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El Innombrable

"Hoy la literatura infantil parece tenerle miedo al mal", dice Lamberti en su elogio al invento de J.K. Rowling.

Por Luciano Lamberti.

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¿Por qué me gusta tanto Harry Potter? ¿Porqué leí todos los libros de la saga y podría volver a leerlos de nuevo sin dificultad, con placer? ¿Por qué lo prefiero a muchos libros para adultos?

A lo mejor porque está impecablemente escrito, diseñado, pensado. J. K. Rowling no se sentó a escribir “lo que sentía”, un barullo de cosas confusas, si no que nos ofreció una visión completa del mundo, un mundo hermoso donde la magia es posible. Porque recupera la alegría de vivir. Porque no se trata de “qué feo es todo” si no de “existe el mal, por más que sea parte de nosotros, debemos luchar contra él para definirnos como personas, para encontrarnos, para saber quiénes somos”.

Así como Borges imaginaba al Quijote soñando sus novelas sin salir de la biblioteca, podemos imaginar a Harry Potter (huérfano inglés, víctima del bullyng, con unos feos padres y hermano adoptivos) soñando su historia como venganza. La definitiva y total venganza de los nerds. Al final de la historia, un Harry Potter de cuello grueso, con prominente nuez de Adán y las mejillas manchadas por la primer barba, comprende con algo de tristeza que todo ha sido un sueño, que sigue en su sótano, con olor a pis y posters de viejas bandas olvidadas cubriendo las paredes. Ha luchado contra el Innombrable, ha visto el mal cara a cara y ha vuelto a su apestosa pieza donde permanecerá hasta conseguir trabajo como animador de fiestas infantiles.

El libro no le escatima al mal. Está presente de un modo categórico, puede hacer daño, es oscuro. No es comprensible por motivos sociológicos, sus padres no le pegaban, no se redime: es el mal, el enemigo, el otro. Hoy la literatura infantil parece tenerle miedo al mal. Consideran que los niños no deben enfrentarse a nada que desentone en el mundito rosa que les han creado. Basta ver la grilla un poco sosa de programas de televisión u hojear muchos de los espantosos libros nuevos para darse cuenta. No hay una Elsa Bornemann que nos asuste hasta la médula de los huesos, no: los nuevos niños serán todos vegetarianos y aprenderán a hacer su propio pan en los colegios Waldorf.

Para sanarse de ese progresismo tonto recomiendo leer un clásico como  “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”, de Bruno Bettelheim, un libro sumamente tranquilizador para entender la forma en la que las escenas de crueldad en esos cuentos sirven para comprender los miedos de los niños, no para enfermarlos ni volverlos “malos”. Todo este tema me recuerda un poco a esa escena de Bowling for Colombine de Michael Moore donde se buscan explicaciones de la matanza en el instituto del mismo nombre a partir de la televisión, Marilyn Manson, las drogas, el culto al diablo, los juegos de video: pero otros niños que han sometido a los mismos estímulos no se vieron en la necesidad de entrar a su colegio con armas automáticas.

Ver también el maravilloso ensayo de Stephen King Danza macabra, donde tiene que salir a defenderse de las acusaciones de ser el culpable de matanzas varias. Le sucede con la novela Rabia, la primera que publica con el seudónimo de Richard Bachman, cuando su propio nombre no le bastaba para publicar tanto, maldito y sensual prolífico. La novela trata de una matanza protagonizada por un estudiante de secundaria. En el futuro, tres protagonistas de hechos similares declararán haber sido influidos por ella. Jeffrey Lyne Cox, Dustin L. Pierce y Michael Carneal, cada uno con distintos grados de enfermedad mental, dijeron haberla leído y tomado como ejemplo. ¿Es primero el huevo o la gallina? ¿No estaba King leyendo el corazón oscuro de América, ese país de buenas intenciones que cada tanto erupciona en algún lugar? ¿No es una novela fantástica como Carrie la primera de una serie de matanzas, más real que la realidad?

Si bien él mismo, supongo que para evitar problemas legales, terminó sacando la novela de circulación, en el ensayo, se ocupa de señalar que la descripción del mal, su objetivación, no son como podría pensarse estúpidamente la causa del mal, sino una forma de catarsis. En sus novelas (y en los cuentos de hadas) se exploran las formas del mal, pero no como ejemplo sino en el sentido moral del término.

Detrás del género siempre está la moral, siempre hay un castigo. Hawthorne, el inventor del género en Norteamérica, lo sabía muy bien. Un cuento suyo como El joven Goodman Brown, donde un inocente pastor descubre (o duda entre descubrir y haber soñado, la ambigüedad juega un gran papel ahí) que su apacible comunidad puritana festeja por las noches aquelarres espantosos de adoración a satanás.  Lo mismo pasa con Poe: sus cuentos son escenas morales y el horror es siempre el del corazón humano que se aparta de la buena senda.

Los griegos miraban el mal (o la posibilidad del mal) cara a cara en sus tragedias. El famoso Sófocles fue en vida un hombre feliz: depositó el horror en su escritura. Seamos felices en nuestra vida e infelices en nuestros libros. Hasta la próxima.

 

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