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Tres libros de cuentos

Mario Arregui

El prólogo a la edición de Letra Svdaca del libro del uruguayo Mario Arregui, "lector voraz, opinador intenso", a cargo de Elvio Gandolfo: "Un estilo tan preciso como áspero", define el argentino.

Por Elvio E. Gandolfo.

Aunque parece simplemente descriptivo, el título Tres libros de cuentos, del uruguayo Mario Arregui, tiene algo de conceptual: a la larga uno lo recuerda como el título de un solo libro. Porque no es la mera suma de esos tres libros anteriores —Noche de San Juan (1956), Hombres y caballos (1960) y La sed y el agua (1964)—. Al sacar y agregar relatos, incluir algunas variantes, más los prólogos a cada libro, Tres libros de cuentos (editado por Arca en 1969 con un extenso prólogo de Ángel Rama) se convirtió en el título central de su escueta producción.

Arregui había nacido en Trinidad (Departamento de Flores) en octubre de 1917, hijo de ganaderos vascos. En la introducción a una entrevista de 1970 (publicada en 1985)*, Jorge Ruffinelli describe parte de sus gustos literarios. Le gustaba tanto La condición humana de Malraux que se sabía páginas enteras de memoria. De Uruguay lo atraían Juan Carlos Onetti, Horacio Quiroga, Javier de Viana. Insistía en el tal vez minusvalorado Enrique Amorim: «Fíjate. Amorim escribió buenos cuentos, y además escribió buenos capítulos de novela que pueden ser buenos cuentos. Y la mejor nouvelle uruguaya, La desembocadura». Agregaba a Juan José Morosoli («que en su mundo limitadísimo es un maestro») y a Francisco «Paco» Espínola, de vasta influencia con una extensa novela, Sombras sobre la tierra, y algunos relatos.

Arregui no vivía demasiado en Montevideo, porque criaba ganado de raza en Flores, aunque en la capital vivían los hijos, a los que visitaba con frecuencia. Y su amigo el poeta Líber Falco, sobre quien escribió un hermoso libro de recuerdos. Para encauzar su vocación fue esencial un hombre de Piriápolis que haría lo mismo años después con Mario Levrero: el Tola Invernizzi. En el momento en que se publicó por primera vez Tres libros de cuentos se subrayaba un hecho estadístico para destacar lo exigente y breve de su obra: había escrito veinte cuentos en otros tantos años.

Lector voraz, opinador intenso, en ese momento había también en él algo de queja y cansancio. Le parecía que cuando joven estaba lleno de cosas y muy poca pericia para narrar, mientras que «a medida que vas aprendiendo a expresar las cosas, las cosas te llegan menos. (...) Yo diría que la arterioesclerosis del alma parece ser más rápida que la del cuerpo». También habían cambiado las exigencias del trabajo: «Me crié en una estancia donde, claro, había que trabajar; pero la cosa no era febril. Mientras que cuando tenés vacas que te crean problemas diariamente, y dos o tres tractores andando, y una cosechadora en marcha, vivís en el aire». Tanto su calidad de gran lector como la experiencia absorbida en las tareas rurales son rasgos nítidos en sus relatos, en particular en los de Tres libros de cuentos.

La mezcla de ambas virtudes se nota en un estilo tan preciso como áspero. Para evocar el silencio tenso de una peluquería donde se dirime una cuestión de coraje, escribe: «Ni el leve ruido áspero de la barba rasada, ni el zumbar de esas moscas húmedas pertinaces y como sonámbulas que crían los pueblos y los días últimos del verano, alcanzaban a rayar el silencio».

En esta selección amplia de lo mejor de Arregui los relatos que se destacan y se prenden a la memoria son los de acción y tensión. «Diego Alonso» tiene un protagonista con «el rostro como nublado y endurecido en el acatamiento a la voluntad de guapear», una voluntad que tiene que poner a prueba en la historia. En «Los contrabandistas» la cosa se complica y amplía: «Cinco hombres a caballo y una treintena de caballos sueltos y una mula vieja y ciega estaban vadeando un río». Los datos mínimos son muy precisos. Por ejemplo hay maletas de cuero crudo «con el pelo para adentro (...) untadas periódicamente con grasa entibiada de riñonada». Hay mucho de Rulfo, de América Latina y de mundo onírico: se basa en un sueño que le contó su amigo Carlos «El pibe» Maggi. Los dos formaban parte de un grupo de parejas de escritores y poetas que incluía a José Pedro Díaz (compilador posterior de la obra completa de Felisberto Hernández) y Amanda Berenguer, Carlos Maggi y María Inés Silva Vila, entre otros. La mujer de Arregui era la poeta Gladys Castelvecchi; el maestro elegido por el grupo, el español exiliado José Bergamín.

En ese mismo primer libro está la otra andadura de Arregui. El cuento más pensado, «sismado», que carga de existencialismo oriental el afecto y la vida cotidiana, es «El viento del sur»: «[Mi mujer] Tiene la boca húmeda y triste y muy hermosos ojos verdes, estancados. Pasa su tiempo junto a una ventana que no mira al mar, fumando cigarrillos. (...) Vivimos juntos, comemos en la misma mesa, dormimos en la misma cama, solemos besarnos ahincada, reciamente y amarnos en silencio hacia las más altas horas de las más espesas noches de viento y lluvia; pero yo no sé si la quiero. Tampoco si ella me quiere».

La mezcla de los dos andariveles expresivos sigue en los otros dos libros. En «Los caballos» Mario Arregui «versiona» (como reconoce en el prólogo) a Quiroga (donde los que hablaban eran perros) mientras a un hombre se le acerca la Parca. En «Unos versos que no dijo» se aproxima al cuento campero con final de efecto. «Tres hombres» es un western con cuestiones éticas y acción, dibujadas con el trazo nítido y memorable de un John Ford, con un preso y dos hombres de la ley, uno bastante mejor que el otro. Por «Los ladrones» Arregui fue juzgado de inmoral en su momento: «El subdesarrollo», comentó, «no está solo, y uno de sus parásitos es la invasión con la moralina del campo de la estética». Uno de los ladrones expone parcamente su motivo: «Yo quiero ser rico pa no ser pobre».

Una huella que aparece en más de un párrafo, tenue por lo general, es la de Borges. Uruguayo, campero, de izquierda, hijo de vascos, fastidiado de la gran ciudad, e influido a fondo, tenía una relación contradictoria con el autor de El Aleph y su entorno: «Por ahí viene también mi resistencia a Borges», le dice a Jorge Ruffinelli, «a pesar de mi gran admiración: su pituquería. (Dejemos de lado lo político: si el hombre quiere ser un podrido en política, allá él, que se joda.) La pituquería borgiana que pertenece a la pituquería porteña, porque todos los porteños menos uno —menos Roberto Arlt— son unos pitucos. ¿O no? De todos modos Borges es un estilista increíble, que hizo prodigios, que escribió una especie de dialecto inteligente del español, que nos enseñó a todos, que nos hizo mucho bien. Aunque también nos hizo mal, porque, lo mismo que Neruda, nos marcó demasiado. ¿Te das cuenta que a veinte años de la eclosión de Borges todavía tengo que andar cazando borgismos en mis borradores y aplastándolos?».

Un ejemplo discreto es un párrafo de «Un cuento con el diablo», en este libro formado por tres libros: «Soñó con caballos sueltos y con monedas escondidas y con caballos que eran y a la vez no eran los de la baraja, soñó, muy confusamente, con una especie de limbo donde todos los caballos del mundo estaban entropillados por un inmenso ojo equino sin párpados, soñó, hacia el alba, con un potrillo malacara que se mostraba brotando del suelo y se ocultaba en seguida detrás de una pequeña mata de paja».

Arregui no escribió novelas, y en el momento del reportaje había dejado de leerlas. También allí influía el trabajo rural: «Para intentar una novela tendría que renunciar a muchísimas cosas, casi hasta renunciar a vivir. Y me aburriría mortalmente. Antes leía muchas novelas; ahora un gran porcentaje de las novelas me aburren, y prefiero leer poesía o filosofía. Hace un tiempo quise releer Carlota en Weimar y no pude».

El armado de un libro de cuentos es esquivo, secreto. Casi por necesidad, si tiene más de tres grandes historias, también debe incluir algún ejemplo flojo, hasta malo, que entra en la mezcla. Aquí lo hay, pero dejo al lector descubrirlo. En cambio hay media docena de cuentos espléndidos, que bastan y sobran para convertirlo en un gran libro. El sello Irrupciones de Montevideo reeditó toda la obra de Mario Arregui en 2010. Para cruzar el charco, salvo error u omisión, este libro tardó más de cuarenta años. Hace poco lo hizo Juan José Morosoli, editado por Mardulce. Para mi modesto gusto de consumidor continuo de libros de cuentos, hay otros de Anderssen Banchero, o de Daniel Mella, por dar dos nombres, que tendrían que haber sido no traducidos al inglés sino leídos en el país de al lado. El tan mentado charco parece más difícil de salvar, muchas veces, que el viejo Muro de Berlín. Gloria y loor a los pequeños sellos argentinos que editan antiguos y estupendos libros de cuentos uruguayos.

Elvio E. Gandolfo

Julio de 2016

 

*En Palabras en orden, Universidad Veracruzana, Xalapa, México.

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