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Aparecidos

Una lectura de Antonio Jiménez Morato sobre Chicos que vuelven, de Mariana Enríquez. Según él, la nouvelle "realiza es un desvío al núcleo duro de las consecuencias de la represión: las que se rastrean dentro del lenguaje".

Por Antonio Jiménez Morato.

chicos que vuelvenVíctor Klemperer demostró en LTI hasta qué punto una ideología puede modificar los significados del léxico de una lengua. Palabras quedan directamente fijadas a determinadas ideas y resulta casi imposible poder volver a usarlas a causa de esa profunda connotación a la que se ven sometidas desde entonces. Quizás el ejemplo más claro en la historia reciente del español sea la palabra desaparecidos. Así, en plural, remite de modo automático a aquellos que sufrieron las acciones de la Guerra sucia de las dictaduras del Cono Sur. Por la intensidad de las reclamaciones de sus deudos, sobre todo de las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo, me atrevería a afirmar que incluso de modo más concreto a las víctimas de la represión argentina. Baste un ejemplo: si uno busca en Google "desaparecidos" todas las entradas parecen remitir a la misma cuestión.

Pero, claro, una de las obligaciones que todo autor serio debe asumir es la de dinamitar el lenguaje, la de reconducirlo por otros senderos menos transitados o, incluso, la de señalar los momentos en que la política, la sociología o, incluso, la historia está estrechando el abanico del lenguaje. La lengua, como sabemos todos, es inoperante, más aún cuando se convierte en materia artística, donde debe abandonar la función meramente instrumental y cuestionarse a sí misma como principio mismo de su existencia. De ahí que resulte doblemente notable un texto como Chicos que vuelven de Mariana Enríquez.

Dentro del libro de cuentos Los peligros de fumar en la cama destacaba especialmente un relato porque trascendía el tono general del resto de los textos del volumen. Se trataba del último de ellos, que más tarde su autora ha convertido en la novela corta Chicos que vuelven, manteniendo el título del cuento original, y que no supone en sí más que una ampliación -no hay una profunda reescritura del texto- del texto aparecido en el libro anterior. La lectura de la primera versión permitía sospechar que los elementos puestos en juego por su autora daban para más de lo que finalmente se había logrado, se mantenía la impresión de que algo latía en esas líneas de más profundo calado que lo que la trama dejaba traslucir, de ahí que la noticia de la edición de la novela corta fuera un esperanzador reclamo sobre esa cuestión. No hay, de todos modos, una intervención profunda dentro de esta ampliación en los pilares de la trama, lo que no deja de ser una pena, porque la excusa brindada por la colección Narrativa del bicentenario era idónea para haber explorado más las posibilidades del texto. La novela no es más que una expansión, la misma historia en sí con una mayor atención a algunos detalles. Y eso puede resultar, en primera instancia, decepcionante. Porque, como lector atento al argumento, repetir los mismos senderos, aunque sea de un modo más demorado y atento, no resulta en verdad muy seductor. Pero, más adelante hay que reflexionar sobre las posibilidades reales que Enríquez tenía de dar un volantazo a la historia o de expandir mucho más el alcance argumental del texto. Y ahí ya uno no puede sino reconocer que es muy complicado ir más allá de donde se ha ido. O sea, que, desde luego, si el cuento no iba más allá es porque Enríquez había comprobado que, en tanto que narración montada sobre la trama como el resto de las de la colección de cuentos, no daba para mucho más.

Pero el texto sí que esconde vetas más profundas, de más hondo calado. Porque lo verdaderamente interesante, más allá de la historia de fantasmas o zombies que sirve como molde genérico, es la interesantísima utilización del término aparecidos. La idea de los jóvenes desaparecidos que retornan es, sin duda, uno de los más interesantes y revolucionarios acercamientos a las trágicas consecuencias de la Junta Militar argentina. Porque, en lugar de acercarse al tema de modo directo -algo, por otra parte, plenamente válido como opción y que debe ser respetado por la valentía que comporta más allá de la calidad mayor o menor de los textos que han elegido esta posibilidad-, o mediante el desplazamiento del conflicto a otros ámbitos espaciales o históricos -como hizo Piglia con Respiración artificial con la dictadura aún vigente pero que resulta demasiado cómodo pasados los años, de ahí que ciertas novelas que pretenden trasladar el problema de la dictadura a otros conflictos que se han dado en la historia más o menos reciente resulten en buena medida risibles-, lo que Enríquez realiza es un desvío al núcleo duro de las consecuencias de la represión: las que se rastrean dentro del lenguaje. Lo verdaderamente aterrador de la vuelta de los niños que no han envejecido un día desde su desaparición no es tanto ese hecho, cercano a la narrativa fantástica o de terror más vulgar –incluso televisiva, con esos hijos tan idiotas como su padre narrativo: Lost-, como el acto de obligar al desmontaje de toda la construcción lingüística en la que tan cómodamente se ha instalado buena parte de la sociedad argentina y, por extensión, su intelectualidad. La existencia de "aparecidos" supone tener que volver a repensar la idea de la desaparición y tener que enfrentarse a términos menos eufemísticos, pero mucho más contundentes, como el de muertos. Porque los desaparecidos pueden retornar y ser meramente una estadística siempre pendiente de comprobación, pero no así lo muertos.

Por otro lado, es muy original la zombificación de los desaparecidos. Al retornar abandonan su condición de seres simbólicos que el imaginario colectivo ha asumido como meras fotografías en pancartas, nombres en listas o carpetas dentro de archivos institucionales para pasar a ser una presencia de lo real, algo que se resiste a ser nombrado. Y, en tanto que el lenguaje trama la realidad, a existir. Pero están ahí, aunque los repudien sus familias, aunque nadie sepa qué hacer con ellos. Y esa presencia de lo Real quebrantando el tejido imaginario de las vidas humanas es lo que se hace insoportable para la sociedad, para el lenguaje, para los protagonistas de la narración.

Valiente e inteligente, el núcleo de Chicos que vuelven no ha perdido un ápice de fuerza con el cambio de cuento a novela corta. Tan sólo un lector convencional puede sentirse únicamente decepcionado: la esencia sigue ahí, permanece, y eso es lo verdaderamente importante cuando se transita por el libro.

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