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El ejercicio de la luz

El escritor italiano Erri de Luca visitará la Argentina en marzo.

Por María Negroni.

Corre el mes de noviembre y, en el auditorio de la Casa Italiana de la Universidad de Nueva York, un periodista entrevista al escritor Erri de Luca por un cortometraje escrito y protagonizado por él: Di là del vetro/ Detrás del vidrio. Es cierto que no estoy ahí –sólo— por el film. Ya he leído varios libros de él –Montedidio, Tres caballos (cuya trama sorprendentemente ocurre en la Argentina de la dictadura) y El contrario de uno— y sé que es uno de esos fínísimos y escasos escritores que "descienden a la prosa para escribir poesía". (La expresión es de Alejandro Zambra).

El cortometraje tiene la duración y la sintaxis de un sueño. Ningún argumento, salvo la intimidad de un hombre. En la cocina austera de una casa austera, el autor conversa durante una larga noche con su madre muerta. Se diría que busca ajustar cuentas con su propia vida, reconciliarse con lo que ha sido y lo que no pudo ser; en una palabra perdonar y hacerse perdonar. Cierta lentitud en los planos, cierta insistencia en los claroscuros contribuyen a crear un clima cargado de premoniciones, a condición de aclarar que se trata de premoniciones retrospectivas. Como ocurre con los poemas, ninguna glosa es posible ni deseable aquí. Lo que importa es dejarse mecer por el debe/haber emocional que allí se está exponiendo.

 

Un hombre alto, rubio, de ojos claros, que no parece italiano y muchísimo menos, de Nápoles. Como si adivinara, explica que su padre –un soldado norteamericano que llegó a Italia con las tropas aliadas—lo llamó Harry, nombre que los chicos napolitanos transformaron en Erri.

Después relata, con timidez, que, a los 18 años, abandonó para siempre el hogar familiar; que, ya en Roma, a fines de los 60, tuvo el privilegio de ser parte de la "mejor juventud". Al fervor estudiantil, siguen la militancia en Lotta Continua (que también apoyó Pasolini), la proletarización en Turín, la dirección de las Brigadas Rojas, y luego los interminables años de represión y miedo, de los que provendrán, con igual fuerza, la sensación de derrota y la persistencia de la insumisión. La escritura llega más tarde, con la fuerza un poco agresiva de lo que debió postergarse. Se ve que vivió muchas cosas, todas intensas. Se ve que no le interesa sostener una imagen, cualquiera que ésta sea, ni ante los demás ni ante él mismo. Reconozco en el acto, en su derrotero, el rompecabezas político y vital de su generación, que es también la mía. Lo escucho contar que fue operario, después albañil, que vivió en todas partes (incluso, en África, donde trabajó para una ONG), que durante un tiempo transportó en camiones ayuda humanitaria a Albania, que un buen día se construyó una casa en las afueras de Roma, en Casena –algo así como una madriguera— lejos de las miserias y equívocos del "mundo literario", que hoy por hoy se levanta cada mañana, muy temprano, a estudiar hebreo para poder leer el Antiguo Testamento en lengua original. También a traducir algunos textos y así, tal vez, incluir su propia voz en la infinita malla de las traducciones humanas del Libro.

Cuenta estas cosas con calma, sin mover demasiado las manos, gesticulando apenas con el rostro arrasado por el sol y los años, como si no le molestara tener que explicarse ni estar lejos de lo que le importa. No hay prepotencia en su voz, ni siquiera la menos dañina. Esa noche me entero de que es, también, un avezado alpinista. De hecho, acaba de escribir el guión de otro film, The Nightshift belongs to the Stars, cuyos personajes, ambos sobrevivientes de cirugías cardíacas, deciden enfrentar los sótanos de su propia psiquis mientras escalan los Dálmatas.

¿Necesito aclarar que esa pasión no es exclusivamente corporal? ¿Qué las cumbres son también las altas preguntas del misterio? ¿Que no es cuestión aquí de desmesura (desmesura hay siempre en toda obra) sino de aceptación del deber espiritual de la intemperie?

El periodista insiste. Va, como corresponde, de la vida a la obra o mejor, busca puntos ciegos en la vida como obra y en la obra como vida, para intentar mostrar que subir, para este escritor napolitano, es el reverso de una expresa vocación a la catábasis. El ejercicio de la luz, yo agregaría, es en de Luca filoso contrapunto de un escrutinio existencial.

La noche de Manhattan, impertérrita afuera, entre el frío y la euforia. El público en la sala permanece. Tampoco yo, que estoy alerta a los resabios de esa vida escrita, a la espera de algo que, por el momento, se me escapa. Como si hubiera en ella alguna incongruencia, alguna pieza del rompecabezas que no cierra. ¿Adónde se vio a un escritor que construya su mundo sobre tres patas tan disímiles: el alpinismo, la izquierda militante, y los textos sagrados? Pasa un silencio sonoro. No sería descabellado pensar que en ese mismo instante estoy leyendo, con avidez y uno tras otro, Non ora, non qui (1989), Alzaia (1997), Tu, mio (1998), I pesci non chiudono gli occhi (2011), Il giorno prima della felicità (2009).

Separo de la lista Nel nome della Madre (2007) que encontré un día, prodigiosamente, en Nápoles. Un libro alucinante. Dividido como está en tres estrofas y una coda, narra el gran misterio de la anunciación a María, desde el punto de vista de la muchacha elegida.

Que yo sepa, nunca antes esa historia milenaria (que es también, por supuesto, una historia de amor) había sido enunciada por María. Aquí, es ella quien habla del principio al fin (que es otro principio), quien teje, con finísima aguja emocional, una tela donde conviven la fe y el asombro, la obediencia y el temor, la perplejidad y la ternura, la gratitud e, incluso, la renuncia a entender.

Habría que decir, mejor: habla su cuerpo que, por definición, no tiene centro y está hecho de ritmos, de ciclos de sangre, de simientes.

También es ella la que, montada sobre un asno y a pesar de su embarazo, indiferente a las burlas de la comunidad, sorda a la amenaza de los soldados romanos y alumbrada por un cometa que le muestra la eterna condición de exilio de los hombres, conduce a José por el desierto – los grandes paisajes del Libro— para dar a luz, literalmente, a lo inaudito.

Parirá sola, sin más calor que el que emana de los animales de un establo improvisado, sin más ayuda de José que una tinaja de agua y un cuchillo afilado, "porque a los hombres les está prohibido asistir a los partos".

Don y falta, María será una calle de dirección única, a la que el hijo podrá siempre regresar en sueños. Ella misma se lo anuncia, al momento de extraerlo de su propio vientre cuando comprende, de pronto, la soledad esencial que tal separación instaura.

Afuera, le dice, están los padres, las leyes, los ejércitos de ocupación, los campamentos de hombres, el olor del vino, la circuncisión que te dará la pertenencia a un pueblo. Pero aquí, esta noche, mientras dure, estamos tú y yo solos. Duerme, sueña que estás todavía adentro mío, que tu vida tiene aún mi domicilio, que aún no has visto la primera luz, la primer sombra. En sueños, podrás volver siempre. Mañana voy a presentarte el mundo.

Y luego reza, eleva una plegaria infinita para que Dios le conceda, aunque sea a regañadientes, lo imposible: que su hijo no sea un “elegido”, uno de ésos que dan órdenes al tiempo, que no lo deje sucumbir al deseo de arder por una causa justa, que crezca, por el contrario, como un niño cualquiera, un mocoso un poco torpe, holgazán, estúpido, en fin, alguien normal.

Ya lo dije: A los hombres—según el Libro—les está prohibido asistir a los partos. Erri de Luca no infringe la regla, la vuelve, si cabe, más recóndita. Escribe ese parto (que es todos los partos) para parir un libro. Y su voz toca, con cuidado extremo, el acto femenino por excelencia, el más íntimo, el más inexplicable.

Partir. Partorire, dice el texto en italiano. La raíz es la misma. Partir. Parir. Comienza un viaje: la vida. La tentativa de explicarse la vida. La inmensa inmensidad de remontar el desierto. De habituarse al desierto. De ser ese desierto en la noche del sueño donde el hijo podrá volver a conversar con su madre en la cocina austera de una casa austera, a rendir cuentas de sus actos, a sopesar fracasos, a ahondar su única, inextirpable pasión de ser, todavía, un hijo.

***

Erri de Luca será uno de los invitados de la Maestría en Escritura Creativa de la Untref.

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