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El teatro de operaciones mentales de Salvador Benesdra

El prólogo a El camino total. Técnicas no ingenuas de autoayuda para gente en crisis en tiempos de cambio, de Salvador Benesdra, «un Buda que no se puede quedar quieto meditando bajo el árbol sagrado para evitar el sufrimiento».

Por Fabián Casas.

el camino totalEn el 98 pasé cuatro meses en los Estados Unidos en un programa de escritura en Iowa City. Yo tenía y tengo un inglés muy básico. Cuando llegué al aeropuerto me fue a buscar un farmer, con overol, en una camioneta. Me pareció que me hablaba en vikingo. Igual trataba de devolverle sus frases como cuando uno juega contra esos japoneses campeones de pingpong. Me habían dicho que en Iowa primero iba a hacer mucho calor y después mucho frío. Llevaba pocas cosas en el equipaje. Un abrigo, algunas bermudas, unas sandalias. Y tres libros en español. Los años salvajes de la filosofía, de Rüdiger Safransky, que es una biografía de Schopenhauer y un fresco de época, Muerte a crédito, de Lois Ferdinand Celine traducido por Néstor Sánchez, y El traductor, de Salvador Benesdra. Pocas veces uno acierta tanto en la elección de los libros para llevarse y leer. Los tres eran geniales y, de alguna manera, complementarios. No se pisaban, no se opacaban. Era como si corrieran una posta, cada uno expandía más y más el cono de percepción sobre lo desconocido que el otro le llevaba hasta su punto de encuentro. Hace poco, en una cena, un gran escritor me dijo que el libro de Celine estaba pésimamente traducido por Sánchez. El escritor en cuestión objetaba ciertos problemas en la traducción del pasado compuesto o no sé qué. Me dijo que leyó tres páginas de la traducción y la abandonó. A mí me pareció un gesto pedante y esnob. Pienso que si ese libro de Celine está mal traducido, entonces es el mejor libro de Néstor Sánchez y uno de los mejores de la literatura argentina. Con Salvador Benesdra el caso es diferente. El gran escritor no lo había leído, no podía opinar. Y lo cierto es que salvo pocos lectores su libro no recibió el reconocimiento que se merece. Hay libros inmensos que no parecen despertar un interés acorde a su materia. La gente mira para otro lado, como hicieron los que vieron llegar al enorme caballo de madera en Troya. Salvador Benesdra es un escritor genial y monstruoso. El traductor es la obra del genio y El Camino Total, libro que acá se presenta, es la obra del monstruo. Pero vayamos por parte.

 

El traductor estaba entre mi equipaje de Estados Unidos porque varios de mis amigos habían trabajado como lectores para el premio Planeta de 1995, donde el libro fue finalista pero no ganó. Todos ellos me decían que habían leído una novela extraordinaria y se sintieron frustrados cuando el jurado no la eligió para darle los cuarenta mil pesos que en ese entonces eran cuarenta mil dólares. La novela de Benesdra se publicó finalmente por Ediciones de la Flor en una edición paga por subsidios y plata de sus familiares con el autor ya muerto por su propia voluntad. Salvador Benesdra se había tirado desde el balcón de su departamento de la calle Solís. Lo cierto es que hasta ese entonces la única obra terminada de Benesdra –El traductor– era considerada por los jurados de premios literarios, directores editoriales y agentes literarios, como de poco futuro en el mercado. El mercado viene a ser, entonces, eso que priva a los posibles lectores de tener en sus manos una obra maestra. Es como un anticonceptivo literario. Mucho tiempo después, con esta edición de De la Flor agotada o cansada, es una editorial independiente –Eterna Cadencia– la que decide hacerle trampas al mercado y publicar no solo El traductor sino también El Camino Total, libro de autoayuda que dejó inédito Benesdra al morir. Parecen haber tomado la posta de una hermosa nota que escribió Raquel Garzón en el suplemento de cultura de Clarín en el 2002 instando a hacer correr la voz sobre esta obra intensa.

Todos tuvimos amigos terribles. Son esos que no nos convienen y que nuestros padres desaconsejan. El trecho que uno recorre con el amigo terrible, por más breve que sea, es vertical, profundo y nos deja una cuota de experiencia intensa en nuestras vidas. Con los libros de Benesdra pasa lo mismo. Cuando finalmente se publicó El traductor, y se pudo leer, circuló la noticia de que el autor había dejado inédito un libro de autoayuda, El Camino Total. El guionista que rige nuestros destinos no se ahorra ironías. ¿Cómo puede escribir un libro de autoayuda un hombre que termina suicidándose? Pero ¿no es acaso la filosofía afirmativa de Gilles Deleuze, quien una vez enfermo terminó también tirándose al vacío, una muestra cabal de que una cosa no quita a la otra? ¿No dice Zaratustra que aún con sus cadenas puestas puede ayudar a que otros se liberen? El traductor, libro terrible de Benesdra, culmina con un nacimiento, con un final lírico, esperanzador. El Camino Total termina fuera del libro, con un salto al vacío. Pero las ideas de El Camino Total, sus primeros esbozos, fueron simultáneos a la escritura de El traductor. Salvador escribe en alguna de sus cartas que “hacia fines del 94, basado en mis investigaciones en psicobiología, en los últimos resultados en la neurobiología y de la neuroendrocrinología... en parte como fruto de esas propias lecturas y en parte de mi propia experiencia en la vida y mi conocimiento de los métodos de concentración mental de las artes marciales japonesas (budismo zen)”, comienza a pensar la organización de las primeras ideas e inicia en marzo del 95 la escritura final de El Camino Total, que concluye en octubre.

Como le pasó con El traductor, la nueva obra ya con el subtítulo demencial “Técnicas no ingenuas de autoayuda para gente en crisis en tiempos de cambio” fue presentada a varias editoriales, entre ellas Planeta, Kier, Vergara y Atlántida, y fue rechazada de forma unánime ya que, según consignaban los editores a Salvador: “Tiene un nivel demasiado elevado para lo que es el mercado de autoayuda”.

Salvador Benesdra había sufrido durante su vida alucinaciones, paranoias, brotes. Hablaba muchas lenguas y tenía una inteligencia extrema. Demasiadas cosas. El Camino Total es su intento por lograr una propedeútica que le sirviera para poder vivir mejor, para lograr cierto equilibrio emocional: “En el libro expongo diversas técnicas que yo he usado exitosamente para mejorar mi rendimiento en distintas actividades físicas o intelectuales o para enfrentar las crisis más grandes que pueda depararle a uno la vida. Esas técnicas no tienen nada que ver con las que suelen recomendarse en los libros de autoayuda. Están basadas en los recientes descubrimientos sobre los modos de funcionamiento de ambos hemisferios cerebrales y unos pocos elementos extraídos del zen, pero modificados radicalmente por mí”. Salvador quería incluir en el libro un par de ilustraciones del cerebro que no alcanzó a preparar. Acá hay varias cosas para decir. La obra se escribe para que la vida no se volatilice en la futilidad de la existencia que a veces es intolerable. También –como pasa con ciertos dueños con sus perros o matrimonios muy largos– la vida y la obra se parecen. Samuel Beckett termina en un asilo de ancianos, murmurando alucinaciones, como Malone. Benesdra, poco antes de suicidarse, había intentado empezar una nueva novela cuyo título, increíble, era Puntería. Quería que fuera una novela con una escritura antilírica, a diferencia de El traductor y sin dudas en el registro de El Camino Total. Porque en este desesperado teatro de operaciones mentales, ya está el germen de ese nuevo lenguaje. Como todos los grandes escritores, Salvador Benesdra escribía en contra de su habilidad. Poco antes de morir, decía Salvador en una carta que en la nueva novela “el lenguaje buscará imitar la velocidad de la cultura massmediática. Espero no incluir una sola frase de tono lírico, como las que componen casi todo El traductor”. En la nota mencionada de Raquel Garzón, se incluía un fragmento de esos bosquejos o plan de novela: “Estamos en un tiempo indefinido de un futuro cercano, en una Buenos Aires donde el índice de desocupación se estabilizó definitivamente en torno del 30%”. Y agrega: “Un canal de tv recoge un hecho curioso: un empleado de una gran compañía nacional (los dueños deben vivir aquí) asesina en el parking de la empresa al propietario que acaba de despedirlo. La noticia pasa un solo día por la pantalla. Al día siguiente un directivo del canal advierte a la gente del noticiero que no juegue con fuego: en EE.UU. fueron asesinados en 1993-1994 unos 700 patrones por empleados resentidos con ellos por diversos motivos (dato real)”.

¿Cómo funcionó la escritura de El Camino Total de nexo entre El traductor y lo que se venía? Difícil saberlo sin tener para leer más entradas de esa novela casi no escrita a excepción de cuatro entradas en un cuaderno. Mientras leía el libro de autoayuda de Benesdra, también leía un interesante libro de ensayos de Alan Pauls. En uno de sus escritos Pauls, para hablar del cine fantasmal de David Lynch, citaba el comienzo de un breve apunte de Borges –“Sobre el doblaje”– donde este iniciaba una teoría del Monstruo. El comienzo es así: “Las posibilidades del arte de combinar no son infinitas, pero suelen ser espantosas. Los griegos engendraron la quimera, monstruo con cabeza de león, con cabeza de dragón, con cabeza de cabra; los teólogos del siglo II, la Trinidad, en la que inextricablemente se articulan el Padre, el hijo y el Espíritu; los zoólogos chinos, el ti-yiang, pájaro sobrenatural y bermejo, provisto de seis patas y cuatro alas, pero sin cara ni ojos, los geómetras del siglo XIX, el hipercubo, figura de cuatro dimensiones, que encierra un número infinito de cubos y que está limitada por ocho cubos y por veinticuatro cuadrados. Hollywood acaba de enriquecer ese vano museo teratológico, por obra de un maligno artificio que se llama doblaje, propone monstruos que combinan las ilustres facciones de Greta Garbo con la voz de Aldonza Lorenzo. ¿Cómo no publicar nuestra admiración ante ese prodigio penoso, ante esas industriosas anomalías fonéticas?”. Lo monstruoso siempre da cuenta de una anomalía. Es algo que resalta y que no se ajusta a las normas. El Camino Total es monstruoso porque cuando uno lo empieza a leer, siente un rechazo inmediato pero a la vez una gran fascinación, como mirar a un ser de dos cabezas. Y estas dos sensaciones, como suele ocurrir en el pensamiento oriental sin problemas, se dan a la vez. Por un lado, el libro drena una gran información y puede funcionar como divulgador de los libros que cita, El budismo zen, los ensayos de D.T. Suzuki, los trabajos de Tomio Hirai o Zen en el arte del tiro con arco del alemán Eugen Herrigel. Y por otro, es un escrito serio, personal, normativo, que se corre de todo, volviéndose excéntrico e indefinible. La escritura es poderosa, apretada. El pensamiento se vuelve denso, casi fantástico. Recuerdo que Benesdra en El traductor se inventaba a un filósofo de derecha (posiblemente inspirado en el brillante politólogo y compañero de trabajo suyo en Página/12 Claudio Uriarte) al que traducía y con el que peleaba. Los fragmentos de Brockner eran convincentes, notables, no parecían ficcionalizados sino que uno pensaba que se trataba de citas de alguien real. El Camino Total tiene algo de eso. Parece una metaficción que Benesdra podría haber utilizado dentro de Puntería, la novela inconclusa. Y uno no puede dejar de leerlo también como un apéndice de El traductor. Pero acá, volviendo a Borges, señalado por Pauls, no se trata de doblaje, donde la voz no se encastra perfecta con la actriz que la emite, acá la voz es una sola, pero sigue mostrando una otredad fantasmal. Dar cuenta de El Camino Total, tratar de ordenarlo y presentarlo para una posible lectura productiva es tan difícil como sanear el riachuelo. ¿Y acaso no es el riachuelo un lugar monstruoso que repele y fascina a la vez?

Recuerdo una tarde en una casa suburbana de Ramos Mejía. El Indio Solari, que entonces vivía ahí, me dijo que su ambición estética y ética era “atrapar la vida en un puño” como en el zen. Salvador Benesdra es un Buda que no se puede quedar quieto meditando bajo el árbol sagrado para evitar el sufrimiento. Piensa, como Arthur Schopenhauer, “que la vida es un asunto horrible y que va a dedicar la suya a meditar este tema”. De esta manera, resulta que la vida atrapada en un puño del zen se dirige a la mandíbula del lector con una eficacia total. Y nos despierta a una técnica de lucidez extrema, que propone caminar paso a paso, por el dolor, para poder soportarlo, buscando la habilidad del faquir. Schopenhauer, Celine, Benesdra: tres maestros que saben escribir mientras las papas queman.

Fabián Casas, Castello di Fosdinovo, 13 de julio de 2012.

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