El gran escritor popular argentino
Notas sobre Puig
Jueves 30 de marzo de 2017
"Sus personajes, que no pueden vivir en la opresión de lo real se inventan un mundo de colores y canciones hollywodenses para sobrevivir": sobre el universo del autor de El beso de la mujer araña.
Por Luciano Lamberti.
El musical de Lars Von Trier protagonizado por Bjork: eso es Puig. Sus personajes, que no pueden vivir en la opresión de lo real se inventan un mundo de colores y canciones hollywodenses para sobrevivir. Todo el tiempo se contrastan esas dos realidades, que corresponden al adentro y al afuera de los personajes, a lo que ellos creen que es el mundo y a lo que el mundo realmente es. Bovarismo cinematográfico. El mismo que declara en una entrevista Puig le ayudó a vivir en General Villegas. Ver: relación entre el pueblo chico y la imaginación desaforada. Caso Aira, nacido en Pringles, que crea un mundo de causalidades extrañas y senderos que se bifurcan, el reverso perfecto del regionalismo y, a la vez, su celebración.
¿De qué quieren escapar los que sueñan con vivir en ese otro mundo? De la sociedad de los años 50, sobre todo en las ciudades pequeñas. El mundo donde mis padres fueron niños, el mundo que puede verse, paradójicamente, en cualquier película de la época, el mundo que asoma entre las grietas de los sueños, el mundo cotidiano de esas amas de casa enloquecidas, de sexualidad culposa, de grandes machos cabríos que embazaran a la doña y tienen dulces deseos por sus compañeros de trabajo. Para ese mundo, Puig debe haber sido un freak insoportable, un gay evidente, y cualquiera sabe el tratamiento que en los pequeños pueblos y ciudades se le dan a esa clase de personajes. Imaginarlo en los años 50.
El acierto de Puig, más allá de leer muy bien el Ulises de Joyce es el de pensar en términos cinematográficos. Sus novelas son policiales, donde el detective es el lector. Puig rompe la realidad y nos da los fragmentos para que nos arreglemos como podamos con eso. Lleva a la literatura los procedimientos de montaje del cine, y es el lector el que debe llenar los huecos y entender las motivaciones de los personajes.
A la vez que rompe con la novela tradicional, Puig es el gran escritor popular argentino. Hay toda una lección ahí, para los que consideran que las aguas se dividen con facilidad: de un lado los escritores populares, los que “cuentan la historia”, los que van de principio a fin, y de otro los que experimentan y renuevan los géneros. Puig es la gran excepción a esa manera de pensar las cosas.
En una entrevista, David Foster Wallace menciona a Puig como una de sus influencias. Quizás por el intento de convertir el género novela en algo más, llevarla hacia lugares hasta entonces desconocidos. Intento que, sospecho, no era voluntario en Puig. Otra teoría disponible en ese punto: los renovadores más frescos son aquellos que renuevan sin saberlo. Cualquier egresado de Letras sabe más que Puig de literatura: él es simplemente el salvaje que la modificó para siempre. Puig cambió el rumbo de la novela contemporánea porque no sabía escribir novelas, o porque las escribía “a su modo”. No se sentó y dijo: “voy a ser un rupturista, blablablá”, simplemente quiso escribir una novela y adaptó el género a su sensibilidad, su realidad, los materiales de los que disponía (en su caso, el mundo del cine y de las amas de casa argentinas). Usó, otra vez, su debilidad para empujarse hacia arriba.
A la hora de pensar en influencias argentinas lo primero que salta a la vista es la obvia, la de la Alejandro López (Kerés Cojer? = Guan tu Fak? y La asesina de Lady Di) en el que se continúa el uso de ciertos procedimientos “a lo Puig”, como los discursos múltiples que van conformando un friso (un rompecabezas, más bien) que constituye la historia. La mención es válida, por supuesto, pero también me interesa el “aire” de Puig que tienen algunos cuentos de Federico Falco, por ejemplo. En gran parte de sus cuentos hay una intención melodramática. Personajes femeninos que son un poco la parodia y el reflejo más cruel de los personajes femeninos de la vida real, y que sufren en manos de hombres descuidados. Creo que, voluntario o no, hay un homenaje a Puig en esos personajes y esas historias de amores dolidos y fatales. También en “Los días que duró el incendio” puede rastrearse la marca Puig. Falco cuenta una noticia policial que mantuvo en vilo a la ciudad y la provincia de Córdoba hace unos años: la del violador serial, que sometía a jóvenes estudiantes, muchas de ellas del interior, en la zona de Nueva Córdoba y el Parque Sarmiento. Se la cuenta como un musical, con acotaciones y bailes incluidos, y conforma una especie de palimpsesto, en el que al discurso real (en el que intervenían cuestiones políticas, de seguridad y de increíble dolor familiar) se le suma ese “otro” discurso de gloria hollywoodense plástica y colorida. Incluso hablan el gobernador y su esposa. Es realmente extraño que el cuento no haya levantado más revuelo del que levantó; tendremos que concluir, con tristeza y el sombrero en el pecho, que la literatura le importa tres soberanos pepinos al mundo en general.
Pero el recurso de mezclar dos discursos, de abordar uno utilizando el otro, es la esencia, podríamos decir, de los musicales. Ningún género más absurdamente artificial que ese, donde, para elegir entre sus vestidos una muchachita tibia que busca hacerse un lugar en el mundo del espectáculo deberá cantar tres minutos cuarenta y cinco segundos. El contrato que los musicales tienen con sus espectadores es ese: ok, sí, el mundo es una mierda, pero en esta película todos cantan por lo menos cada o tres escenas, porque dentro de esta película esas son las reglas y si no te gustan haceme el favor de mandarte a mudar. El que se quede acepta el contrato, cree en ese mundo y se deja habitar por él, tanto que en su próxima visita a la heladera es incapaz de no tirar unos pasitos al aire, porque sí. Es el contrato de la ficción, podríamos decir, generalizando: el de creer en lo que vemos como si fuera real. En el cine y en la literatura, el concepto de ficción es el gran problema: sin quererlo, hablan siempre de sí mismos. Es lo que Puig entendió, a un nivel más profundo, me atrevo a decir, que el consciente: que esas amas de casa en apuros están reproduciendo, en sus novelas, la vieja pregunta acerca de qué es real.