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El corsé de lo cursi

Fuente: expansion.mx

Una lectura de Álvaro Enrigue

"El conocimiento y lectura detenida del cuerpo textual parece haberse convertido ya en una rareza inusual de la labor del crítico. […] La crítica literaria se hace sobre textos, y hay que saber leerlos, entender sus mecanismos".

Por Antonio Jiménez Morato.

Creo que el grueso de la literatura argentina tanto de derecha como de izquierda, incluyendo –supongo– la mía, salvo en los dos libros de testimonios, está todavía de este lado de la franja divisoria que yo tracé hace un rato, es decir ha sido literatura hecha por burgueses, aún por burgueses opositores, para consumo de la clase burguesa y para afirmar todo el sistema. 

Rodolfo Walsh, en entrevista de Ricardo Piglia, 1970

De entre la serie de aspectos que no han sido convenientemente investigados y, lo que es más importante, discutidos, en la Historia de América Latina, quizás sea el de la formación de la clase media, su papel jugado dentro de los procesos de independencia en Hispanoamérica y la relación de los autores con la misma, a la que en su mayoría pertenecieron, uno de los más espinosos. Incluso la historiografía más progresista, todavía hoy, sigue acatando de manera totalmente servil el discurso generado tras las declaraciones de Independencia que enmascararon las motivaciones económicas de una burguesía emergente bajo soflamas nacionalistas o identitarias. Que en la mayoría de los casos las identidades indígenas tardaran muchos años en entrar en la agenda de los gobiernos de la región, y todavía en muchos casos aún brillen por su ausencia en las políticas de las administraciones actuales, por un lado, y por el otro el detalle de que si permanece aún no resuelto un asunto en Latinoamérica es el de la identidad, el de en qué consiste ser latinoamericano, esa recurrencia temática ya algo gastada y aburrida que hizo que un crítico como Gabriel Mosquera acuñase el término “neurosis identitaria”, no ha parecido causar efecto alguno en la relectura de la Historia. La izquierda se mueve todavía hoy dentro del estrecho margen que generaron las clases altas en el siglo diecinueve. Posiblemente por eso resulte doblemente necesario e interesante un ensayo como Valiente clase media, un texto publicado por un autor que es reconocido sobre todo como narrador y del que es este su primer ensayo, puesto en circulación apenas unos meses antes de que ganase el premio Herralde de novela por Muerte súbita, lo que lo ensombreció y provocó acaso que haya obtenido menos eco del que merece. Puede ser muy aclaratorio el subtítulo del libro, que como sucede casi siempre en las monografías de no ficción, aclara más el campo de estudio que el título, pensado para atraer al hipotético lector: «Dinero, letras y cursilería».

El libro trabaja aspectos de la obra de tres autores fundamentales para la literatura latinoamericana: Sor Juana Inés de la Cruz, Manuel Gutiérrez Nájera y Rubén Darío. Y lo hace, además, con una atención por el detalle que, por desgracia, se ha vuelto extraordinaria en un entorno crítico como el actual, entregado a lo que en el ámbito académico se denomina "close reading". Esta práctica, que se vende como una interpretación pormenorizada de cada detalle del texto, en realidad se caracteriza ante todo por olvidar completamente el mismo para entregarse a una serie de delirantes reflexiones más o menos excusadas en la obra literaria. Como miembro de la academia he llegado a presenciar escenas que van más allá del absurdo para tornarse diríase que dantescas, como una charla que presencié en la que se analizaba El Té de Dios de Aira como una posible reflexión sobre el tea party republicano debido a que la traducción de este texto al inglés es God’s Tea Party. Es de agradecer una labor crítica que, en primera instancia, es consciente de que trabaja sobre poesía, y que además de interpretar los versos debe ser consciente de los mecanismos métricos y fonéticos con que el poeta ha trabajado. Podría parecer una ironía esto, pero no lo es, el conocimiento y lectura detenida del cuerpo textual parece haberse convertido ya en una rareza inusual de la labor del crítico, sobre todo en la academia estadounidense, ya que en realidad el procedimiento habitual es proyectar una serie de herramientas teóricas, en las que se cree de forma casi religiosa, sobre ciertos textos para ver de qué modo emulsionan. El proceso más cercano que conozco, para que se hagan una idea, es el de los investigadores de la policía científica cuando rocían con químicos la escena del crimen para luego buscar mediante luces ultravioletas pruebas del crimen. Enrigue no olvida un aspecto fundamental que parece haber sido dejado de lado hoy: la crítica literaria se hace sobre textos, y hay que saber leerlos, entender sus mecanismos –y eso en el caso de la poesía, sobre todo la anterior al siglo xx, exige saber métrica–, y luego ya construir sobre ellos interpretaciones más o menos ajustadas a la teoría crítica de moda. 

Porque, además, este ensayo es profundamente materialista y no conceptual o abstruso, y por extensión al apegarse a la materia es marxista, gira sobre el capital, los valores, los de mercado y los simbólicos, y, a la postre, sobre la lucha de clases y el desclasamiento. No, no estoy diciendo nada extraño, el gran acierto de Valiente clase media es el modo en que repara en un hecho que muchos no han querido, o sabido, ver: la voluntad aspiracional de los poetas, de los autores en general, pero al detenerse en esos poetas que parecen estar por encima de las preocupaciones materiales lo hace más evidente si cabe. Una de las mejores rimas de Bécquer es aquella en la que dice: «Voy contra mi interés al confesarlo;/ pero yo, amada mía,/ pienso, cual tú, que una oda sólo es buena/ de un billete del Banco al dorso escrita.» El ensayo de Enrigue detalla tanto las labores contables de Sor Juana  como las preocupaciones materiales de Gutiérrez Nájera, uno de los pasajes del capítulo dedicado a él lleva el explícito, y atinado, título “Un profeta profesional, un profesional de la cursilería”, y la feroz ansiedad por ascender socialmente de Darío, para hacerlo recurre al modo en que todo ese deseo aspiracional aparece reflejado en sus poemas. Pero se atreve a ir más allá incluso, al analizar los textos jesuíticos que establecieron la concepción de América como tierra para invertir, una producción escrituraria que parece realizada por copys publicitarios dedicados a la mercadotecnia de la región, o en la relevancia social en todo el continente del manual de buenas costumbres de Manuel Antonio Carreño, que sirvió para estandarizar los modales de la clase media y el desarrollo de lo cursi como medida de comportamiento de la burguesía emergente. Todo para finalmente abocetar la silueta que muchas veces sigue sin quererse ver: la de unos autores mucho menos enfrentados a las ideas acomodaticias de las sociedades burguesas de lo que se suele pensar. Todo perfectamente trabado para que el lector se haga una idea completa del fresco final: la burguesía latinoamericana –que posiblemente fue la primera burguesía hispanohablante, pues como bien se indica en el libro en España la burguesía tardó más en aparecer al exigir la transformación de una sociedad estamental en una capitalista–, impuso el horizonte de posibilidades del intelectual latinoamericano, y éste ha sido mucho más dócil con esa escala de valores de lo que se suele admitir. Además, al contrario de lo que suele pensarse, fue precisamente en las sociedades donde no existía una franja que pudiera ser relacionada con la nobleza, precolombina o colonial, como Argentina y Chile, donde esa huella se dejó sentir más. En culturas menos condicionadas por el «buen gusto» impuesto desde la clase con el poder económico el escritor todavía podía obedecer a otras leyes estéticas, pero en las dominadas por ese corsé de lo cursi era, incluso, más complicado escapar a esa dictadura biempensante. Ahora, que esas trabas se esconden tras otras máscaras, acaso más sofisticadas en apariencia aunque sean las mismas a la postre, se hace más necesario todavía repensar la Historia del continente, la política y la estética, para entender cuáles son, hoy, las concesiones impuestas desde esa valiente clase media, la misma que hoy se queja amargamente de los ñoquis olvidando que hasta hace cuatro días vivía gozosamente subsidiada. 

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