no quería escribir la noticia ni tampoco la verdad. Le tengo mucho miedo a la no ficción, pero lo hago porque, como decía Cristian, es una manera digna, si uno es escritor no vas a vivir de tus libros, pero es un género en el que no me muevo cómodamente. Prefiero la mentira, inventar. Entonces cuando salí de la universidad, como quería ser escritora, mi primer trabajo fue hacer libretos para televisión, que era absolutamente ficción y ya de vieja, después de haber publicado dos novelas, volví a la crónica, a encontrarle el gusto.

Entre muchas cosas importantes que ha hecho Juan Manuel Roca fue fundar el magazine del Espectador, por donde pasó toda una generación de escritores y poetas, que más adelante se vieron consolidados. ¿Cómo crees que ese magazine contribuyó a que se visibilizaran e instalaran algunos nombres?

Juan Manuel Roca: Se dice que el auge de la crónica arranca a partir de la revista Soho y realmente el magazine dominical publicaba crónicas cuando nadie más las publicaba. Comenzó publicando crónicas políticas o de orden social que eran extraordinarias para entender el país. Yo creo que a veces se saltan ese período y aparece Soho, que es una revista banal, calcárea, donde se escriben textos con la profundidad de un corcho, de una elementalidad y un guiño absolutamente liviano. Hasta las fotos, que son mujeres desnudas con cuerpos muy inteligentes, son descabezadas. Ni las fotos son buenas. Es una revista que realmente me parece a mí vergonzoso, si pensamos en la tradición de una revista como Crítica de Jorge Salamedia, una revista mito. Una tradición revistera extraordinaria que ahora termina siendo para peluquería.

O sea que tú dirías que ahora no hay nada asimilable al rol que cumplió el magazine del Espectador.

Juan Manuel Roca: No, no lo hay. Era un magazine que salía dominicalmente y que tocaba todas las piezas del teclado. Tenía una importancia enorme para las artes plásticas, de hecho era muy bello, tocaba una esquina del cuento con unas notas sobre escritores realmente antológicas, había un apartado de poesía, pero también que los movimientos sociales, políticos, las artes escénicas tenían cabida. Era una cosa muy orgánica, totalizaba una visión sobre el país y también trabajaba un tanto la historia no sólo reciente sino la historia del país. La historia del país no está contada por la punta del lápiz sino por el lado de la goma. Nos han borrado todo un pasado. El magazine cumplía con eso y era muy bueno que en las poblaciones era lo que se leía. En sitios donde no había librerías o bibliotecas, lo suplían muy bien los maestros —aunque no fuera privativamente pensado de una manera didáctica—. En las épocas anteriores habían escrito García Márquez y antes Luis Tejada, nuestro gran cronista. Es una tradición tan rica cuando se funda El espectador en Medellín antes de trasladarse a Bogotá en los años veinte por Fidel Cano, una patriarca liberal que estuvo preso durante los regímenes conservadores. Y eso se mantuvo a lo largo del tiempo.

¿Por qué antes era posible y ahora no?

Juan Manuel Roca: Yo creo que ha habido una banalización de la cultura, la prueba es Soho, en donde se confunde más la cultura con el espectáculo. La cultura colombiana ha sufrido un proceso de shakirización impresionante. Es absolutamente sorprendente que si se muere el filósofo Rafael Gutiérrez Girardot, un pensador contestatario bravío, se avisa con dos líneas mientras que hay una página sobre Shakira con gran despliegue. Aquí está exactamente lo que está pasando. El espectáculo sobre la cultura.

Pilar Quintana: Yo creo que tengo que estar de acuerdo con Cristian en lo de Soho porque al principio había una intención de hacer una crónica y en ese momento no había espacio. Pero también encontraron una fórmula que les funcionó y entonces lo llevan al extremo.

También es uno de los espacios que mejor pagan.

Juan Manuel Roca: Lo cual es peor.

Cristian Valencia: Estoy de acuerdo con Juan Manuel. Y Gatopardo también desapareció.

Juan Manuel Roca: Y al mismo tiempo el desplazamiento de cualquier actitud crítica. La crítica se acabó en Colombia. La única crítica que hay en Colombia es la situación. [Risas]

Cristian Valencia: La guerra contra el narcotráfico en El espectador fue algo muy fuerte. Mataron al director. Y luego le quitaron la pauta y quebró el periódico. A punto de desaparecer por completo. Hoy día no existe ni siquiera el edificio, ahora es un shopping. Y el mismo grupo económico que lo quebró lo compró y el director sabe lo que no se puede permitir.

Juan Manuel Roca: En Colombia parece que los periódicos no estuvieran ya dirigidos por periodistas si no por gente de mercadeo, que es una raza de mutantes que uno no entiende de qué están hablando y que uno no tiene la posibilidad de hablar en el mismo lenguaje. Si esa es la gente que dice qué debe publicar de acuerdo a una pauta comercial, realmente se ha desmantelado el aparato crítico.

Pilar Quintana: Hoy en día tenemos un portal que se llama La silla vacía que es quizá el único que hace análisis de las noticias. Pero no tienen pauta y es muy difícil de sostener. Son cinco periodistas y no pueden cubrirlo todo.

 

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