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Antes que nada, lectores

Una lectura del canon privado del cuento breve de Elvio Gandolfo a partir de la nota preliminar de sus Cuentos completos (Editorial Caballo Negro): "No hay producción literaria digna de atención que no nazca de un lector voraz y desmedido".

Por Antonio Jiménez Morato.

Me van a permitir que me tome la licencia de no usar un libro como punto de partida en esta ocasión, ni siquiera un prólogo. No, quiero fijarme en apenas un párrafo de la Nota preliminar con que se abre Vivir en la salina, los cuentos completos de Elvio Gandolfo que ha editado la cordobesa Caballo Negro. Allí puede leerse:

«Cuando leí el total para corregirlo, me pareció que al fin y al cabo es una buena manera de agradecer y devolver lo que me dieron “La dama del perrito” de Chéjov, “Encender un fuego” de Jack London, “Las nieves del Kilimanjaro” de Ernest Hemingway, “El budín esponjoso” de Hebe Uhart, “Bola de sebo” de Maupassant, “La calle de los mendigos” de Mario Levrero, “La última huelga de los basureros” de Bernardo Kordon, “Matar un perro” de Samanta Scheweblin, “La torre de Babilonia” de Ted Chiang, “Una bala en el cerebro” de Tobías Wolff, “A medio borrar” de Juan José Saer, “El jardín del tiempo” de J.G. Ballard, “El balcón” de Felisberto Hernández, “Dimensiones” de Alice Munro, “Bartleby” de Melville, “El Zahir” de Borges, “Ante la ley” de Kafka, “¿Por qué no pueden decirte el por qué?” de James Purdy, “Fotos” de Rodolfo Walsh, “El color que cayó del cielo” de H.P. Lovecraft, y tantos, tantos, tantos otros. Desde un principio escribí cuentos porque ya leía cuentos sin parar.»

Podría hacerse un monumento con este párrafo, por diversas razones. Una es el canon que presenta del cuento breve, donde incluye a autores reconocidos en todas las tradiciones, como Chéjov, Hemingway, Maupassant, London, Melville, Kafka o Borges, junto a autores vivos, en algunos casos muy jóvenes aún, Uhart o Schweblin por poner un ejemplo de cada, hacer además una distribución desjerarquizada que no atiende a los clichés de géneros mayores o menores, y por eso entran Ballard o Lovecraft y también desterritorializada, donde caben tanto Felisberto como Walsh y Levrero y Saer como Wolff o la Munro, y que al mismo tiempo abole, aunque sea dentro del restringido entorno del Río de la Plata, la fastidiosa cortedad de miras, tíldese de nacionalista o de identitaria, tan habitual en Latinoamérica, donde uno contempla ese fenómenos extraño de estantes de literatura local separados del resto de literaturas que están escritas en la misma lengua. Pero, es más, incluso se permite evidenciar una erudición subyugadora con la inclusión de autores totalmente esquinados como Kordon, Chiang y Purdy, a los que por supuesto uno nunca ha leído pero que se convierten instantáneamente en un objetivo a degustar. Casi que lo mejor sería ir a hablar con Gandolfo, sentarse frente a él –por ejemplo en la cafetería de Tristán Narvaja donde suele despachar– y pagarle un par de cafés o refrescos para que, sencillamente, explicite cuáles son esos «tantos, tantos, tantos otros». Con esa lista uno tendría ya para armar una antología del cuento equiparable a las de Borges, Bioy y Ocampo o a la de Walsh. Una colección de aciertos seguros. 

Pero hay más cosas que decir de este inventario. Por ejemplo, la refrescante capacidad de Gandolfo de no cumplir con el cliché del escritor veterano. A sus casi setenta años sigue, como lo hacía su amigo Fogwill, perfectamente al tanto de lo que sucede en el mundo cultural. Lee con la misma intensidad a un autor de cuarenta años que a uno de los hitos de la literatura mundial y es capaz de establecer relaciones entre ambos. En un contexto como el actual, donde muchos escritores, bien por pereza bien por engreimiento prefieren no hablar jamás de sus contemporáneos, él no sólo habla y debate con ellos, sino que se interesa por los que lo siguen y usa los medios que tiene a su disposición para promoverlos. Algo que, por otro lado, sucede con todo, porque yo recuerdo a Gandolfo recomendando una serie que se ha estrenado este mismo año o una película de bajo presupuesto e, incluso, indicándote qué debes hacer para poder verla en el intrincado mundo de internet. Esa frescura es la que lo ha convertido en un maestro, y uno de los mejores, cercano siempre y capaz de fundirse con los registros novedosos del lenguaje mediante los que conecta con los que van llegando.

Y, last but nut least, esa frase final que cierra un párrafo que es, en sí, más grande que los dos anteriores de la nota, que son meras aclaraciones sobre el contenido del volumen, es para enmarcarla. En primera instancia porque, pese a lo ya dicho sobre su vocación de renovación constante, Gandolfo es un clásico, lo era cuando comenzó a trabajar en El lagrimal trifurca con su padre y lo es ahora cuando en medio de una charla te cuenta de nuevo uno de los cuentos que están en este volumen y lo hace mejorado, pulido, con el tono que van adquiriendo los grandes cuentos en las tradiciones orales donde se va decantando lo mejor de cada historia. Digo todo esto del clasicismo porque Gandolfo lo deja claro para quien no lo quiere escuchar, y son tantos por desgracia: el único modo de escribir es haber leído. No hay producción literaria digna de atención que no nazca de un lector voraz y desmedido. Esto, que muchas veces se olvida, debería ser repetido una y mil veces. Los que, como yo, hemos dado durante tantos años talleres de lectura nos encontramos siempre con el alumno protestón que se queja de que «se le hace leer mucho». Yo siempre les recuerdo que un taller es algo optativo y que acaso sea mejor que prescindan de él si pueden prescindir de la lectura. Por lo mismo que tantas veces he explicado que en un taller se aprende a leer, y en la medida en que aprendamos a leer con desapego nuestros propios textos nos convertiremos en buenos escritores. Ahí radica la última genialidad de un párrafo tan brillante como este de Gandolfo, en que con apenas una frase discreta, al final de un inventario situado en una Nota preliminar a unos Cuentos completos, da con la clave verdadera de la mecánica de la literatura. Sólo cuando uno ha hecho propios esos textos, los ha metabolizado dentro de sí, puede, finalmente, dar algo nuevo. En el caso de Gandolfo, además, bueno, casi quinientas páginas de cuentos, y la promesa de que en breve aparecerá otro volumen con las novelas cortas reunidas. Suerte que, hasta que estas aparezcan tenemos los cuentos para distraer la espera. 

 

La imagen está tomada de la entrevista realizada por la Audiovideoteca de escritores. Se puede ver completa acá:

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