Una forma más real que la del mundo
Juan José Saer
Miércoles 03 de agosto de 2016
Martín Prieto compiló y prologó este tomo maravilloso de entrevistas al autor de Glosa, libro que define como una "larga conversación, compuesta por una treintena de reportajes seleccionados de un corpus de más del doble, que comienza con una entrevista anónima de 1966 y culmina con una de 2005 realizada en su departamento en París, poco antes de su muerte".
Por Martín Prieto.
Es que al fin no fue, como pareció en un momento, una negativa o una resistencia de Juan José Saer a participar de la vida pública o de la vida literaria sino, más bien, un férreo plan tendiente a crear una escena en cuyo centro estuviesen la literatura, los libros (suyos y de los demás), la teoría y la historia literarias, dejando caer, en el mismo movimiento, la prepotencia del yo que guía, habitualmente, las políticas de comunicación de los escritores: “No tengo nada que decir”, dice en una entrevista de 1985.
“Más que de modestia, de marginalidad o desinterés por las estrategias propias de una carrera literaria –anotó Julio Premat– lo que puede leerse en su trayectoria es un intento de poner a sus relatos en el primer plano.” De invertir el funcionamiento convencional , “el del autor que domina y determina los textos”.*
Independientemente del ruido provocado por Saer en noviembre de 1964, en el marco de un congreso de la SADE, donde el “joven iracundo” apostrofó a buena parte del establishment literario de entonces –un significativamente corto arco que iba de Manuel Mujica Láinez a Silvina Bullrich– y que colocó su nombre, por unos días, en las crónicas de los grandes diarios de Buenos Aires, de Santa Fe y de Paraná, recién 23 años más tarde, en enero de 1988, cuando la novela La ocasión ganó el premio Nadal, patrocinado por la editorial española Destino, su nombre saltó, discretamente aun, de los suplementos de cultura de los diarios a las páginas de información general y, en algunos casos, a su tapa.
La publicación casi en continuado, poco después, de El río sin orillas (1991), Lo imborrable (1993) y La pesquisa (1994) y la reedición, a partir de entonces, de toda su obra –que ya sumaba una extensa decena de títulos– en una de las mayores editoriales de la Argentina promovió, consecuentemente, una inusitada presencia de Saer en los medios gráficos: anticipos de sus nuevos libros, anticipos de los viejos libros agotados o descatalogados, reseñas y entrevistas. Muchísimas entrevistas.
El adorniano Saer, aquel que, como señala Premat, parecía haber hecho propia la figura de Witold Gombrowicz – “el escritor no es nada, nadie”– se somete, en una lucha cuerpo a cuerpo, a las exigencias de la industria cultural. Los entrevistadores, como se lo hace saber sin ambages María Esther Gilio, quieren saber: “Yo quiero saber”. Y puesta a saber, quiere saber todo. Desde el argumento de Nadie nada nunca, que no leyó y lo dice muy suelta de cuerpo, hasta si Saer “se considera un hombre feliz”.
Quiero detenerme en sus respuestas a las preguntas desconcertantes de esta entrevista porque, de algún modo, marcan el punto máximo de tensión con el género. En cuanto a la primera, Saer, convertido en una suerte de improvisado contratapista de su propio libro, cuenta: “La novela tiene una prosa fragmentaria, intermitente. Es la historia de un individuo que asesina caballos. Los mata y los despedaza en una región rural cerca de la ciudad de Santa Fe”. Es determinante aquí leer que, antes que la trama, Saer cuenta la forma de la novela (“fragmentaria, intermitente”) y deja de lado, en el breve relato del argumento, su reverberancia política. Y en relación a la felicidad, después de manifestarse sorprendido por la pregunta, dice: “Yo nunca quise ser ninguna otra cosa que escritor. Fue mi única vocación. ¿Feliz dice usted? No sé. Por momentos sí. Soy lo que quise ser”. Es decir, Saer se resiste, frente a la periodista y al vasto público del suplemento cultural del diario Página/12, a convertirse en “algo más”, que en su caso sería “algo menos”, que un escritor. La felicidad, para el Saer-escritor, que es el único que él accede a presentarnos, reside, tautológicamente –y deceptivamente, para la ambición intimista de Gilio–, en ser escritor. No hay amor, no hay hijos, no hay padres, no hay amistad. No hay “hambre, miedo, vicios, odio y sexualidad”, que es todo lo que se lleva “el grueso de nuestra vida”.
Toda la parafernalia de la intimidad queda resguardada detrás de una potente figura que, sin embargo, como decíamos antes, va siempre detrás de su obra. Y lo personal, lo íntimo, queda reducido a lo que los cronistas “ven” antes de que empiece la conversación. Si está descalzo. Si tiene puestas unas sandalias franciscanas. Si los zapatos parecen viejos. Si la camisa está entreabierta. Si tiene puesta la misma ropa que “ayer”. Si toma whisky. Si toma agua. Si fuma mucho. Si está en su casa. O en la casa de unos amigos (en Buenos Aires, o en Colastiné). O en un bar.
O en un hotel. O en un auto. Inmediatamente después de esa impresión de superficie, que es todo lo que Saer “deja ver” a sus interlocutores de ese otro que también es él, se pone a hablar. Y las entrevistas pueden leerse como una prolongación, un correlato de su obra, en tanto toda afirmación está puesta entre paréntesis, o atenuada por una conjetura, o atemperada por una o varias subordinadas. Así describen algunos de sus entrevistadores la forma oral de Saer: “A la hora de hablar, Saer avanza con cautela. Parece precaverse del poder categórico de las afirmaciones y las atenúa con tanteos conjeturales; ‘me parece a mí’, ‘tal vez’, ‘probablemente’”(Alan Pauls); “Tiene la costumbre de hablar con muchas pausas (usa una muletilla ‘digo’ intercalada en casi todas sus oraciones) como si debiera pensar un segundo antes de pronunciar cada palabra” (Mempo Giardinelli). Gustavo Valle capta magistralmente la comunión entre la forma expresiva oral de Saer (en sus entrevistas) y la forma expresiva de su literatura, definiendo a la primera de un modo que perfectamente nos serviría para describir la segunda: “hizo de la incertidumbre una herramienta de la elocuencia”.
¿Y de qué habla Saer en sus entrevistas entonces? De sus primeras lecturas. De la tradición cosmopolita con la que entra en diálogo su literatura, compuesta por un bastante ceñido cuerpo de autores argentinos, latinoamericanos, norteamericanos y europeos. De sus amigos escritores, de quienes, por ahí y a mano alzada, recita un par de versos. De sus años de formación, en Santa Fe y Rosario. De sus grupos de referencia (el Instituto de Cine, en Santa Fe, la Facultad de Filosofía y Letras, en Rosario). De política, un poco a regañadientes pues, como señala en varios reportajes, sus opiniones políticas no difieren de las de nadie porque sea escritor. Y de su propia literatura, de su arte poética, definida muy tempranamente, en la entrevista que abre esta compilación como inscripta “dentro de un realismo que supere las simplificaciones naturalistas y que incorpore gradualmente las últimas experiencias narrativas en lo que se refiere a las estructuras y al lenguaje. Por ejemplo, un realismo que no ignore a Proust, ni a Joyce, ni a Kafka, ni a Faulkner, ni a Pavese, ni a Michel Butor”.
Esta larga conversación, compuesta por una treintena de reportajes seleccionados de un corpus de más del doble, que comienza con una entrevista anónima de 1966 y culmina con una de 2005 realizada en su departamento en París, poco antes de su muerte, en junio de ese año, vuelve, una y otra vez, sobre los asuntos señalados más arriba. Es como si el conjunto estuviera estar regido por las mismas leyes de movimiento y complementariedad que organizan su obra. Algunos personajes principales en una entrevista (Cervantes, por ejemplo) aparecen como completamente secundarios en otras. Algunos episodios de su vida de escritor serán contados una y otra vez, con sensibles variaciones, dependiendo de la época y del interlocutor. No para que al final funcionen todos de manera solidaria dándole al conjunto carácter de completud, sino, por el contrario, para escenificar, como en su misma obra, sus precauciones filosóficas y antropológicas hacia una versión totalizante del mundo, la realidad y la memoria.
* Premat, Julio, Héroes sin atributos. Figuras de autor en la literatura argentina. Buenos Aires, FCE, 2009
El presente prólogo fue tomado de Una forma más real que la del mundo, conversaciones compiladas por Martín Prieto. Editorial Mansalva, Buenos Aires, 2016.