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Fetichismo del mapa

Por Donna Haraway

"El error y la negación son propios de la literalidad reverente". Leé un fragmento del libro que acaba de lanzar Rara Avis Editora: de Donna Haraway, Testigo_Modesto@Segundo_Milenio.HombreHembra©_Conoce_OncoRata®

Por Donna HarawayTraducción: emma song.  

 

 

Fragmento del capítulo 4: Gen. Mapas y retratos de la vida misma

Sin embargo, en este capítulo no estoy debatiendo sobre el fetichismo de la mercancía, sino sobre otro sabor de reificación relacionado oblicuamente, que transmuta la vitalidad material, contingente, humana y no humana en mapas de la vida misma, y luego confunde el mapa y sus entidades reificadas por el mundo no literal y presuntuoso. Me interesan las formas de fetichismo correspondientes a mundos sin tropos, mundos literales, a genes como entidades autotélicas. Los mapas geográficos son encarnaciones de prácticas históricas multifacéticas entre humanos y no humanos específicos. Esas prácticas constituyen mundos espaciotemporales; es decir, los mapas son a la vez instrumentos y significantes de espacialización. Los mapas geográficos pueden ser fetiches, aunque no necesariamente, en el sentido de aparecer como libres de tropos, como representaciones libres de metáforas, más o menos acertadas, de propiedades “reales” previamente existentes de un mundo que espera pacientemente ser narrado. En cambio, los mapas son modelos de mundos diseñados a través de prácticas de intervención específicas y formas de vida determinadas, y para ellas. Trópos significa en griego un cambio de dirección o giro. Los tropos señalan la calidad no literal de la existencia y el lenguaje. Las metáforas son tropos, pero hay muchos más giros en el lenguaje y en los mundos. Fundamentalmente, en la tecnociencia los modelos son más interesantes que las metáforas. Los modelos, sean conceptuales o físicos, son tropos en el sentido de instrumentos construidos para comprometerse con ellos, para ser habitados, vividos. Los modelos pueden volverse fetiches en sentidos psicoanalíticos, científicos y económicos. Curiosamente, los fetiches –ellos mismos “sustitutos”, es decir, tropos de una clase determinada– producen un tipo particular de “equivocación”; los fetiches oscurecen la naturaleza trópica consti- tutiva de sí mismos y de los mundos. Los fetiches literalizan y así conducen a un error material y cognitivo elemental. Los fetiches hacen que las cosas parezcan claras y bajo control. La técnica y la ciencia parecen tratar sobre la precisión, la ausencia de prejuicios, el buen des- tino, y el tiempo y dinero para llevar adelante un trabajo; y no sobre la creación semiótico-material de tropos y la consecuente construcción de ciertos mundos y no otros. Los mapas fetichizados parecen mostrar cosas-en-sí-mismas; los mapas no fetichizados indican cartografías de lucha o, en un sentido más amplio, cartografías de prácticas no inocentes, en donde no todo tiene que ser siempre una disputa.

La historia de la cartografía puede parecer la historia de una ciencia y una técnica libres de figuras, y no una historia de “hacer tropos” en el sentido de mundos que giran y van mutando a través de la práctica material cultural, en la que no todos los actores son humanos. La precisión puede parecer una cuestión de técnica y no tener nada que ver con tropos inherentemente no literales. Tal mundo “real”, preexistente a la práctica y al discurso, parece ser apenas un recipiente para las actividades vivas de humanos y no humanos. La espacialización como proceso sin fin, entrelazado con el poder, engranado en un conjunto múltiple de seres, puede ser fetichizado como una serie de mapas cuyas cuadrículas localizan, de una manera no trópica, cuerpos ligados de forma natural (tierra, personas, recursos y genes) dentro de dimensiones “absolutas” como el espacio y el tiempo. Los mapas son fetiches en la medida en que hacen posible un tipo específico de error que transforma a los procesos en cosas reales, literales y sin tropos dentro de recipientes.

Las personas que trabajan con mapas como fetiches no se dan cuenta de que están creando un tropo específico. Ese “error” tiene potentes efectos en la formación de sujetos y objetos. Este tipo de personas debería saber de manera explícita que el hacer mapas es esencial para cercar entidades (tierra, minerales, poblaciones, etc.) y alistarlas para una ulterior exploración, especificación, venta, contrato, protección, gestión o extracción. Estas prácticas podrían ser entendidas como potencialmente controversiales y llenas de deseos y propósitos, pero los mapas parecen ser una fundamentación confiable, libre de tropos, garantizada por la pureza del número y la cuantificación, lejos del anhelo y el tartamudeo. Las cuestiones de “valor”, es decir, los tropos, podrían entenderse como concernientes a decisiones para aprender a hacer cierta clase de mapas, para influenciar los propósitos sobre los que aplicar diagramas. Pero el hacer mapas, y los mapas en sí mismos, habitarían un dominio semiótico similar al de la cultura de la no cultura de los físicos de partículas, el mundo de lo no trópico, el espacio de la claridad y la referencialidad no contaminado, el reino de la racionalidad. Este tipo de claridad y este tipo de referencialidad son trucos divinos. Dentro del truco divino, los mapas solo pueden ser mejores o peores, precisos o imprecisos, pero no pueden ser ellos mismos instrumentos para y sedimentos del tropismo. Desde un punto de vista fetichista, los mapas –y los objetos científicos en general– son simple y puramente técnicos y representacionales, enraizados en procesos de un descubrimiento potencialmente libre de sesgos y un nombramiento sin tropo, aunque convencional. “Los mapas científicos no podrían ser fetiches; los fetiches solo son para pervertidos y primitivos. Las personas científicas están comprometidas con la claridad; no son fetichistas embarradas en el error. Mi mapa de genes es una representación sin tropos de la realidad, es decir, de los genes mismos”. Tal es la estructura de la negación en el fetichismo tecnocientífico.

Así es como funciona esta equivocación. Y quizás lo peor de todo sea que, mientras niegan la negación en una evasión recursiva del tejido trópico –y por tanto inconsciente– de todo conocimiento, los fetichistas localizan el “error” en el sitio erróneo. Los fetichistas científicos ubican el error en las zonas trópicas de la “cultura” reconocidas como irreductibles, en las que viven personas primitivas, pervertidas y vulgares, y no en su propia incapacidad constitutiva para reconocer el tropo que niega su propia condición de figura. En mi punto de vista, la contingencia, la finitud y la diferencia –pero no el “error”– son inherentes a una vivacidad secular, irremediablemente trópica. El error y la negación son propios de la literalidad reverente. Para este capítulo, el error es intrínseco a la literalidad de “la vida misma”, más que a una desviación no apologética de la vivacidad y del hacer-cuerpos del mundo. La vida misma es el terreno psíquico, cognitivo y material del fetichismo. Y por el contrario, la vivacidad está abierta a la posibilidad de los conocimientos situados, incluyendo los conocimientos tecnocientíficos.

 

 

Véase Mohanty (1991) para detalladas “cartografías de lucha” en los movimientos de mujeres locales/globales.

2 Mis argumentos sobre la espacialización están en deuda con Harvey (1998 [1989]). En su teoría del materialismo geográfico histórico, Harvey insiste en que la espacialización es una práctica social; las espaciotemporalidades son materiali- dades contingentes, no simples lugares de acción y actores. Se concentra en las espacialidades constituidas por las relaciones capitalistas. La condición de la posmodernidad de Harvey tiende a representar otras prácticas sociales materiales, como las de la racialización y la sexualización de género, que en mi opinión también constituyen cuerpos en proceso y espaciotemporalidades contingentes, como poco originales o limitadas al “lugar” y la “identidad fija”. Es decir que género y raza, pero no clase, tendrían que ver con identidades y lugares, pero no con prácticas y procesos de construcción del mundo. Pero creo que la lógica básica del libro de Harvey de 1989 y los argumentos explícitos de su trabajo dan como resultado un análisis más interseccional de los procesos de espacialización y los cuerpos en proceso.

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