Lo que escribía el padre de Borges
Gentileza Borges Center
Recuperan un inédito clave
Miércoles 14 de junio de 2017
En 1917, el padre de Jorge Luis Borges, Jorge Guillermo, escribió La senda, libro que no se publicaría sino hasta 2015, cuando el Borges Center de Pittsburg lo rescató. El padre de Borges, además, sí escribió novela: El caudillo, publicada por Mansalva. Aquí, algunas de las líneas del padre del padre de todos.
Por Jorge Guillermo Borges.
El valor de la experiencia depende de la capacidad que poseemos para obtener de los hechos su proyección exacta. En los casos simples su autoridad no se impone a título de un buen consejo, es autoritaria y dura. El chico que se ha quemado los dedos jugando con la llama, sabe en lo sucesivo a qué atenerse, pero no lo sabe el comerciante fracasado, por más que sus quiebras se repitan una y diez veces. En los casos simples se impone con la monótona firmeza de una ley, en los complejos, ensaya a lo sumo una indicación, tan flojamente expresada que nos es permitido desoírla. Sólo admitiendo la exactitud de la inferencia y la posibilidad de que existan dos situaciones más o menos similares en su composición y efectos es posible aceptar sin recelos su gobierno. Por desgracia las ocasiones en que más requerimos su ayuda presentan problemas tan complejos y especiales que difícilmente hallamos el caso similar que ha de orientarnos y nos vemos obligados a la acción con la sola guía del impulso instintivo. Y ¡ay de nosotros! Ese dios ancestral da en su homérica sencillez, solo sabe de consejos extremos, de soluciones globales y al apremio complejo del momento se ofrece con un gesto inadecuado y trágico. Cada dintel guarda su secreto y debemos forjar nosotros mismos en presencia de cada puerta la llave que ha de franquearnos el paso.
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La perfección del perdón es el olvido.
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No es fácil conciliar la sinceridad con la estética literaria, porque si bien no son excluyentes, la atención que a la una se presta redunda en perjuicio de la otra. El calor emocional del periodo sonoro, el colorido y el énfasis si engalanan la expresión deforman también el pensamiento. La afinidad que lleva las ideas a asociarse se extiende igualmente a las palabras y hemos de vigilarlas de cerca o imponen su voluntad a la nuestra. La mente que creó el lenguaje se engaña si creyó encontrar en él un esclavo dócil. Diríase que piensa por nosotros y en verdad es la única forma de pensamiento que la inmensa mayoría de las personas conoce.
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Cuando el hombre cede su sitio al autor el público suele escucharse a sí mismo. La especie ha reemplazado al individuo con todas sus limitaciones y prejuicios. Su voz es un eco del alma colectiva, viste su indumentaria mental y lo que tiene de saliente, original y propio se pierde en lo vulgar y lo trillado. Y casi siempre es así, son muy contados los espíritus robustos que prosiguen su camino sin torcerse a derecha ni izquierda, tan sordos al aplauso como al vituperio, que expresan solo aquello que hay en ellos y para quienes la moda, la opinión pública, el tono del ambiente, son creaciones pasajeras, muy respetables por cierto, pero al fin altares de los dioses del momento.
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El espíritu conservador de los viejos es la expresión de su cansancio, solo los jóvenes pueden destruir y luego edificar sobre las ruinas.