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Todas las hojas son del viento

Editores, libreros e imprenteros dan su opinión sobre los posibles cambios en la industria editorial a partir de la eliminación de las restricciones para importar libros en la Argentina.

Por Patricio Zunini.

En rigor, la importación de libros en la Argentina nunca estuvo cerrada. En 2010, una resolución de la Secretaría de Comercio, por entonces a cargo de Guillermo Moreno, definió los mecanismos de control para «eliminar los peligros derivados del uso de tintas con altos contenidos de plomo en productos gráficos». Allí se determinaba que los fabricantes nacionales y los importadores debían certificar ante el INTI que sus productos contenían menos del 0.06% de plomo en tinta. La norma entró en vigencia en febrero de 2012, a través de la disposición 26/2012, que regulaba la importación: quienes ingresaban menos de 500 ejemplares por título al mes sólo debían presentar una declaración jurada, mientras que los que la superaban debían pasar por controles y procedimientos burocráticos que podían demorar varios meses.

La importación de libros en la Argentina nunca estuvo cerrada: alcanzaba con el eufemismo de los 500 ejemplares. Sin embargo, el trasfondo de la medida no apuntaba tanto a limitar la presencia de editoriales extranjeras en las mesas de novedades sino que intentaba preservar la balanza comercial: dado que una tirada habitual es de 1500 o 2000 ejemplares, con el límite de 500 las editoriales argentinas se veían obligadas a dejar de trabajar con imprentas uruguayas, brasileñas o chinas y contratar imprentas locales.

Para una industria que necesita pensarse a largo plazo, las reglas vuelven a cambiar en menos de cuatro años. Antes de ayer, con la resolución 1/2016, se levantaron las restricciones de importación de libros. El Ministro de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, lo anunció el martes y hubo una campaña en las redes sociales con el hashtag #libroslibres para dar a conocer la medida.

Sebastián Noejovich, flamante Coordinador General de Letras y Libros en el Ministerio de Cultura de Nación, explica el cambio: “Observando los resultados generales de la aplicación de las medidas que restringieron las importaciones de libros y servicios gráficos, se desprende que no hubo desde el anterior gobierno una ponderación seria del impacto que tales medidas podían tener en la industria editorial propiamente dicha, más allá del eventual beneficio que haya sacado de esto la industria gráfica en tanto servicio de soporte. Dejando de lado las consideraciones (bien atendibles) que podrían hacerse sobre la incidencia real que la balanza comercial del libro tenía en el déficit comercial general de nuestro país, como también los argumentos (otra vez, bien atendibles) en los que el sector, como productor de bienes culturales, hubiera podido resguardarse del trato que se daba a otras industrias, las medidas que buscaban corregir el déficit vía restricción de importaciones terminaron afectando también a las exportaciones. Y de ese modo, ya que a nadie basta con el mercado interno, se terminó por perjudicar la producción nacional.”

La nueva resolución no elimina la de Moreno, pero excluye a los libros de su universo de acción con el objetivo de aumentar la oferta y diversidad de lecturas, ya que, basándose en una ley de 2001 reconoce al libro como un instrumento idóneo e indispensable para el enriquecimiento y la transmisión cultural. “Se trata con esto de asegurar el libre acceso a contenidos diversos”, sigue Noejovich, “en un ámbito, como es el de los consumos culturales, que se nutre justamente de la diversidad. El propio ejercicio de la libertad (como la que ejerce cualquier lector cuando decide qué leer) hace a una definición moderna de la cultura, que sin duda está en los fundamentos de las medidas que hoy se conocen, y que afectan no solo a la importación de libros sino también a la contratación de servicios gráficos. En el plano económico, estas medidas apuntan a devolver recursos de gestión, por un lado, a las editoriales, que generan empleo calificado (editores, diseñadores, traductores, ilustradores, etc.) y que cargan con costos de producción por encima de la inflación que liquidaron la capacidad de exportación de estas empresas; y, por otro lado, a las librerías, el eslabón más débil de la cadena del libro, que encuentran muchas veces en la importación un complemento indispensable para singularizar su oferta.”

Así como con las restricciones, la “reapertura” también despierta voces encontradas. La Cámara Argentina de Publicaciones (CAP) envió un comunicado en el que "los editores celebran el fin del cepo editorial". Pero hay editores, como Damián Ríos, de la independiente Blatt & Ríos, que se oponen con dureza: “El libro es una de las pocas tecnologías que se puede hacer 100% en Argentina y esta medida estrictamente trata de favorecer un negocio de las grandes editoriales, cuyo negocio es imprimir en países con bajos costos laborales e importar esos libros, sobre todo bestsellers y basura de la industria cultural. Como primera medida respecto de la industria editorial me parece mala, peca de mala fe y en sus considerandos es mentirosa y falaz. ¿A quién se le ocurre que en la Argentina tuvimos poca pluralidad de voces o pensamiento? En la época del ebook e internet… Hay muchísimos problemas para mejorar en la Argentina, entre otras el precio del papel que está cartelizado e influye mucho en el costo del libro, o los problemas para distribuir, pero nada de esto se ataca, no les interesa ver ese problema. Esta medida favorece negocios de editoriales grandes, muchas veces trasnacionales, que tienen la característica de editar mal los autores y libros buenos y editar bien los libros malos. La mejor literatura en Argentina la editamos las editoriales pequeñas y medianas, los mejores libros los traducimos nosotros y lo hacemos acá y desde hace años. No veo ninguna medida para fomentar o proteger esa producción, que es muy buena y de gran calidad, de la de las empresas editoriales argentinas que pensamos en libros que sean una verdadera apuesta y un enriquecimiento de nuestra cultura y que pensamos en construir un fondo editorial que dure en el tiempo. Esto es una invitación a imprimir afuera y de esa manera destruir empleo argentino. Y el que no pueda imprimir en el exterior, como es nuestro caso, quedará afuera del mercado con precios poco competitivos y tenderá a desaparecer. Pero no vamos a desaparecer, vamos a discutir cada medida respecto de la industria cultural que se tome y vamos a luchar para que se nos tenga en cuenta.”

Víctor Malumian, de Ediciones Godot, también tiene sus reservas: “Es una situación delicada, es muy difícil estimar con certeza lo que sucederá. No nos parece una medida necesariamente positiva, ni que necesariamente mejore la bibliodiversidad como se ha dicho. No es una buena política a largo plazo dejar determinados rubros librados al mercado. Las condiciones de producción del mundo editorial argentino no son las mismas que las del mundo editorial español. Desde el costo y la calidad del papel, hasta el de las planchas, pasando por el costo de las imprentas, la postura impositiva de los gobiernos, etc. Por ende no es una relación de igualdad cuando un libro que tuvo diferentes condiciones de producción llega a una mesa de una librería argentina.”

Ninguna persona entrevistada está en contra de la circulación de los libros, pero la mayoría destaca como un riesgo el que llegue saldo de España, como pasaba en la década de los noventa. Salvador Cristofaro, de Fiordo Editorial, cree que eso es lo que sucederá en la práctica, “y es posible que eso nos ocasione aún más pérdida de competitividad de la que nos ocasiona ya la suba en los costos, que nos dejan con unos precios de venta al público altísimos. Nos encontramos ante la necesidad de bajar los costos todo lo posible, así que estamos reevaluando el plan de publicaciones anual y analizamos la posibilidad de asociarnos con otras editoriales para maximizar recursos y achicar gastos. Claramente no se está perfilando un año para hacer inversiones atrevidas. Los costos están haciendo estragos en nuestra proyección.”

Como librero y editor, para Fernando Pérez Morales, dueño de La Boutique del Libro de San Isidro y director de Notanpuän, la medida también es ambigua: “Como librero es mejor. La diversidad va de la mano con la calidad de una librería. Pero para las editoriales chicas e independientes esto no es bueno. Las multinacionales te llenan de basura que traen a precio de saldo, aparecen importadores de la nada, precios bajos, y eso de a poco va apagando a las editoriales nacionales. Lo triste de todo es que esto ya pasó. Más allá de las ideologías, debería valorarse el crecimiento y la diversidad que se logró en estos últimos años y no tirar todo por la borda. Se debería mantener alguna regulación que permita la subsistencia de este mundo editorial argentino sin limitar o complicar las importaciones. Lo duro es que nadie le pregunta al gremio.”

Una de las imprentas argentinas más importantes y más competitivas es Color Efe. ¿En qué medida la nueva resolución va a afectar su trabajo? Fernando Alvarez es el dueño y cuenta que ya en los últimos años, debido al aumento de costos, algunos clientes, como ciertas revistas científicas de tiraje reducido, debieron abandonar el papel y pasar al mundo digital. Pero confía en que los editores van a ser cautos y no van a correr a buscar presupuestos en el extranjero. “Es imposible competir con China”, dice, “porque te ponen los libros en el puerto y te financian todo a 180 días, pero los riesgos del imprimir en el exterior son muy grandes. A veces vienen con errores insalvables. Nos ha pasado que nos pidieron cambiar una página de una edición para la venta que habían traído de China que decía «sin valor comercial»: eran 50000 libros. Y cuando un libro tiene que salir rápido no se puede contar con que venga del exterior. Si no llegan a tiempo te los comés con ensalada. No sólo de China, incluso con el Uruguay, porque hay rarezas como que te cortan un puente y se acabó.”

Ignacio Iraola es el Director Editorial para el Cono Sur de Planeta: “Me parece buena idea porque la anterior era errada. Si bien la intención era buena (favorecer el mercado interno) estaba mal aplicada porque, por ejemplo en el caso de Paidós, un sello del grupo, los libros no se importaban y tampoco se imprimían. Ergo determinado público, el académico sobre todo, se privaba de estos libros. La apertura nos ayuda en el caso de Paidós y Tusquets, ya que vamos a poder traer libros de catálogo que habíamos dejado de traer y que tampoco los podíamos imprimir, porque el costo de fabricación en cantidades tan bajas era un disparate. En el caso de los libros de Planeta no nos afecta pues siempre se produjo localmente.”

Intentamos mostrar aquí cómo una medida estructural impacta en la complejidad de la industria editorial. La realidad está ahora, y como siempre, en manos de los lectores.

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