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Los días que duró el incendio

La selección de cuentos de enero está a cargo de Iosi Havilio. Presentamos el primer cuento: "Los días que duró el incendio", de Federico Falco, incluido en La hora de los monos (Emecé).

Por Federico Falco.

federico falco

Se abre el telón. La sala está repleta. Afuera, en la marquesina, se lee: «Los días que duró el incendio». El público calla. En el escenario se distinguen dos zonas claramente diferenciadas. En la mitad inferior, las áreas más cercanas a la platea y el proscenio, en medio de las sombras, se adivinan contornos de casas, edificios, árboles. A los costados, algunas ventanas con iluminación tenue dejan ver el interior de departamentos en los que estudian mujeres jóvenes, con anteojos; la cabeza gacha entre grandes libros.

Sobreelevada y al fondo de la escena, en segundo plano, la otra zona de la acción, un decorado dentro del decorado. Representa una oficina pública. Hay un escritorio central y sobre él, una máquina de escribir. En la pared trasera, una foto enmarcada del Señor Gobernador de la Provincia.

 

Esta zona superior del escenario se encuentra a oscuras. Por el proscenio entra una mujer policía vestida como una joven estudiante, con jeans y musculosa negra. En sus manos lleva un par de apuntes con el logo de la Universidad Nacional. La mujer policía camina sensualmente por el escenario. Va de un lado al otro y, de pronto, comienza a cantar. El tono de la canción es lúgubre, por momentos muy triste:

Mujer Policía:
¿Qué hago aquí?
¿Por qué mi viejo cuerpo disfrazado
recorre calles de juventud?

La parte superior del escenario se ilumina. Detrás del escritorio, el Jefe de Policía teclea un informe en su máquina de escribir. La mujer policía y su Jefe dialogan. Las dos voces forman una canción llena de repliques, donde el Jefe de Policía se muestra imparcial y la mujer, por momentos furiosa, y por momentos, sumisa.

Jefe de Policía:
Yo te mandé.

Mujer Policía:
Éste no es mi trabajo.
Aquí no debería estar.
Por seiscientos pesos
la noche entera caminar.

Jefe de Policía:
Hay una bestia suelta,
un violador serial.
Tú eres su carnada
en la jornada laboral.

Mujer Policía:
¡Cretino! Te vengas de mí
porque rehúso tus tocamientos.

Jefe de Policía:
Tu carne tan fresca,
tan fresca él olerá.

Cubiertos de sombra
agentes secretos
controlan la boya.
No bien el pez mordisquee
el anzuelo
saltarán encima
y lo atraparán.

Mujer Policía:
Mala lombriz has elegido.
Mi carne es anciana,
de veinte ya no parezco.

Jefe de Policía:
¡Disfrázate! Tienes buenas curvas.
Eres mi empleada. ¡Sedúcelo!
Te lo ordeno.

La oficina del Jefe de Policía regresa a la oscuridad. Su voz imperiosa queda flotando en el ambiente. La mujer policía está sola. Recorre el borde de la escenografía, que representa el hall de un edificio, un quiosco cerrado y varias fachadas con ventanas por donde se ve a las estudiantes. La mujer policía canta, lastimeramente:

Mujer Policía:
Hay una bestia suelta
Un violador serial.
Y yo soy su carnada
en mi jornada laboral.

Respondiendo al lamento de la mujer policía, las estudiantes, dentro de sus departamentos, abandonan sus libros y se asoman a las ventanas de sus respectivas habitaciones. Llevan el pelo atado en coletas y remeras de colores suaves y alegres. Las estudiantes, a coro, se dirigen a la mujer policía.

Estudiantes:
¡Oh, mujer policía!
Gracias a ti
tranquilas un día
podremos dormir.

Mujer Policía:
¿Y yo que no duermo nunca?
¿Acaso no debería estar con mis hijos?
¿Volver a mi casa suburbana y pobre?
¿Calentarles las sábanas con mi aliento de madre?

Estudiantes:
Hazlo por nosotras, mujer policía.
Un día seremos juezas, abogadas,
trabajadoras sociales, licenciadas,
femeninas y expertas, seremos gerentas.

Con entusiasmo, las estudiantes saltan por las ventanas, salen de sus departamentos y se unen en un abrazo tras la mujer policía. Cantan:

Estudiantes:
¡Lucharemos por ti!
¡Por tus derechos nos verás combatir!

Mujer Policía:
¡No es cierto! ¡Me olvidarán!

Estudiantes:
Tú pon el cuerpo.
¡Te lo suplicamos!
Y a la bestia suelta atraparán.

Mujer Policía:
Pero estoy vieja,
ya no tengo veinte años.
Mi cuerpo al serial
no logrará tentar.

Las estudiantes se abrazan. Mientras cantan, bailan a la manera del french can can y dicen:

Nuestras piernas sí lo llaman,
se vuelve loco, olor emana.
A todas quiere poseernos,
la piel él desea lamernos.
Adora las cinturas estrechas,
las curvas que nos apertrechan.
Es igual a un macho cabrío
si sus ojos nos miran,
a nosotras nos da frío.

Seductoras, a la manera de niñas que participan de un juego prohibido, ligeramente avergonzadas pero risueñas, las estudiantes se separan y corren por todo el escenario. La mujer policía se marea, mira a una, mira a otra. Las estudiantes van y vienen, tocan el borde de las bambalinas, rebotan, corren, se saludan. De tanto en tanto una se detiene y grita:

Estudiante 1:
¡Pero que no nos agarre!

Estudiante 2:
¡Pero que no nos mancille!

Estudiante 3:
¡Pero que a nuestro cuerpo
su semen no acribille!

Las estudiantes vuelven a reagruparse en coro. La canción asciende en volumen y ritmo:

¡Protégenos, Mujer policía!
Pues si él nos tocara
ya no podríamos ser
juezas, abogadas,
doctoras o nada,
tal es el trauma
de la joven violada
que todo abandona,
ruega ser asesinada,
se torna una paria,
deja de rendir,
se vuelve oscura,
no quiere parir.

Las estudiantes forman un semicírculo en torno a la mujer policía. Se arrodillan y alzan sus brazos en alto, como si la mujer policía fuera una diosa antigua y ellas suplicaran por una gracia.

Estudiantes:
¡Protégenos, Mujer Policía!
¡Cumple con tu deber!
¡Protégenos de la Bestia!
Sé su carnada. Atrápalo.
Pues si él nos tocara

ya no podríamos ser
maestras o pintoras,
psicólogas o contadoras,
tal es el trauma

de la joven violada
que todo lo deja
tras haber sido vejada,
se vuelve a su pueblo,
olvida su sueño
de ser profesional
y el mundo un día
poder conquistar.
La joven violada
sólo llora en su cama.
Ningún hombre podrá
volverla nunca a tocar.

Al terminar la estrofa, las estudiantes se levantan y se saludan unas a otras con besos en las mejillas. Danzando, vuelven a sus departamentos. Nuevamente acodadas en las ventanas, reanudan el canto con dulzura. La mujer policía ha quedado sola en el escenario

Estudiantes:
¡Protégenos, Mujer Policía!
Pues cuando el serial
haya sido atrapado
podremos de nuevo
caminar sin cuidado,

ser felices y alegres,
abandonar los candados
no andar temerosas
mirando para todos lados.

¡Protégenos, Mujer Policía!
Así nuestra primaveral flor
da sus frutos, expende olor.
Cuando tú hayas partido,
será una médica y no un doctor
quien a tus hijos evite el dolor.
Nosotras volaremos cual palomas,
los exámenes terminarán,
la semillas serán diplomas
que a tu servicio estarán.

Las estudiantes se alejan de sus ventanas, regresan a sus libros. Las luces de los departamentos se apagan. La mujer policía, afligida, camina entre las sombras. En su cara se ve la resignación. Con los hombros caídos, canta:

Hay una bestia suelta,
un violador serial.
Y yo soy su carnada
en mi jornada laboral.

El telón cae lentamente. Ha finalizado el primer acto.

*

No hay demasiados cambios en los decorados al inicio del segundo acto. En la parte superior, un mecanógrafo de camisa blanca y corbata azul, sentado al escritorio, teclea en la máquina de escribir todo lo que el Jefe de Policía le ordena. El Jefe de Policía camina alrededor con pasos largos; lleva las manos unidas tras la espalda y de tanto en tanto da pequeños golpes con una lapicera sobre la superficie vidriada del escritorio. Interroga, desde las alturas, a una de las jóvenes violadas, que se encuentra en la parte baja del escenario, sentada en una silla, de espaldas al público, con las rodillas muy juntas y las manos sobre las rodillas.

Entonces, señorita,
usted bajaba
por Chacabuco,
las once eran
según me dice.

Joven Violada:
Así es, señor Jefe de Policía.

Jefe de Policía:
¿Anotó todo, mecanógrafo?

El mecanógrafo asiente con la cabeza. A lo largo de todo este acto, el sonar de las teclas de la máquina de escribir puntea el ritmo de las canciones y los parlamentos del Jefe de Policía y de la joven violada. El mecanógrafo transcribe en su máquina cada una de las preguntas del interrogatorio y las respuestas de la joven.

Jefe de Policía:
Él se acercó por detrás,
según tengo entendido.

Joven Violada:
Así es, señor Jefe de Policía.

Jefe de Policía:
Le puso una mano en el hombro
y le ordenó que no gritara.

Joven Violada:
Así es, señor Jefe de Policía.

Jefe de Policía:
¡Siempre el mismo modus operandi!

Sin que se interrumpa el diálogo, ni que los personajes lo adviertan, por el proscenio ingresa una sombra en cuclillas. Se mueve con sagacidad. Es el violador serial. Va vestido con una campera inflable de color azul y lleva puesta una gorrita. Sus movimientos se parecen a los de un simio.

Jefe de Policía:
¿Le preguntó por un tal Gustavo?

Joven Violada:
Así es, señor Jefe de Policía.

El violador serial escucha el interrogatorio. Ni el mecanógrafo, ni la joven violada, ni el Jefe de Policía pueden verlo. El violador se dirige al público. Busca complicidad.

Violador Serial:
Yo siempre pregunto por un tal Gustavo.
¿Saben por qué?

El público no responde. El violador serial repite la pregunta.

Violador Serial:
¿Saben por qué?

El violador serial hace gestos con las manos, alentando la participación de la platea. Alguna voces, tímidas al principio, responden que no. Luego, algunas más.

Violador Serial:
¿Saben por qué? ¡Más fuerte! ¡No escucho!

Finalmente el público grita:
¡No!

El violador serial estalla en una larga carcajada y canta su presentación. Baila a través del escenario. A cada paso reafirma una sílaba.

¡Porque yo soy
      El
        Vio
           La
              Dor
                Se
                  Rial!

El Jefe de Policía y la joven violada continúan con el interrogatorio.

Jefe de Policía:
¿Le pidió que lo acompañara a la Terminal de Ómnibus?
¿Le dijo que lo seguía la cana?
¿Qué hiciera de cuenta que era su novia?

Joven Violada:
Así es, señor Jefe de Policía.

El violador serial escucha con atención y luego se dirige al público.

Las tomo por el hombro, les doy vuelta la cara
les digo quietitas, no grites ni nada
si no me hacés caso te cago a patadas.
Vos vení, seguime, a mí abrazada
si preguntan quién sos, sos mi enamorada.

Jefe de Policía:
Y cuando llegaban
a la Terminal
fue para otro lado,
hacia el parque.

Joven Violada:
Así es, señor Jefe de Policía.

Jefe de Policía:
¡Siempre el mismo modus operandi!

El violador serial escucha. Rodea a la joven, medita. Por momentos se lleva la mano al mentón y levanta la frente, copiando la pose del Pensador de Rodin. Luego interviene, cantándole al público:

Ellas bien quietas
me siguen contentas,
no dicen ni mu,
sorteamos los dos
en cámara lenta
la multitud.
Mientras yo las abrazo
pienso cuál será
a esa hora,
ese día,
nuestro mejor
nidito de amor.
¡Los conozco a todos!
¿Y saben por qué?

El público tarda en responder. El violador serial se impacienta

Violador Serial:
¿Y saben por qué? ¡Contesten!

Público:
¡No!

El violador serial sonríe. Canta y baila sobre el escenario y hace morisquetas.

¡Porque yo soy
      El
        Vio
           La
              Dor
                Se
                  Rial!

Jefe de Policía:
Y en lo oscuro la tocó toda.
Y en lo oscuro la violó.

Joven Violada:
Así es, señor Jefe de Policía.

Jefe de Policía:
Dé detalles.

Joven Violada:
No quiero.
Me da vergüenza.

Jefe de Policía:
Los necesitamos para la causa.
Dígame ¿tenía un lunar en el glande?
¿Era grande?

Joven Violada:
No sé, no vi.

Jefe de Policía:
Piense, piense.
Usted debe recordar.

Como en un sueño, el violador serial rompe la barrera invisible que lo separa del resto de los personajes y se acerca a la joven violada. Le acomoda los cabellos, la toma de los hombros. La joven violada se paraliza del susto. El violador serial le dice:

Mi pollita, rubita linda,
explicale aquí al señor
cómo fueron las cosas
en nuestro nidito de amor.

La joven violada no puede reaccionar. Su cuerpo responde como si careciera de voluntad propia. Los brazos cuelgan. No tiene luz en los ojos. En la parte superior del escenario, el mecanógrafo describe en su máquina todo lo que acontece.

Violador Serial:
Contale cómo yo te pedí
con refinamiento sumo
y también con candidez
que te sacaras la ropita
y la dejarás del revés.

El violador serial obliga a la joven a subirse la remera y con ella le tapa la cara. Hace lo mismo con el corpiño. La joven obedece, sin hablar ni pronunciar sonido alguno.

Violador Serial:
Despacito, despacito
yo te desnudé.
Venga con papito, te dije,
le voy a enseñar a comer.

El violador serial desprende el jean de la joven violada y lo baja hasta las rodillas. Después hace descender la ropa interior. La joven violada queda semidesnuda, mirando al público, en el medio del escenario.

Violador Serial:
Y entonces tu matita oscura
conoció el aire de la noche.
Y con mi verga dura
te hice el amor sin derroche.

El violador serial se abalanza sobre la joven violada, la tira al suelo, forcejea con ella. La joven violada no habla; su cuerpo parece una bolsa de carne sin hueso alguno. El violador serial la viola sin sacarse la ropa. En algún momento su brazo se levanta, cierra el puño y baja a toda velocidad sobre el rostro de la joven. Ella no reacciona ante los golpes. Permanece acostada sobre el escenario, quieta.

A medida que se desarrolla la violación, el mecanógrafo deja de teclear su máquina de escribir. Hay silencio y se oyen los jadeos del violador que, de espaldas al público, se incorpora y arrodillado sobre la joven, se masturba hasta eyacular. De su garganta escapa un grito. Luego se levanta, sube su pantalón y lo acomoda. Con mucho cuidado ayuda a la joven violada a incorporarse y la viste, mientras canta una canción muy dulce, que recuerda a una nana:

Mi chiquita, mi pequeña
el acto se ha consumado,
nuestro amor será por siempre
souvenir de lo pasado.

Mi chiquita, mi pequeña
mi voz tu cama ocupará.
En tus brasas, mis caricias.
En tu piel, mi ronronear.

Mi chiquita, mi pequeña
mi ser contigo siempre estará.
Sólo fue amor de una noche,
pero al tiempo desafiará.

Mi chiquita, mi pequeña,
duerme sola,
yo te abrazo.

El violador serial carga a la joven violada como si fuera un bebé y la lleva hasta la silla. La sienta y le acomoda las manos sobre las piernas. Al terminar, se despide con un beso en la frente y desaparece a toda velocidad, tras bambalinas.

El Jefe de Policía, que hasta el momento ha mirado todo muy atentamente, pregunta:

Jefe de Policía:
¿Así fue?

Así fue, señor Jefe de Policía
responde la joven violada y cae el telón.

*

Para el tercer acto, en la parte superior del escenario, el despacho del Jefe de Policía ha sido reemplazado por el despacho del señor Gobernador de la Provincia. Ya no hay máquinas de escribir sobre el escritorio y en lugar de la fotografía del señor Gobernador cuelga una, considerablemente más grande, del excelentísimo señor Presidente de la Nación. El sillón del Gobernador es inmenso, de gran respaldar y reclinable. El señor Gobernador dormita en él.

En la parte inferior del escenario, la escenografía muestra el living suntuoso de un departamento en un piso muy alto. Detrás, grandes ventanales por donde puede verse la ciudad. Atardece. Parpadean las primeras luces de la vía blanca.

La esposa del Gobernador camina frenética por la parte inferior del escenario. Va y viene entre los sillones, se hace crujir las manos y llama con un grito a su lacayo, que se encuentra tras bambalinas.

Esposa del Gobernador:
¡Lacayo! ¡Lacayo!

El lacayo ingresa por la derecha.

Esposa del Gobernador:
Tráigame el teléfono.

El lacayo sale y regresa llevando en sus manos una bandeja con un teléfono de baquelita roja. La esposa del Gobernador hace girar el disco y marca un número, mientras el lacayo, muy tieso, sostiene la bandeja.

En la parte superior del escenario, sobre el escritorio del señor Gobernador, otro teléfono de baquelita roja, igual al primero, suena ostensiblemente. El Gobernador se despereza y atiende.

Esposa del Gobernador (al teléfono):
¡Mi querido! ¿Qué es eso de un violador serial,
aquí en el Parque, frente a nuestro hogar?

Señor Gobernador:
Mi gurrumina, cuánto extrañaba yo
escuchar tu dulce voz.

Esposa del Gobernador:
No me adules, no me tientes,
eres el Gobernador, pero yo tengo el poder.

Señor Gobernador:
Gurrumina, dejá de retarme.
Trabajo duro, en algo que no comprendo.

Esposa del Gobernador:
Tú nunca comprendes, querido mío.
Pero ahora, presta atención:
al pie del edificio se ha presentado
toda una manifestación.

Tienen pancartas y cartelones,
dicen que pueden hacer algo
yo no sé qué.

Señor Gobernador:
¿De qué me estás hablando?

Esposa del Gobernador:
Aquí el lacayo me comenta
que a las que gritan abajo,
de manera muy violenta
les han mancillado el tajo.
¿Tú sabes algo?

El señor Gobernador reacciona con espanto, ampuloso y escandalizado.

Señor Gobernador:
¡Calumnias, mi gurrumina!
Yo no he tenido nada que ver.

Esposa del Gobernador:
Amor mío, tuve que recibirlas.
Por el ascensor
ahora mismo asciende
una delegación.

¡Todas violadas
dicen que son!
Te dejo, te dejo.
¡Aquí llegan!

Señor Gobernador:
¡Mantenme al tanto!

El señor Gobernador cuelga el teléfono. Bosteza un par de veces, se acomoda y vuelve a dormirse en su sillón. Mientras tanto, en la parte inferior del escenario, del lado izquierdo, se abre la puerta de un ascensor de doble hoja, metálico, e ingresa un grupo de jóvenes violadas. Son ocho. Ante la magnificencia del lugar, las jóvenes muestran su asombro. Cuchichean entre ellas, parecen temerosas de caminar entre los sillones y romper algún objeto de valor.

Esposa del Gobernador:
¡Bienvenidas! ¡Bienvenidas!
Pasen, toquen, sientansé
como en su casa.

Las jóvenes violadas se acomodan en los sillones, unas junto a otras. Alisan sus faldas y dejan las manos sobre las rodillas. Una de ellas, que parece la más grande, se incorpora, acomoda su vestido, y seria, como recitando un verso que se aprendió de memoria para un acto en la escuela primaria, canta:

Joven Violada 1:
Señora esposa del Gobernador,
muchas gracias por recibirnos hoy.
Entre mujeres debemos entendernos.
Entre mujeres debemos defendernos.

El resto de las jóvenes violadas asiente detrás.

Joven Violada 1:
Es tan terrible esto que nos ha pasado
que por verdadero nadie quiere aceptarlo.
¡Sesenta dicen que somos y sólo ocho vinimos!

El resto se avergüenza, o está tan destrozado
que no ve esperanzas en nuestro reclamo.
Lo hecho, hecho está, dicen.

Todas las jóvenes violadas se incorporan al mismo tiempo. A coro y levantando una mano con gestos aguerridos, gritan:

¡Pero nosotras pensamos que juntas
podemos hacer algo!

La mujer del Gobernador está impresionada

Claro, claro...
responde.

Las jóvenes violadas cantan y bailan alrededor, sobre y detrás de los sillones blancos del living del Gobernador.

Joven Violada 2:
La policía no investiga.

Joven Violada 3:
Los fiscales no hacen nada.

Joven Violada 4:
Y ustedes, los del gobierno,
también todo se lo callan.

Mujer del Gobernador:
¡Eso no es cierto!

Joven Violada 4:
¡Sí lo es!

Las jóvenes violadas continúan su canción. La coreografía es enérgica, pura adrenalina. Una joven, detrás de los sillones, levanta las piernas. Las otras giran sobre sí mismas, hacen contorsiones. La joven violada 4 da una vuelta carnero. Parecen una tribu de amazonas entonando su canción de guerra:

Seremos violadas
pero no ignoradas
mucho menos ignorantes,
porque somos estudiadas,
doctoras, licenciadas.
¡Ustedes se lo callan!
¡Ustedes lo silencian!
Pues temen
en año electoral,
tamaña afrenta
al poder provincial.

Mujer del Gobernador:
Haremos lo que esté a nuestro alcance.

Jóvenes Violadas:
¡Queremos que lo atrapen!
¡Queremos que lo castren!

Las jóvenes violadas terminan su canción con un grito de desafío. Estáticas, cada una en una pose diferente, en actitud defensiva; sus ojos transmiten decisión y furia.

La mujer del Gobernador se repone con rapidez y canta un solo a capella, que convence a las jóvenes y las dulcifica.

Mujer del Gobernador:
No saben cuánto lamento
yo esta situación.
Ahora mismo, iniciaremos una campaña
para atrapar al violador.
Y cuando lo agarremos
¡lo vamos a castrar!
¡Lo vamos a castrar!
¡Lo vamos a castrar!

Las jóvenes violadas se suman a la esposa del Gobernador. Todas, con los brazos en altos, gritan:

¡Lo vamos a castrar!

Mujer del Gobernador.
¡Con un bisturí de acero!

Jóvenes Violadas
¡Lo vamos a castrar!

Mujer del Gobernador.
¡Con una yilé filosa!

Jóvenes Violadas
¡Lo vamos a castrar!

Mujer del Gobernador.
¡Con cuchillo de carnicero!

Jóvenes Violadas
¡Lo vamos a castrar!
¡Lo vamos a castrar!
¡Lo vamos a castrar!
¡Sí!

Las jóvenes violadas le agradecen con besos y abrazos a la mujer del Gobernador. El lacayo las empuja hacia la salida mientras ellas siguen con sus reverencias. Entran en el ascensor, las puertas se cierran y las jóvenes violadas desaparecen. Inmediatamente la mujer del Gobernador estalla en una rabieta histérica. Lanza un grito:

Mujer del Gobernador:
¡Lacayo! ¡Los teléfonos!

Lacayo:
¿Cuáles, mi señora?

Mujer del Gobernador:
¡Todos!

El lacayo sale a toda velocidad. Al instante regresa con una bandeja llena de teléfonos de diferentes colores. La Mujer del Gobernador se lleva los siete tubos al oído, y marca los diferentes números llena de ira. A medida que disca cada número, pronuncia en voz alta el nombre del interlocutor a quien pertenece.

Mujer del Gobernador:
¡Con el Ministro de Seguridad!
¡Con el Jefe de Policía!
¡Con el Superior Tribunal de Justicia!
¡Con el Ministro de Economía!
¡Con el Secretario de Cultura!
¡Con el Subsecretario de Turismo!
¡Con la Ministra de Producción!

Tiene los siete tubos en el oído y espera que sus interlocutores la atiendan. Luego, furiosa, hablándole a los siete tubos en conjunto, grita:

¡Pelotudos de mierda!
¡Atrapenló antes
de que esta elección se pierda!

Cuelga con estrépito.

Al escuchar las órdenes cargadas de rabia de su señora esposa, en la parte superior del escenario, el Gobernador despierta de su duermevela. Mira a su alrededor, se encoge de hombros, se rasca una oreja, piensa que lo que ha oído es producto de un sueño y vuelve a dormirse.

Lentamente cae el telón, mientras finaliza el tercer acto.

*

Cuando vuelve a abrirse, para dar comienzo al cuarto, la parte inferior del escenario se encuentra dividida en dos mediante una zona de sombras. A la izquierda y a la derecha pueden verse las cocinas-comedor de casas muy humildes. Son ligeramente diferentes entre sí. La derecha representa la casa del violador serial y allí su esposa levanta la mesa y lava los platos. La de la izquierda es la casa de la amante del violador serial. Ella juega, sentada a la mesa, un partido de solitario. En la parte superior del escenario, por encima de las dos cocinas-comedor, entre yuyos altos, ramas y basura, se asoma el violador y canta:

Ya llega fin de año, y saben que soy yo.
¿Cómo lo averiguaron?
¿Cómo fue que mi secreto
desentrañaron?
Necesitan atraparme
para que salga en los diarios.
¡Pobres todas las pollitas
de mi bella ciudad!
Tantos culitos hermosos
que desean conocerme
y yo acá, entre yuyos,
escondido, temeroso.
¡Esto no es digno de mi fama!
¡Esto no es digno de mi lunar!
Triste es mi fortuna,
son mis días finales,
en la sangre yo lo escucho.
Lúgubres presentimientos
pueblan mis sueños
.
(interrumpiéndose)
¿Pero qué es ese ruido?
Mejor me escondo.

El violador serial se pierde entre la basura. En la parte inferior del escenario, dos policías golpean a la puerta de la esposa del violador. La esposa del violador abandona los platos en la batea, se seca las manos con un repasador, y atiende.

Esposa del Violador:
¿Quién es?

Policía 1:
La policía, abra.

Esposa del Violador (irónica):
¿Por qué? ¿Me tienen rodeada?

Policía 2:
No exactamente.
Venimos a hacer averiguaciones.

De mala gana, la esposa del violador los deja ingresar.

Esposa del Violador:
Bien, ¿qué quieren?
Mis hijos y yo
ya lo hemos notado,
desde hace unos días
vigilan los costados.
Si es por los autos
de mi marido

lo digo y sostengo:
no son robados,
tengo las boletas,
son todos comprados.

Policía 1:
No es por los autos.

Policía 2:
Pero sí es por su marido.

Esposa del Violador:
Pero qué es esto.
Veo caras nuevas.
Ustedes no son de Sustracción del Automotor.

Ustedes son de Drogas peligrosas,
de Homicidios.
¡Fuera de mi casa!
Nada tiene mi familia

que ver con tales cosas.

Policía 1:
Tranquila, señora,
sólo queremos hacerle
una pregunta.

Policía 2:
¿Conoce el caso del Violador Serial?

Esposa del Violador:
Sí, claro.
Está en todos lados,
hasta en el noticiero
lo dijo Jorge Cuadrado.
Agarra a estudiantes lindas
y en el parque se les propasa.

En la parte superior del escenario, el Violador Serial se asoma entre la vegetación y escucha.

Policía 1:
Buscamos a su marido.
Creemos que es él.

La esposa del violador serial reacciona indignada:

¡Pero es que están locos!
Mi marido es mi marido.
Un excelente padre.
Un muy buen esposo.
¡No puede ser!
Nunca haría algo
así de espantoso.

Policía 2:
Tenemos pruebas
¿Usted está segura?

La esposa del violador se detiene, piensa. De pronto su rostro se transforma, se llena de espanto. En el escenario se hace un silencio eterno. En la parte superior, el violador serial se incorpora y grita, sin que su esposa lo escuche:

Violador Serial (desgarrador):
¡No! ¡No! ¡No hables, amor mío! ¡No digas nada!

La esposa del violador se lleva una mano a la boca, horrorizada. Duda y canta:

Para mí que no es,
pero asegurarlo no puedo.
(luego, aparte)
¡Oh inclemente destino
por qué me pones en este aprieto!
Tantas noche sola en mi cama...
pensando que su cuerpo ladino
dormía en una cama cercana.

La esposa del violador serial se aprieta las sienes con las manos y camina de un lado para el otro.

Esposa del Violador (a sí misma):
¿Por qué haría algo así?
¿Acaso los demonios todavía lo habitan?
¡Hay que actuar!
Es imposible ya la incertidumbre.

Ha tomado una decisión. Se dirige a los policía. La voz es fría, impenetrable:

Afuera está mi hijo,
tiene en la sangre revuelto
el semen del padre
y mi orgullo materno,
¿sirve de algo a él estudiarlo?

Policía 1:
Si usted lo autoriza
podemos hacerle un ADN.

El violador serial grita desde la parte superior del escenario, sin que su esposa ni los policías lo escuchen:

¡No! ¡No! ¡No!

La esposa del violador accede a la petición de los policías. Estoica, canta:

Háganlo.
Que la sangre de lo que es nuestro
y que es mío
por haberlo parido
sea la que hable
y diga si acaso
él es culpable.
Háganlo.
Sólo pongo una condición:
si mi esposo es inocente,
ya no nos molesten más
(hace una pausa)
Pero si es...
dejen a mis hijos en paz,
que no pague la simiente
los pecados de la raíz.

Los policías responden al unísono:

Así será hecho.

Hacen mutis por el foro. La esposa del violador se sienta, toda su dureza y decisión desaparecen. Se toma la cabeza y llora. Al mismo tiempo, en la parte izquierda del escenario, la amante del violador finaliza su solitario. Se incorpora, canta mientras baila alrededor de la mesa.

Amante del Violador:
Amado mío. ¿Por qué no vienes
conmigo a dormir la siesta?
Amado mío. ¿Quién te retiene
alejado de mi mesa puesta?
Extraño tus besos fieles,

el deseo se me recuesta.
¿Es que acaso ya no tienes
quien a tu esposa le mienta?
¿No puedes darte a la huida

de la malparida avarienta?
Ella lo sabe todo y se cuida
de que tú no lo adviertas,
pero yo sé que soy la única.
¡Qué me importan las apariencias!

Golpean a la puerta. Ingresa un niño de diez o doce años que dice:

¡Mami! ¡Mami! Hay una foto de tu novio
en la televisión.
Todo el mundo lo está buscando,
ofrecen por su cabeza
casi medio millón.

Amante del Violador:
¿De qué hablas? No puede ser cierto.

Niño:
Es el Violador Serial.

Amante del Violador:
¡Debe ser una confusión!
¿O me estás haciendo un chiste?

Niño:
Verdad es lo que yo te digo.
Mis amigos ya lo buscan
disfrazados de mendigos.
¡Quieren los quinientos mil
para comprarse un misil
y un revólver atronador!

El niño sale corriendo.

Amante del Violador:
¡Oh, por Dios!
¡Oh inclemente destino
por que me quitas lo que es mío!
No puede ser cierto, no puede serlo.

En la parte superior del escenario el violador serial se incorpora, las piernas abiertas, el pecho ancho, las manos en la cintura. Les dedica una canción a su esposa y a su amante. Al oírlo, cada una en su zona del escenario, alzan las cabezas y lo miran con devoción.

Violador Serial:

Aquí estoy, mis mujeres tan amadas.
Aquí estoy, mis amantes adoradas.
Algo confabuló contra mí
y adiós tengo que decir.
Me buscan y me escondo
mas no tardarán en hallarme.
Dicen que soy una bestia,
sólo quieren humillarme
pues soy muy buen amante.
¡Es la envidia!
Ya debería yo haber atado una cinta roja
a mi muñeca.

Esposa del Violador:
¿Es verdad lo que dicen?
¿Vos lo hiciste? ¿Vos las violaste?

Violador Serial:
¡Mentira!
Es una cuenta atrasada
que ahora me quieren cobrar.
¡Pobre de mí!
Muchas son en mi vida ajada
las boletas sin pagar.

Amante del Violador (al violador):
Te creo. No como ella (señala a la esposa del violador).
Ya sabía yo que no
eras vos el violador.
Escapémonos juntos
a algún lugar lejano
donde no llegue la mano
de la policía o del gobernador
donde tu esposa no exista
y las venganzas se olviden
por no tenerte a la vista.

Esposa del Violador (para sí):
Yo tenía doce años...
¿Fue aquello una violación?
Cuando te abalanzaste sobre mí,
ya te deseaba, bien lo sabe Dios,
pero no te había dado el sí.
Lo confundí con cariño porque
apenas después, mientras dormía
acunada en el pasto y en tu dulzor
me propusiste matrimonio
y me convencí de que era amor.
Desde entonces de la que yo era
si es que algo, poco queda.
Todo lo mío en vos se disolvió,

en carne de hijos se convirtió.
Yo mujer a tu aliento de hombre
me aferré para caminar,
fui fiel a tu pecho y nombre
en esta negrura llamada hogar.
Santa para mí era tu palabra
pero ahora vuelvo a dudar,
ya lo hiciste una vez conmigo
¿es que has vuelto a comenzar?

Amante del Violador:
¡Él nunca podría ser!
Es el mejor amante del mundo,
el más cariñoso, el más fuerte,
el más hermoso y profundo.

Violador Serial (canta):
Mis mujeres tan amadas,
mis mujeres adoradas,
no fui yo, ni lo piensen.
Las tengo a ustedes
¿para que querría otras?
Para mí resta la huida.
Adiós, mi esposa, cuida de mis hijos.
Adiós, mi amante, cuida de mis hijos.

Amante del Violador:
¡Detente, amor mío! ¡Espera!
Llévame contigo, fuguémonos juntos.
Yo no podría vivir sin la fuerza
con que me tomabas de espaldas,
sin el duro vicio con me hiciste
poco a poco enviciarme.

Violador Serial:
No. Hay momentos en que un hombre
debe enfrentarse a su destino.
El mío ha llegado.
¡Adiós a las dos!

Ambas mujeres estallan en llantos. El escenario se oscurece por completo. El violador serial huye. La estridente luz de un reflector sigue sus movimientos. Se escuchan sirenas acercándose. La policía busca a su presa. El violador serial corre frenético, salta a la parte inferior del escenario, se esconde en la oscuridad. La luz del reflector lo persigue, lo pierde, busca, se vuelve, recorre y lo encuentra nuevamente.

Ya no quedan vías de escape para el violador serial que, rendido, se sube a una mesa. En su mano tiene una pistola. La muestra a la platea y canta, resignado:

Mis rubitas hermosas,
mi amante, mi esposa,
mis ortitos estudiados,
mis chicas estudiosas,
mis mujeres de la vida,
mis ricas jóvenes suicidas,
mis adolescentes laboriosas,
mis madres prematuras,
a todas, a todas
yo las amé.
¡Lo juro!
A todas, a todas
yo les fui fiel.
¡Lo juro!

Recuérdenme por siempre,
mis mujeres amadas.
Que mi paso por esta tierra
no haya sido para nada.
Que el rastro de mi vida
quede grabado por siempre
en sus rasgos de mujer,
en su matriz, entre sus piernas,
en el nido tibio y rosado,
en sus montes de Venus fragantes,
en sus labios vaginales,
en sus lunares ocultos,
en sus clítoris, en sus puntos,
en sus desgarros, en sus muslos...

El violador serial se lleva la pistola a la sien. Cierra los ojos. Canta:

A todas, a todas
yo les digo adiós.
A todas, a todas
las amé yo.
¡No fueron sólo carne!
¡Lo juro!

Desde fuera del escenario llega la voz potente de un agente de policía. Grita:

¡Detente, sotreta! Te tenemos rodeado.

El violador mira al público. En voz casi inaudible, canta:

¡Porque yo soy
      El
        Vio
           La
              Dor
                Se
                  Rial!

Cierra los ojos. Suena un disparo. El cuerpo del violador cae y las luces del escenario se apagan.

Baja el telón.

*

En el quinto acto, correspondiente al gran final, la disposición escénica es impactante. En la parte superior, sobre una camilla, lívido, muerto, descansa el cuerpo desnudo del violador serial. Se escucha una música lúgubre. Una enfermera lava el cuerpo con una esponja.

Al mismo tiempo, en la parte inferior del escenario, el resto de los personajes de la obra, en penumbras, mira al público, de pie, con las frentes en alto. Permanecen totalmente quietos.

Mientras la enfermera higieniza el cuerpo del violador serial, canta:

Aquí estás, el terror de la sociedad.
¿Qué sos más que el resto?
¿Qué te diferencia de otros?
Estás muerto, igual que lo estaremos nosotros.
Vaya hazaña, poco has logrado.

La enfermera toma un brazo del violador serial, lo levanta, lo limpia y continúa su canción:

Aquí estás, éste es tu brazo.
Ésta tu pierna, éste tu cuello.
Ésta tu cabeza descerrajada.
Tus ojos secos miran el techo
y en la comisura de los labios
sonríe lo que salpicó la sangre.

La enfermera toma el sexo del violador serial, lo lava con la esponja, acariciándolo.

Y ésta es tu arma. ¡Qué pequeña ahora!
¿Dónde está el filo de tu espada
mellado en el tiempo de la muerte?
El punzón con que desgarraste vida.
Carne, sólo carne.
Ya se pudre, nada basta.
A lo mejor ellas lo olviden...

La enfermera suelta el sexo del violador serial, que cae, laxo. La enfermera reflexiona por un instante:

Lo más probable es que no,
no lo olvidarán.

Pero para ellas también llegará la muerte
y para sus hijas también llegará
y para sus nietas.

En un siglo no serás más que una nota al costado
en un suplemento de historia local
entregado por fascículos junto al dominical.
¡Mínima eternidad la que te aseguraste!
Sin embargo, allí está.

Del techo del escenario baja una soga con un gancho. La enfermera ata la camilla a la soga, la empuja y dice:

Ve con Dios.

La camilla, con el cuerpo del violador serial, se balancea en el aire, por sobre las cabezas del resto de los personajes de la obra y desciende lentamente a la parte inferior del escenario. Todos se preparan para recibirla. La esposa y la amante del violador, vestidas de negro, alzan las manos y se aferran a ella.

Esposa del Violador (a la amante):
¡Suéltalo! Es sólo mío.

La amante se retira, mira desde lejos y entre llantos, dice:

Que se quede ella con lo que ya vos no sos.
¡No temo! Fornicaré con tu recuerdo.
Cada noche en mis oraciones,
te amaré en silencio.

La camilla toca el suelo. La esposa del violador, con mucha dignidad, besa la frente de su marido. El resto de los personajes de la obra se encolumnan tras las camilla y forman un cortejo fúnebre que avanza hacia el proscenio. Algunos hablan entre sí. Un vecino del violador le dice a otro vecino:

Que se las culió, seguro, porque era fachero.
¿Pero por qué las va a andar violando?
Para mí que las minas quisieron,
y después volvieron dudando.
Como sospechaban, a sus maridos dijeron
que él las estuvo toqueteando.

En otro sector del cortejo, canta una de las jóvenes violadas:

Ni siquiera tuvo la valentía
de dar la cara.
¿De qué vale escupirlo ahora,
cuando sus horas ya no corren?

Más atrás, el Gobernador camina del brazo de su esposa y dice:

Podemos dormir en paz, mi gurrumina.
La provincia está en calma.
Las próximas elecciones son nuestras.

Junto a la camilla, la mujer policía, piensa en voz alta:

Mi cuerpo no tentó al serial,
no fui buen anzuelo
contra su mal.
Ahora cuando cobre
me arreglaré un poco, teñiré mi pelo,
no soy tan vieja, sé que todavía puedo.
Ser femenina
nunca está de más.

A su lado, un policía comenta:

Le dije, bajá el arma, te tenemos rodeado
pero no me dio tiempo y se voló los sesos.
Ya lo tenía pensado
desde antes,
igual fue mucha la impresión.

Al llegar al proscenio, el cortejo se retira hacia atrás y la esposa del violador, sola, junto al cuerpo, canta una canción de despedida:

Yo tenía doce años
y no esperaste a que te diera el sí.
Desde entonces nada quedó,
todo se diluyó de mí.
¿Qué pasará ahora?
Mis hijos me recuerdan tu cara,
sus cuerpos son cuerpos de horror.
Por las noches recorro la casa,
ellos duermen, igual que el padre,
santos por fuera, pero con el frío hierro
poblándoles las piernas.
¿Qué pasará ahora?
Hay paz en la ciudad.
Las estudiantes duermen tranquilas,
mas yo duermo con tu muerte
y con tu muerte se me fue la vida.

La esposa del violador se aparta, la cabeza gacha.

La camilla con el cuerpo queda sola en el proscenio, junto al público, como si fuera una ofrenda. El resto de los personajes de la obra se retira, desaparecen tras bambalinas. La última es la esposa del violador serial.

En el escenario vacío, los cromos de la camilla reflejan la luz tenue. No hay sonido alguno. Sostenido por los hombros, el cuerpo desnudo y muerto del violador serial se eleva por los aires. De la espalda le nacen dos enormes alas negras. El cuerpo del violador serial sube, con los brazos extendidos, al modo de un crucificado, hasta perderse en el cielo del escenario. El telón baja lentamente.

El público aplaude.

 

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