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Golpe en la cabeza

Todo el virtuosismo de Stephen Dixon para crear climas y sensaciones se pone en juego en esta breve historia de vacaciones de un padre divorciado y su hija pequeña. El cuento, bellísimo y melancólico, está incluido en Ventanas y otros relatos (Eterna Cadencia Editora).

Texto: Stephen Dixon. Traducción: Ariel Dilon.

 

Choca su cabeza contra algo mientras hace ejercicios. Ve luz, siente sangre, va al baño –todo esto en la oscuridad, apenas un poco de luz de luna–, allí enciende la luz y ve el corte. “¿Cómo pude ser tan estúpido?”, piensa. “Poco familiarizado con la casa; estuvimos aquí todo un mes el verano pasado pero es nuestra primera noche, este año; ¿por qué no encendí las luces?”. Estaba haciendo ejercicios en el comedor, que contiene la escalera, y su hija estaba durmiendo o quedándose dormida arriba con su puerta abierta, porque le daba miedo dormir con la puerta cerrada y él no quería que la luz la despertase. Ya tiene una toalla de papel apoyada en el corte, la mira y mira el corte en el espejo, sigue sangrando, presiona más fuerte, piensa que debería ponerle encima una bolsa de hielo para contener la hinchazón, entra en el comedor para ir a la cocina pero se detiene a ver qué fue contra lo que golpeó su cabeza. Se para en el lugar donde piensa que estaba haciendo ejercicios. Debe de haber sido uno de esos dos barrotes o palos o lo que sean… simplemente los listones verticales del respaldo de la silla de su izquierda, del juego de comedor, contra los que golpeó su cabeza.

 

El ejercicio era ese en el que pone las manos en sus caderas… no, las une detrás de su cuello y toca su rodilla izquierda con su codo izquierdo, y luego su rodilla derecha con su codo derecho, y repite nueve veces más. Es el primero de una serie de ejercicios que concibió para sí mismo años atrás, y que ha estado haciendo cada mañana o noche o a veces en su oficina después del mediodía, si tiene unos diez minutos y la puerta está cerrada y si no los ha hecho esa mañana y prefiere sacárselos de encima en lugar de dejarlos para la noche. Apenas estaba haciendo el primer movimiento del ejercicio cuando se golpeó la cabeza. El corte parece seco, así que retira la toalla. Pero le sigue sangrando, y ahora duele, y pliega la toalla sobre él, presiona una parte limpia sobre su cabeza y va al baño a buscar las aspirinas del año pasado. Este año todavía no desempacó.

A la mañana siguiente su hija dice: “¿Dónde te hiciste eso?”, y él dice: “Si te dijera que me lo hice anoche mientras hacía mis ejercicios, tú dirías que debí de estar borracho”. “¿Eh?”, y él dice: “Lo que estoy diciendo es que me lo hice mientras hacía ejercicios… haciendo esto, cosa que no podré hacer por un tiempo con esta cabeza”, y le muestra. “Oh, Dios, esto duele, y aún sigue sangrando por lo que veo, y no estaba borracho cuando me lo hice, cariño. Simplemente no estaba habituado al terreno… esta habitación, así que lo que yo tomé por aire mero y huero, resultó ser un madero, sin pretensiones de poesía”. Ella dice: “Vaya, se lo ve muy feo y deberías ponerte una curita”, y él piensa: “A ella le dará vergüenza si la llevo a la colonia en este estado, y tendrá razón”.

En la colonia la supervisora con quien la deja dice: “¿Qué pasó ahí?”, señalando la curita y la mancha de mercurocromo alrededor, y él dice: “Si te dijera que me golpeé la cabeza mientras hacía ejercicios, dirías”, pero dado que su hija está allí debería cambiar la línea, “que estoy borracho al decirlo o que lo estaba cuando me lo hice. Pero no lo estoy, no lo estaba… ambas cosas, ninguna. Me lo hice de la manera más paradójica posible… como salir a trotar, quiero decir morirse de un ataque al corazón mientras uno trota, ¿entiendes a qué me refiero?”, y ella asiente, y él piensa que ella no entiende o ha dejado de escucharlo. Debería saber con quién está hablando, no pasarlo por alto o por lo bajo e irse de boca o tratar de embestir contra sus cabezas. Tal vez el golpe haya afectado su cabeza más de lo que supone.

Le dice adiós a su hija, besa sus labios, dice que estará allí a las 3:30 sin demora o incluso un cuarto de hora antes, “pues lo que hacen todos los niños de la colonia en los últimos quince minutos es merodear al sol esperando que los recojan. Pararemos en el Hillside View Diner de camino a casa, por una merienda. Te vas a divertir aquí, conocerás a montones de niñas. No olvides elegir navegación, si quieres, como tu principal actividad matinal del mes. Quiero que haga eso”, le dice a la supervisora, “porque deseo que me enseñe todo lo que aprenda”. “Y nosotros trataremos de enseñarle todo lo que sabemos”. Su hija nunca dice una palabra. No quería venir. Ayer durante el viaje dijo: “No voy a ir a la colonia, para que lo sepas”. Algunos días atrás, semanas atrás, en febrero cuando él estaba llenando la inscripción, dijo: “¿Dices que te cuesta tanto ganar dinero? Bueno, no me importa si lo desperdicias y no será culpa mía si no consigues que te lo reintegren”. Aparta la cabeza cuando él trata de besarle la coronilla. Él dice: “Bueno, hasta luego, mi chiquita”, y camina hacia el auto, se da vuelta al llegar a él. Ella lo mira con tristeza, los hombros caídos, la carita diciendo: “¿Cómo puedes dejarme aquí?”. Sus anteojos la hacen parecer todavía más triste. Él conoce ese sentimiento. Una timidez dolorosa –lo decían de él, él suele decirlo de ella, pero ella es más así de cuanto lo era él. La supervisora la ve mirarlo, la rodea con un brazo y la conduce hacia un grupo de niñas, todas con anteojos, y la presenta. Cada una de ellas le dice hola y retoman su juego de palmas. La supervisora tiene una pelota de vóley bajo el brazo, se la lanza a una de las niñas; la niña la atrapa, mira a su alrededor para ver qué hace con ella y la supervisora dice: “Tírasela a Debbie, la niña nueva”. “Toma, Debbie, atrápala”. Deborah agita su cabeza, retrocede, lo mira. “Juega, juega”, articula él, y alza sus manos como atrapando la pelota, lanzándola después hacia delante y luego desde debajo de sus piernas. Ella aparta la mirada, ahora en dirección a nadie. No le gusta jugar a la pelota. Piensa que es una atleta terrible y una corredora torpe. Le gusta leer libros. Siempre fue la mejor de la clase. Le gusta pintar, dibujar, modelar en arcilla, escribir cuentos y obras de teatro, hacer cosas. Ella tiene una buena amiga en la ciudad; ni siquiera se ven tanto. Es demasiado tímida para invitarla. A él le encanta cuando se divierte con alguien de su edad, que corra con ella por ahí, que se rían, que se hagan confidencias, que se sienten a leer en el mismo sofá, que hagan locuras, que jueguen, pero eso es tan raro. ¿Qué le hemos hecho? Qué ha hecho él, querrá decir, ya que procuró y consiguió su custodia.

Se va, trabaja en casa, un par de veces le duele la cabeza y toma aspirinas y descansa en la cama, tan a menudo piensa que hace mal en forzarla a ir a la colonia, “pero después quiero trabajar durante el día, así que ¿qué se supone que haga?”. Se propone volver a las 3:15 pero quiere terminar una página en la que trabajó todo el día, así que no llega hasta las menos cuarto, y las calles estaban despejadas todo el camino. “Siento llegar tarde; el tráfico; autos de Maine uno tras otro delante de mí. ¿Cómo estuvo?”. “Mi almuerzo estaba casi hirviendo. Lo dejaste al sol”. “Cariño, dejé tu bolso en la sombra detrás de una roca pero la dirección del sol debe de haber cambiado. Ponlo donde tú quieras la próxima vez. ¿Y navegación?”. “No salimos. El agua estaba demasiado picada. En lugar de eso jugamos esos juegos brutos. Como el Martín Pescador, que te puedes romper un brazo jugándolo, cosa que pienso que muchos querían hacer, el propio brazo y los de los demás. Me senté afuera un minuto. No voy a hacer ninguna amiga ni a pasarla bien aquí. Todos se conocen de la escuela y de los alrededores. Yo soy la única de la ciudad”. “Debe de haber alguien más. ¿Preguntaste?”. “No, pero lo oí. No voy a ir a la colonia mañana”. “Tienes que hacer la prueba. Ya te lo dije: después de una semana o algo así, si sigues teniendo alguna objeción importante al respecto, discutiremos seriamente sobre si seguirás o no”. Ella sube al auto enfurruñada. Una supervisora le dijo adiós. Una niña agitó la mano hacia ella cuando arrancaron. “¿Quién es esa niña que saludó recién?”. “No lo sé. Ella tampoco nadó, así que nos sentamos una al lado de la otra en el lago”. “¿Por qué no nadaste?”. “Tenía frío. Y en el agua hay sanguijuelas”. “No te preocupes por ellas. Hay una chance entre mil de que una se te prenda, y si lo hace, un ligero toque con un cigarrillo o una pizca de sal y se cae muerta”. “El verano pasado, a un niño se le prendió una en la pierna y le sangraba hasta el suelo”. “Eso es el agua que se mezcla con la sangre, haciéndola parecer mucha más. Pero esa niña de recién. A todo esto te estaba saludando. Yo diría que quiere ser tu amiga”. “No puedes saber con solo verla.

Y solo hablaba de programas de televisión estúpidos que tú nunca me dejarías mirar y qué divertido va a ser el Día del Pirata la semana que viene. Es como la mayoría aquí y el año pasado. Son amables pero no nos gustan las mismas cosas”. “Dales una oportunidad. Ella puede haber sacado el tema de esos programas solo para…”. Le da la espalda, no quiere oír nada de lo que él dice.

A la mañana siguiente berrea cuando él le dice que suba al auto para ir a la colonia, llora cuando la deja ahí, no lo mira cuando la recoge y más tarde en casa no hace otra cosa que quejarse. Lo mismo los dos días siguientes, pero peor. O es el agua helada del lago, o los juegos violentos, los deportes competitivos, las letrinas olorosas, las cosas de bebés que hacen en manualidades, una especie de cobertizo abierto donde las chicas tienen que desvestirse y al que siempre se están asomando los chicos, nada de agua potable por ningún lado así que tienes que arrastrar tu pesado termo por todas partes o morirte de sed, búsquedas del tesoro que toman horas en los bosques o en el sol ardiente y que al final no conducen a nada… o descalifican la mitad de las cosas que encuentras o el premio es un chicle viejo.

Ella está huraña casi todo el fin de semana. Él trabaja un par de horas, las dos mañanas, pero después hacen algunas cosas juntos… ir al océano, comer en un restaurante, trepar hasta la mitad de una gran colina que los lugareños llaman montaña, recoger arándanos que aún no están maduros, pero él sabe que la colonia del lunes está casi siempre en su cabecita. “De acuerdo”, dice el domingo a la hora de la cena, “haz una lista de todo lo que está bien y mal en eso de la colonia, pero sé honesta. Primero que nada, por lo que puedo ver, las niñas son de lo más amables. Una de ellas –Laurie o Lauren, creo–, el viernes cuando llegamos a la colonia corrió hacia ti y dijo: ‘Debbie, ¿dónde estabas? Te extrañé. Pensé que no vendrías hoy, y además te perdiste el paseo de campo a Goose Cove’, y tomó tu mano y las dos se alejaron caminando muy felices”. “No estaba feliz. Y excepto por los chicos más brutos, no es por los niños en absoluto”. Ella enumera lo que más odia de la colonia. Cuando llega a “Ocho, los mosquitos, tengo tantas picaduras, me rasco todo el día aun con esa cebollita que te dan para frotarte”, él dice: “Escúchame, ya basta, ¿sí? Solo estás tratando de reforzar tu argumento con cualquier cosa que se te ocurra contra la colonia. Lo siguiente serán los tábanos, luego la hiedra venenosa, o las serpientes venenosas que has oído que hay por ahí, aunque yo creo que no hay ninguna en todo Maine. Lo siento, cariño, después de todo lo que has dicho hasta ahora, no compro tu argumento”. Aparecen las lágrimas; “Te odio, Papi”, y sale corriendo; un minuto después, portazo a la puerta de la cocina y va a meterse en su cuarto. “Todo lo que pido”, grita él, “es que le des otra semana y luego decidiremos; ¿qué diablos significa eso?”. Piensa: ¿cómo se supone que debe tomar eso que ella ha dicho? Nunca ha sido tan dura antes. Bueno, solo una niña de su edad que tiene una rabieta, que no consigue lo que quiere, que piensa que él no está siendo del todo justo, y tal vez no lo sea, pero al demonio con eso. Más tarde la llamará a comer, actuará como si nada hubiese pasado, y ella estará bien, o casi, y probablemente hasta se disculpe sin que él la induzca a hacerlo.

Más tarde la llama pero ella no viene. Va a su cuarto. Está en la cama, dormida o fingiendo dormir. “Deborah, si quieres seguir con los números donde los dejaste, podemos hacerlo; no voy a meter baza hasta que termines. Quiero decir, no voy a meter baza; di lo que quieras, y yo lo escucharé y esta noche lo consideraré seriamente”. No hay respuesta. Le quita los lentes, palpa las mantas buscando un libro pero no encuentra ninguno, no se cepilló los dientes ni se puso su pijama pero él no va a empezar a ponérselos –no lo ha hecho desde hace por lo menos un par de años–, la besa, enciende la lamparita de noche y apaga la de arriba.

Ella se le mete en la cama como a las tres. “¿Qué crees que estás haciendo?”. “No puedo dormir, y mi almohada está toda mojada”. “¿Qué, estás transpirando?”. “No”. “Solo dala vuelta”. “Por favor, Papote”. No le gusta que duerma con él pero tiene una vocecita tan triste, y después de lo que pasó antes, así que dice está bien, “Solo por hoy, ahora duérmete sin decir una palabra”. Sale de la cama. “¿Adónde vas?”. “Al baño”, y se lleva consigo su remera y sus calzoncillos y se los pone fuera de la habitación.

Por la mañana está abrazada a él. Él sale de la cama, hace sus ejercicios en el living, y más tarde cuando la despierta, ella dice: “Por favor, no me mandes a la colonia hoy”. “Oh, no empieces otra vez”. “Por favor, solo quiero quedarme en casa contigo, y prometo no ser una molestia”. “Está bien, hoy va a ser el día de licencia excepcional, pero tienes que dejarme libre toda la mañana, ocuparte de tus propias necesidades y todo eso, y después, si quiero la tarde para trabajar por lo menos hasta la hora en que saldría a recogerte en la colonia, eso también”. Ella lee, dibuja, saca su caballete afuera y pinta, se balancea en el columpio, salta a la cuerda, va hasta la calle varias veces a buscar el correo y cuando lo encuentra –él ve todo esto desde la ventana de su estudio en el segundo piso– golpea a su puerta. “¿Quieres que te deje tu correspondencia afuera o que te la entregue en persona?”, y él responde: “Déjala, cariño, estoy en mitad de algo, y gracias”. Le prepara el almuerzo y se sienta frente a ella con un café y el Times de ayer, que llegó con el correo de hoy, y ella dice: “Tu corte ya no se ve tan horrible; incluso si hasta anoche necesitó una curita, ya no la necesitas más”, y él dice: “Sí, parece estar sanando bien, y ya no me siento tan atontado. Eso es lo que pasa cuando no haces nada al respecto”. Después del almuerzo ella dice: “No tienes que hacerlo, por supuesto, pero si quieres, ¿podemos ir a nadar a Carter Pond? Estuve pensando en eso todo el invierno”, y él dice: “Seguro, ya hice bastante, dos páginas, y no he nadado desde que llegamos aquí”.

Nadan, cena de hamburguesas de pescado, ajedrez por la noche. Más tarde: “¿Qué quieres para el almuerzo mañana?”, y ella dice: “Cuando esté lista para comerlo, te lo diré”. “Quiero decir, para la colonia”. “Pa, no voy a ir a la colonia”. “Vas a ir, no empieces otra discusión ahora. Tuvimos un día de licencia, estuvo muy lindo, pero no dos”. “No puedes obligarme”, y él dice: “Oh sí, te obligaré, de acuerdo. Y prepararé lo que yo quiera que te lleves para el almuerzo, si tú no vas a ayudarme, y ahora alístate para ir a la cama”. Cuando él entra en su cuarto para ver si hay mosquitos y decirle buenas noches, ella dice: “¿Un cuento?”. Él dice, mirando algo en la pared que le parece un mosquito pero resulta ser la cabeza de un clavo: “Ningún cuento, nada para ti esta noche, solo duérmete”, verifica un poco más y apaga la luz.

Ella trata de meterse en su cama temprano en la mañana. “No; si no vas a ir a la colonia, no duermes en mi cama”. Ella vuelve a su habitación. Fue un error decir eso, piensa él, y estuvo mal expresado. No la quiere en su cama, punto. Esa tampoco sería la manera de decirlo. ¿Cómo, entonces? “Escucha, tú duermes en tu cama, yo duermo en la mía, así es como es la vida”. No. Solo: “Cada uno duerme en su propia cama, punto”. Tal vez más tarde se le ocurra algo mejor, o tal vez no tenga que hacerlo, ya que ella podría no volver a intentarlo.

A las ocho va a su cuarto a despertarla. “Deborah, Deborah, cariño”, pero ella finge estar dormida. Tenía mucho sueño anoche, y es de sueño ligero. Palpa su frente. Está bien. Alza la persiana, abre más la ventana, “Arriba que brilla el sol, dormilona”, le sacude el hombro. Abre los ojos. “No voy a ir, no puedes forzarme”. “Entonces tendré que vestirte y arrastrarte allí”. No, otra vez la jugada y las palabras equivocadas, y ella está llorando. “Está bien, no vayas, ¿a mí qué demonios me importa? Pero no me molestes hasta las tres. ¿Sabes leer la hora?”. “Tú sabes que sé. No tienes que ser sarcástico”. “Bien. Entonces no me molestes hasta entonces”. “¿Por qué querría molestarte?”.

Ella misma se prepara el desayuno y el almuerzo y una merienda. Él lo sabe por los sonidos en la cocina, platos dejados en el fregadero y comida derramada en el mantel. Ella lee y juega en el living y detrás de la casa. Se encuentran un par de veces cuando él baja a hacerse un café o para ir al baño y dice: “¿Y, qué tal?”, y ella dice “Bien, ¿por qué?”, y él dice: “Me alegro”, y termina, o hace rápidamente lo que vino a hacer abajo, y vuelve a subir la escalera. Más tarde está tecleando en su escritorio y la ve en el jardín, tiene puesto el sombrero de su madre. Su ex mujer lo dejó en una de las casas que alquilaron por aquí para el verano –la última vez que pasaron un veraneo juntos y cuando Deborah tenía tres– y él lo ha llevado consigo de casa en casa desde entonces, junto con sus botas y sus herramientas de jardín. El cabello ondea sobre sus hombros, como lo hacía el de su madre, y del mismo color, y se le decolorará del mismo modo con el sol. Se la ve tan hermosa y atareada. Es tan hermosa. Realmente no quiere ir a la colonia… parece estar ocupando su tiempo lo más bien… no debería forzarla. ¿Por qué quebrar su voluntad, o intentarlo? Debería alentarla sutilmente a reforzarla. ¿Bien expresado así? Es una niña tímida, la mayor parte del tiempo dócil, y él quiere que sea más fuerte, que se enfrente a las personas –a él, a todos– cuando crea tener razón, incluso cuando solo crea tenerla, pero que mantenga la mente abierta mientras lo hace. Eso es tan estereotipado, lo sabe, ¿pero de qué serviría una manera más original de decirlo? Lo importante es lo que quiere decir. Forzarla a ir sería como violarla, de manera que, con la voluntad quebrada, ella se dejará violar una y otra vez. Tal vez podría provocar eso. Y violar su mente, es decir… ¿y por qué esa palabra? Porque es fuerte. Él no siente nada sexual por ella, aunque tiene sentimientos profundos hacia ella en todos los otros sentidos. Paternalmente, el resto. Siente como si fuese a llorar. En la garganta, un sentimiento que ella debe de haber tenido el primer día que la dejó en la colonia, probablemente los demás días también. El suyo por su amor a ella, ¿el de ella por qué? Abandonada, herida, y que si él la ama, ¿por qué le está haciendo esto? Apoyada en una rodilla ahora, cavando, tal vez quitando la hierba o replantando, el jardín iniciado para ella por el propietario antes de que llegaran. Al diablo su trabajo… debería estar pasando más tiempo con ella aquí, poco para mucho, y dejarse llevar más por lo que ella quiere. ¿Qué es su trabajo, en todo caso, comparado con ella? No se compara, pero él puede encontrar tiempo para hacerlo, cuando quiere. Antes de que ella se levante, después de que se duerma, o tal vez no, porque no quiere desperarla con su tecleo. Un poco aquí y allá, silenciosamente en un bloc de notas, por la mañana si ella lo deja, y ella lo dejará. Ella entiende y en realidad le gusta estar sola jugando y leyendo, o a él le parece que le gusta. Ojalá su matrimonio hubiese funcionado. No era él. ¿Y por qué tendrían una hija si era tan malo desde el comienzo como dijo ella? O tal vez haya sido él, en un diez o un veinte por ciento. Pero por supuesto habían estado encantados de tenerla. Embelesados, todo eso. Nadie podría amar más a su hijo, ni cerca, incluso si es cierto que no es tan buen padre. También puede trabajar las pocas semanas al año que su ex esposa se la lleva, aunque si no lo hace, como no lo hizo en la última Navidad y no lo hará al final de este verano, él está feliz de tenerla. No, de veras lo está; no es solamente que lo diga. No le importaría –podría incluso preferirlo, aunque no sería bueno para Deborah– si su ex esposa ya no pasara con ella otro período prolongado.

Pero mírala. Sin el sombrero contra el sol, limpiándose la frente, tal vez para mostrarle lo duro que está trabajando, el pelo en la cara a causa del viento y se le pega allí y ella tiene que apartárselo, echárselo hacia atrás. No recuerda si en eso se parece a su madre y no le interesa escarbar en su memoria para averiguarlo.

Alza la vista hacia él. La saluda, ella lo saluda también, él grita: “¿Trabajando duro?”. “¡Sí!”. “¿Crece algo?”. “Un montón”. “Te ves tan linda allí afuera trabajando en el jardín”. “¿Cómo es eso? Estoy transpirando. El sudor es horrible, y además estoy sucia”. “Sigue haciéndolo. Te estaba mirando”. “No, por favor. Odio cuando la gente me mira. Me pone ya sabes cómo”. “Hey, yo puedo hacerlo, soy tu papi. Te estaba mirando porque tus movimientos me hacen feliz”. “Gracias, aunque no sé lo que quieres decir. Muchacho, sí que está caliente el sol”. “Entonces entra. ¿Qué quieres para la cena hoy?”. “Yo puedo prepararla”. “Estás bromeando… ¿la cena? Ya te preparaste el desayuno y el almuerzo. Salgamos. Al Fish & Pizza, o al Lobster In. Tal vez primero a nadar en el lago. Todo lo que necesito es trabajar una hora más”. “¿Qué hora es ahora?”. “Dos menos cuarto”. “Trabaja todo lo que quieras. Hasta antes de las cinco. Tengo mucho que hacer. ¿Pero puedes llevarme a la biblioteca antes de que cierre? Ya leí todos los libros que traje cuando llegamos”. “Vamos a hacerlo ahora. Tú eres más importante que mi trabajo en todo momento. O tanto como él, cada uno en su momento”. Ella parece confundida. “Estoy diciendo que puedo hacer ambas cosas, hacerte feliz a ti y hacerme feliz a mí cuando hago mi trabajo y feliz también cuando tú eres feliz, y así todo lo demás. Tal vez hasta me tome todo el día libre mañana para poder tener más tiempo contigo”. “Pero dijiste que no eres feliz a menos que estés trabajando, y que cada día, si no es un día de trabajo, es un día desperdiciado”. “¿Yo dije eso? Debo de haber estado mintiéndome, y a través de mí, a ti. En todo caso, ¿quién dice que no puedo cambiar? Por ti, cualquier cosa. No quieres ir a la colonia… no irás, ¿o sí?”, y ella dice: “No, eso lo sabes”. “Bien, lo intentaste, no es para ti este verano, de modo que no debo forzarte, como tú dijiste. Pero si más adelante cambias de idea y quieres ir, está bien también, ¿sí? Ahora vamos a la biblioteca. O dame media hora como mucho”.

Ella golpea su puerta abierta; él da un respingo. “Disculpa si te sobresalté, Papi, pero ha pasado más de una hora”. “Mi amor, lo siento”, y le abre sus brazos y ella avanza unos pasos pero no llega hasta su abrazo. “Estaba muy absorto en mi trabajo. Pero mira. Voy a parar ahora mismo, en medio de una oración, simplemente para mostrarte, y probarme a mí mismo, que puedo parar cada vez que tenga que parar y volver a ello tan pronto como pueda, sin que se pierda nada”. Cubre la máquina de escribir, se levanta, suben al auto, están doblando en la calle principal desde la calle de su casa cuando ella dice: “Oh, Dios, olvidé los que tengo que devolver”. “Entonces volvamos”. “¿No estás enojado?”. “¿Por qué debería estarlo? Es verano, tenemos tiempo, mucho, y tú eres mi amorcito. Hasta podría sacar yo también un libro, por placer”.

Vuelven, recogen los libros de Deborah, luego de girar otra vez en la calle principal ella dice: “Cuéntame de mi mamá. ¿Cómo era cuando la conociste? Y apuesto a que en esa época eras un hombre igualmente agradable y listo, también”. “Gracias, ¿pero qué te puedo contar? En un momento ella dijo que se aburría mucho conmigo y de nuestro matrimonio y también de nuestra insípida ciudad universitaria. Yo le dije que esa no era una justificación suficiente para el divorcio y que, si ella insistía en irse, yo quería quedarme contigo. Desde luego quería quedarme contigo de todos modos, pero tradicionalmente, como tú debes saber, la mamá se queda con los hijos. Pero ya sabes sobre ella. La ves como mínimo dos o tres semanas al año, más algunos días adicionales si llega a estar en la ciudad o en las cercanías”. “Eso no es amable con ella. Estás siendo injusto”. “¿Lo soy?”. “¿Ella ya no te gusta?”. “No es cosa mía. Hace lo que ella quiere, y yo ya no tengo que estarle alrededor. Nos hemos alejado. Lamenté que así fuera, por ti y por mí. ¿Qué más puedo decirte, cariño? Yo quería quedarme donde estaba y ella quería salir y marcharse. Yo tenía mi trabajo, y, excepto por tenerte a ti, ella nunca supo lo que quería hacer. Yo lo sabía cuando me casé con ella, incluso cuando la conocí, y eso como que responde a una de tus preguntas iniciales, aunque tal vez su no quedarse donde estaba y su falta de rumbo fue una de las cosas –dos– que me atrajeron de ella. ¿No hemos hablado de esto ya?”. “No desde hace bastante tiempo. Cuando yo era más pequeña una vez es-tuviste muy triste y dijiste que alguna vez la amaste mucho y que quizás todavía la amabas”. “¿Era de noche?”. “No me acuerdo”. “Probablemente lo fuese, y yo probablemente estuviese bebiendo demasiado esa noche, algo que he dejado de hacer para evitar esa clase de falsos sentimientos que trae la bebida”. “Eso tampoco es para nada amable”. “Bueno, ya no la amo, si eso es lo que me estás preguntando. Y en cuanto a gustarme, ¿qué es no gustar?, como solía decir mi padre acerca de ciertas cosas. Pero te amo a ti, quiero a la abuela, quiero a mis hermanos y en cierto modo a sus hijos, y tengo buenos sentimientos para con algunos amigos, pero ningún amor por ellos ni por ninguna mujer después de tu madre. ¿Y por qué debería ser amable? ¿Qué hizo ella por mí últimamente?, como mi padre solía decir también”. “Papi”. “Estoy bromeando. O un poquito. Tu madre, ella era una belleza. Probablemente aún lo sea. Tenía una mente aguda, tal vez la tiene todavía. Buen corazón, muchísima energía, un espíritu aventurero… inquieto, esa es la palabra que estoy buscando y que pienso que se cargó nuestro matrimonio, aparte de lo que ella finalmente descubrió que no veía en mí. Ahora está casada con un hombre mucho más excitante e interesante. Sale en la tele; usa cadenas de oro; tiene el físico de alguien veinte años más joven y le gustan los deportes y los viajes tanto como a ella. Su fin de semana en Tahití. Conoce a todo el mundo, o a todos los que tiene que conocer. Gana mucho y está cargado de amor por ella. Olvidémonos de tu madre por ahora y pasémosla bien nosotros. Ah, la biblioteca. Libros, esos viejos amigos, y unas hamburguesas de pescado –‘Agarra la salsa tártara’– y puñados de papas fritas. Más tarde un rápido remojón en agua salada en Sandy Point, y luego helado con grageas. Si conociera a alguien que tenga una hija más o menos de tu edad o hubiese una niña que conozcas del campamento con quien puedas hacer buenas migas, sería aún mejor para ti. No para deshacerme de ti sino para ampliar tu territorio”. “No importa. Es lindo estar sola contigo”. “Ah, mi adorada, te abrazaría tan fuerte si no estuviese conduciendo”.

Esa noche llama su ex mujer, cosa que hace una vez por semana. “¿Cómo estás?”, y ella dice: “No podría estar mejor, ¿y tú?”. “Buscaré a Deborah”. “¿Cómo está ella?”. “Te lo dirá ella misma”. “Te lo estoy preguntando a ti, Harold. ¿La está pasando bien? La semana pasada dijo que no quería ir a la colonia todo el mes que pasarán allí. Yo sé que tienes tus propias necesidades, ¿pero te parece sensato forzarla a ir?”. “Me estás dando consejos desde tres mil millas de distancia, o seis u ocho o diez, ¿a qué distancia está Tahití?”. “Estamos en casa. Y no veo nada de malo en lo que dije”. “En cualquier caso, la saqué de la colonia el viernes, y desde entonces nos hemos estado llevando de maravillas, y espero que eso dure todo el verano y por siempre”. “Bien. Eso será fantástico para los dos”. “Iré a llamarla”. Apoya el auricular, lo vuelve a levantar. “Ah, y preguntó por ti, hoy. No es una extraña coincidencia, ya que estoy seguro de que te tiene mucho en mente, particularmente porque no va a visitarte este verano, y probablemente sabía que ibas a llamar esta noche, lunes, tu noche de llamar”. “Podría llamar otros días y más a menudo. Supongo que la semana se va tan rápido, y me hice una rutina”. “De cualquier modo, me preguntó lo que pensaba de ti. En esa época, no tanto ahora. Le conté de ahora y un poco de entonces. Mis sentimientos, etcétera…”. “¿Qué le dijiste de tus sentimientos?”. “Oh, ya sabes, que entonces te amaba pero que ahora no y que me preguntaba por qué demonios te casaste conmigo. Que yo hasta te había advertido de lo que resultaría de eso”. “¿Por qué contárselo a ella? Eso fue innecesario. Es muy chica. Fuiste demasiado lejos”. “Bueno, no es exactamente que se lo dije; se lo di a entender. También le di a entender que estaba contento de que a ti te pareciese mejor que se quede conmigo y no contigo. No, tampoco dije eso ni lo di a entender. Pero es lo que yo pensaba. Contento de que tu inquieta forma de ser te convirtiera en una gran viajera y en una egoísta de primera clase, y no en una mujer de su casa, ya que así se queda conmigo. Eso es todo”. “¿Por qué me sales con todo eso? Yo no tengo malos sentimientos hacia ti. Hay una razón por la que no podía tenerla aquí este verano. Estoy embarazada y paso en cama la mayor parte del tiempo y hasta el momento del parto, porque, si acaso tienes que saberlo, ya tuve dos abortos naturales con Tim. Pero esta vez está resultando bien. Ya pasé el período crítico pero todavía tengo que ser cuidadosa. Y llamé especialmente esta noche –iba a dejar que ella te lo dijera si quería– para contarle que estoy embarazada y que va a tener una hermanita bebé. No nos dieron los resultados clínicos hasta el viernes pasado. También estaba planeando decirle que voy a ser una madre muy diferente esta vez, y muy cambiada para ella, y que si quiere, una vez que tenga al bebé, ella puede pasar los veranos completos con nosotros. El próximo, por ejemplo, y tal vez años enteros”. “¿Si ella quiere? Oh no, vas a arruinar todo para mí”, y cuelga. Ella vuelve a llamar. “¿Vas a dejarme hablar con ella?”. “Está dormida”. “¿Quién está dormida?”, dice su hija desde la habitación de al lado. “Por favor, pásamela”. Se la pasa, la observa mientras habla. Está emocionada, dice: “Eso es fantástico, Ma; grandioso. Estoy tan feliz que casi podría llorar”. ¿Ante qué, lo de la hermana o la idea de vivir con su madre? Cuando cuelga le dice: “¿Sabes lo que me dijo Mami?”. “Lo que sea, no puedes. Te permití dejar la colonia, pero no voy a permitirte dejarlo todo”. “¿De qué estás hablando?”. “¿Qué dijo tu mami?”. “Va a tener un bebé… una niña. Voy a tener una hermanita, y puedo ayudar a ponerle el nombre. Ella y Tim quieren que los ayude. Dice que se quedaron sin nombres bonitos que no sean demasiado populares”. “Oh, qué suerte tienes. Yo solo tenía dos hermanos y de los mismos padres. Eran más grandes y terminan por pegarte antes de que lleguen a ser amables contigo de verdad. Pero eran más cercanos a mí en edad de lo que ustedes dos van a ser, y tú vas a ser mucho más grande, así que no puede pegarte. Serás una hermana mayor fantástica. Ojalá te hubiese tenido de hermana”. “Entonces no podrías tenerme de hija”. “Oye, eso es verdad, no lo había pensado. Lástima”.

Ella le pide que le cuente un cuento esa noche. Lo hace todas las noches, o la continuación de alguno. Esta noche dejará en suspenso el cuento en capítulos, le dice, y empieza uno nuevo llamado “Dos hermanas”. “Sadie y Sally”, dice. “Nombres horribles”, dice ella. “Yo no los elegiría”. “Son como gemelas, aunque no se visten parecido y se llevan varios años, tal vez incluso nueve. Desde que nació Sadie comenzaron a hacer casi todo juntas, o más bien cuando empezó a caminar y hablar”. Da algunos ejemplos. “Entonces vino una guerra. Sus padres tenían que pelear en el ejército, así que Sadie se fue con un tío y Sally con una tía”. Guarda silencio. “¿Qué pasa después?”, dice ella. “No lo sé. Estoy tratando de averiguarlo. La guerra sigue por cinco años. Sus padres han desaparecido. Nadie sabe si murieron en batalla o fueron tomados prisioneros y no volvieron, o si se han perdido en alguna parte y están en otro país terrible tratando de escapar, o qué”. “Esto es demasiado triste para escucharlo antes de dormirme, incluso si al final todos vuelven a encontrarse”. “No se vuelven a encontrar tan rápido. Su separación dura más que la guerra. El tío y la tía mueren por causas naturales… enfermedad del corazón, vejez; en realidad son un tío abuelo y una tía abuela. Las hermanas viven vidas completamente separadas durante más de diez años después de la guerra. Sus padres murieron”. “Oh, Papi, ahora voy a tener pesadillas”. “Lo siento. Borra la historia”. “No se puede. Ya la oí”. “Entonces voy a cambiarla”. “¿Cómo? Ya sucedió. Las hermanas podrían reencontrarse pero los padres están muertos”. “Puedo cambiarla si yo quiero. Cometí un error. Les puse a mis personajes vidas equivocadas”. “Tú sabes que no hiciste eso. ¿Por qué contármelo si sabías que iba a ser tan siniestro y triste? ¿Quieres que tenga sueños feos?”. “Por supuesto que no. Simplemente no sabía lo que te estaba contando. Tal vez todavía estoy sufriendo algunos efectos posgolpe por ese accidente de la semana pasada en mi cabeza. O estábamos hablando de ti y de tu futura hermana, empecé a contar una historia sobre otras dos hermanas, y entonces me dejé llevar o no sabía que la estaba contando”. “Tenías que saber. Siempre sabes cuando me cuentas un cuento”. “A veces hay cosas que llegan desde algún lugar más profundo dentro de ti de lo que eres consciente. El inconsciente, el subconsciente… ya sabes, hemos hablado de eso. Así que quizás lo hice, aunque no me di cuenta o no quise hacerlo, porque quiero que vivas conmigo hasta que vayas a la universidad, e incluso mientras vayas, si quieres ir a la universidad en la que enseño o a alguna otra en esa área. Y pensé, o esas cosas más profundas dentro de mí de las que no soy consciente pensaron, que la historia haría que te quedes más conmigo. Porque tengo miedo de que tu madre te separe de mí. O más bien, de que quieras vivir más con ella. Que incluso si legalmente eres mía… quiero decir, que yo tengo custodia legal sobre ti hasta que tengas edad de consentimiento… ¿Es eso, edad de consentimiento? Hasta que tengas edad legal para decir dónde quieres vivir –incluso sola, si quieres– y yo no pueda hacer nada al respecto, entonces podría… ¿podría qué? Perdí el tren de lo que estaba pensando. ¿Recuerdas lo que empecé diciendo?”. “No”. “Supongo que era que tu madre hará la vida muy atractiva para ti, viviendo con ella y Tim y el bebé. Ocasionalmente en Tahití y casi siempre en California y todos sus viajes al extranjero, y con una actitud que tal vez será más liberal que la mía. Y que querrás vivir con ellos permanentemente, y yo no seré capaz de negártelo porque querré que seas feliz, siempre y cuando sea seguro para ti y todo lo demás, y estoy seguro de que lo será. Y entonces solo te veré unos pocos días durante el año si es que ellos viajan a la Costa Este, y también un mes en el verano, incluso dos si tú quieres, pero no lo suficiente para mí. Y tal vez dirás que eres tan feliz allá, o que están haciendo cosas tan fantásticas en los veranos, que no querrás venir conmigo al Este, ¿y entonces qué voy a hacer? Tal vez debería casarme de nuevo para tener otro hijo en caso de que te vayas. ¿Preferirías quedarte conmigo y no con tu madre si yo tuviese otro hijo, incluso si fuese un varón?”. “Tú no puedes tener un hijo”. “La mujer con la que me casaría, quiero decir, pero tú ya sabías eso. De todos modos, ese no es el punto. Te diré lo que le dije a tu madre cuando me dijo que iba a dejarme… tal vez no debería decirte esto”. “No lo hagas, Papi, si piensas que no deberías”. “No, está bien, no es malo, y sé lo que estoy diciendo ahora, no está viniendo desde alguna otra parte. Deberías irte si sientes que tienes que hacerlo, eso es todo lo que dije. Oh, diablos”, porque ella luce triste, “por tu cara me doy cuenta de que no debería haber dicho eso. Échale la culpa a mi pobre cabeza. O simplemente cúlpame a mí. Pero no llores, ¿de acuerdo? No vayas a llorar”. “No lo haré. No tengo ganas de llorar. Pero es bonito que quiera que viva con ella después de tanto tiempo, ¿no es cierto?”. “Sí, lo es. O al menos si tú lo piensas. Esa es la actitud que yo debería tomar. Esa es la que tomaré. Porque es bueno que quiera tenerte con ella. Nunca es demasiado tarde para cambiar, y aún te quedan tantos años de juventud. Y ahora estoy buscando algo con lo que terminar esta conversación, ¿de acuerdo, cariño?”. “Buenas noches, Papi. Estoy cansada. Te veré en la mañana”. “Primero dame un beso de las buenas noches y cepíllate los dientes y vete a la cama. Pero ya te cepillaste los dientes y ya estás en la cama. Buenas noches, mi amor”, y la besa y sale de la habitación.

Más tarde piensa en su ex mujer. Esa basura, esa desgraciada, sería tan, y vuelve al cuarto de su hija, se sienta en el suelo y apoya la cabeza sobre su cama y dice: “Cariño, mi amorcito, sé que no puedes oírme, ni siquiera sé por qué estoy hablando así, pero por favor no me dejes, al menos no hasta que tengas edad”. “Papi, ¿pasa algo malo?”, y él dice: “Oh, nada, vuelve a dormirte, cariño. Solo entré para ver si estás bien arropada”, y le palmea la frente y sale.

Bebe un poco, lee, se saca la ropa y por primera vez desde que se hizo ese corte en la cabeza se pone a hacer ejercicios vigorosamente. La luz está encendida, hace los mismos que aquella noche. “Así que es por eso que no vi la silla con la que me golpeé”, dice. “Cierro los ojos cuando hago ejercicio”.

Título original: “Battered Head”. Del libro Long Made Short, 1994.

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