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Entrevistas

El monstruo dulce

Alberto Laiseca

El creador del realismo delirante presentó nuevo libro, su versión de La madre y la muerte, y con esa excusa entrevistamos a cuatro de sus discípulos. Selva Almada, Leo Oyola, Sebastián Pandolfelli y Juan Guinot cuentan su experiencia aprendiendo en el taller del Conde Lai. Bonus track: recomiendan sus libros favoritos.

Por Valeria Tentoni.

Alberto Laiseca, creador del realismo delirante y autor de ladrillos monumentales como Los Sorias o El jardín de las máquina parlantes y de descargas de belleza como los Poemas chinos o La mujer en la muralla, acaba de presentar un nuevo título: una versión ilustrada de La madre y la muerte, de Hans Christian Andersen, con imágenes por Nicolás Arispe, editado por el Fondo de Cultura Económica.

Hay que tener un talento doble para hacer versiones. Un tipo de genio personalísimo y a la vez desprendido, capaz de ceder en autoría y ganar en resultados. Laiseca siempre lo tuvo, y los primeros en enterarse fueron los productores de I-Sat que lo pusieron bajo una luz cenital, mortecina, a contar cuentos de su adorado Poe, de Quiroga, de Lovecraft o de Maupassant, para una audiencia de televisión que hoy lo rastrea por YouTube. "El Conde Lai" lo hizo también en vivo no pocas veces. Una, hace unos años, en el frente del Cementerio de la Recoleta, mientras dos estatuas vivientes serpenteaban a sus costados. Otras, en sus presentaciones. Por ejemplo en Casa Brandon, la de su Manual Sadomasoporno: sentado en una silla mientras una chica enfundada en traje de cuero le daba latigazos. Muchísimas veces, en privado. En sus talleres literarios, para sus alumnos, a los que llama "discípulos".

De repente, de la nada, "Lai" puede ponerse a contar una historia de W.W. Jacobs, a cantar su "Tango pornográfico" o a entonar un himno extraño, mientras golpea la mesa con el puño cerrado. No hay nada que entender y no hay nada que explicar en esos impromptus, en sus bigotes blancos dando techo a sus gritos. Lo que se ve es la libertad total.

Y ver algo así —de frente, sin mediaciones— es un privilegio. 

Verlo por caso abrir su cuaderno espiralado, donde tenía apuntadas consignas en mayúscula. "Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo", largaba. Y lo cerraba. "Hoy: hay un monstruo debajo de mi cama". Otra vez: "Una lluvia, pero no de agua". "¿Y qué hacemos?", preguntaba alguno, siempre, rascándose la cabeza, con un poco de temor. "Escriban, ¡esa es la vaina!", respondía, y se ponía a doblar su paquete dorado de Imparciales dándole un cierre origami. No daba más marcas. No decía más sobre la consigna. Como tirar una piedra al agua y encontrar que, donde se creía no había nada, se levanta un animal desde el fondo del río, herido, sangrando el corte en la cabeza. "¡Fuera, cucha, basta, andante!", decía Laiseca después. Y todos sabían que era la señal: hora de irse.

Esas oraciones están en pasado porque ya no está dando talleres, aunque hay una posibilidad de que eso vuelva a ocurrir. También es posible que aparezca detrás de la novela última, La puerta del viento, publicada por Mansalva, un libro nuevo, en el que todavía está trabajando: es su versión de la historia de Camilo Aldao, el pueblo en que nació.

Y hay cuatro, entre muchos otros discípulos. Cuatro que se han ganado el cariño del maestro, que le han dado cuidados de todo tipo, responsables en buena parte de que siga escribiendo, de que siga publicando y de que sea traducido. Cuatro escritores ante los que todos los lectores del monstruo máximo de la vida misma deberían sentirse agradecidos.

Selva Almada (a quien dedicó, de hecho, su Manual) es una. Ella lo trata de usted. Antes de estar, como está en la foto, sentada al lado suyo, ejerciendo de presentadora de La madre y la muerte, estaba con él en una combi que lo trasladó. Estaba cruzándolo de vereda, hacia la esquina de Dain, donde lo esperaba un auditorio completo. Y antes, mucho antes que eso, estaba sentada frente a él por primera vez: "Fue impresionante. Su porte, sus bigotazos, todavía se fumaba en los lugares cerrados... Éramos un montón y me pregunté ¿cómo voy a hacer para que este tipo se entere de que existo?", cuenta. La autora de Ladrilleros acababa de llegar a Buenos Aires y le pidió a un amigo recomendaciones de taller literario. El amigo en cuestión era "el Rusi Millán Pastori, que ahora está haciendo un documental sobre Lai. Él había leído La hija de Kheops y estaba fascinado. Me dijo que Laiseca daba un taller en el Rojas. Yo nunca había escuchado de él".

"Lo vi contando cuentos de terror en una librería que no existe más, en Palermo, La librería Del Mármol. Ahí, con un amigo, le preguntamos si daba taller. Él nos dio el teléfono de la casa y así coordinamos. Fue el segundo jueves de febrero del 2003 a las ocho de la noche, exactamente, que tuvimos nuestro primer encuentro. Como el grupo al que yo iba recién se estaba fundando, fue más que nada charlas, lecturas del mismo Lai, de su work in progress, hasta que nos tiró la primera consigna", explica Leo Oyola, autor de libros como Hacé que la noche venga y Kryptonita —ahora con versión cinematográfica—. ¿Qué es lo que hizo que se quedara en su taller? ¿Qué es eso que ocurre en los talleres de Alberto Laiseca? "Lai te muestra en carne propia qué tenés que hacer y qué no, en esto. Que no sirve ser tibios, ni pensarlo como un hobbie. Que leer y, sobre todo, escribir, son los grandes amores de nuestras vidas. Como maestro, lo veo muy socrático. Labura en vos como el Columbo de Peter Falk (a Laiseca le encantaría que lo comparen con él) a fuego lento, hasta hacerte estallar. Ha sacado diversidad de voces en su taller y se enorgullece de que ninguno de nosotros seamos clones suyos; más bien que hagamos cada uno nuestros propios caminos", explica el autor de Siete & el Tigre Harapiento.

"Lai tiene un método zen de enseñanza y creo que eso nos hace muy bien a los que alguna vez pasamos por sus talleres. Enseña sobre todo a tener paciencia y en el fragor del deseo de publicar a toda costa y ya mismo, eso es genial. Baja la ansiedad. Un escritor se construye con el tiempo y el trabajo, no con la cantidad de libros que publique. Eso enseña Lai, a tener paciencia, y confianza plena en un maestro. Otra cosa que aprendí es a ser responsable con el trabajo. Lai siempre cuidó mucho sus trabajos vinculados a lo literario. Y a hacer de la literatura una forma de vida. Creo que él fue extremo en eso. Yo no lo veo del mismo modo; para mí está la literatura pero también está la vida y, si mi literatura es desesperada, un poco oscura, pues quiero una vida luminosa. No creo en inmolarme por la literatura. También me ayudó a buscar mi propia voz. Lai es un gran maestro, pero no cualquiera estaba dispuesto a ser su discípulo... Porque hay que tener eso, una paciencia que quizá le debo a mi origen provinciano, no sé. Saber esperar, seguir los ciclos de las cosechas, cosas así", avanza Almada.

Juan Guinot, autor de libros como La guerra del gallo y Misión Kenobi, también acompaña a Laiseca y está atento y en cuidado de su escritura. "Llegué por Fogwill. En 2003 le pregunte a Fog si tenía ganas de armar un taller, y me dio el fono de Lai", cuenta. Desde entonces, no se ha alejado de él. "Lai es generoso, quiere que hagas tu camino y te da todas las herramientas para que puedas ser vos mismo. Además, es un sabio armando campos creativos con sus alumnos. El caldo que se cuece en los talleres de Laiseca se especia con magia", completa.

"Llegué a Lai de casualidad. Un amigo estaba leyendo la primera edición de El jardín de las máquinas parlantes, una noche en su casa leí un poquito y me enganché. Pero son 700 páginas y el libro era prestado, así que estuve un montón de tiempo intentando conseguirlo. Fue por el 2001, más o menos. Después de un montón de vueltas, estaba en Rosario en la librería que tenía Francisco Garamona allá, y lo encontré. Lo empecé en el viaje de vuelta a Buenos Aires y no lo largué más. Lo leí en dos días. Me rompió la cabeza. Y me dije que tenía que conocer al tipo que había escrito eso", explica Sebastián Pandolfelli, autor de Choripán social y músico. "Una semana después, caminando por Avenida Corrientes, me lo crucé. Estaba contando cuentos en vivo en el bar del Centro Cultural Rojas. No lo podía creer. Ahí nomás lo encaré y empecé el taller". Corría el año 2003 cuando se sentó en uno de los pupitres del Rojas. "Pero lo más intenso fue el primer día en su casa. Llegué unos minutos más temprano y me dijo con cara de culo: 'No venga temprano, que yo los minutos los uso…'. Silencio. Entré y me senté. Error, era su silla. 'Ahí me siento yo', me gruñó. Se puso a fumar y el silencio era súper tenso. Entré a hablar de El jardín de las máquinas parlantes y la cosa se aflojó", narra. Años después, terminó siendo uno de sus asistentes.

En el medio, le enseñó muchas cosas: "Que para escribir, hay que vivir más y leer mucho más. Que la inspiración viene si la buscás. 'El hambre viene comiendo', nos repetía en el taller. Aprendí que un texto tiene llevar el tiempo que el texto necesite. Que hay que trabajar, corregir, y seguir escribiendo. Que hay que tener paciencia y no ser hipercrítico. Como maestro, es el Señor Miyagi de Karate kid. Te enseña cosas y vos no te das cuenta, hasta que las ponés en práctica". 

 

 

Laiseca recomendado por sus discípulos

 

Selva Almada

Lo primero que leyó: "Creo que fue Gracias, Chanchúbelo. Me gustó mucho, me gustan muchos sus cuentos". 

Sus favoritos: "Uno de los libros que más me gusta es En sueño he llorado. Y Poemas chinos, claro, es de una sensibilidad y delicadeza increíble".

 

Leo Oyola

Lo primero que leyó: "El primer libro que leí suyo fue Beber en rojo. Me encantó su anarquía y su desparpajo. Y el dossier de monstruos". 

Sus favoritos: "Mis favoritos suyos son tres: El jardín de las máquinas parlantes, La hija de Kheops y La mujer en la muralla. Tengo tatuado un ideograma chino por ese capítulo 10 homónimo a la novela en su titulación. Creo en el paso y en el corazón de esa mujer".

 

Juan Guinot

Lo primero que leyó: "El primer libro fue Matando enanos a garrotazos. Me descolocó, encontré una escritura delirante que atrapó". 

Sus favoritos: "Me gusta mucho En sueños es llorado porque terminé de entrar en el escritor que narra en los bordes del género con un estilo único".

 

Sebastián Pandolfelli

Lo primero que leyó: "El jardín de las máquinas parlantes. En estos años y por diferentes motivos lo leí tres veces de principio a fin". 

Sus favoritos: "Es mi favorito porque es el más autobiográfico de la obra de Laiseca. Llegué a él de pura casualidad y fue el texto que me llevó a querer conocer al autor y ahí me crucé a Lai y él me enseño que hay otras formas de contar una historia. Tiene un humor genial y delirante". 

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