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La angustia de la biblioteca

Para los lectores empedernidos y fetichistas del libro, es más fácil comprar uno nuevo que deshacerse de otro. ¿Qué hacer con todos los libros de la biblioteca? ¿Cuándo muchos libros en casa son suficientes?

Por Andrés Hax.

Es de lo más común escuchar que la lectura es algo positivo y que hay que fomentarla en los chicos y en la sociedad en general. Que es un paliativo para la ignorancia y el provincialismo, que es la fundación de la cultura y la democracia, que es una fuente interminable de consuelo existencial y de placer estético. Y etcétera. Todo esto es verdad, hasta cierto punto, pero también es verdad que la lectura es un campo de angustias, manías, remordimientos y confusión. Un lector o una lectora genuina siempre está incompleto. Es alguien que encontró en la lectura un camino para completarse, pero es un engaño. Estamos encerrados en nosotros mismos. Cualquier comunión con otro, sea por el medio que sea, está condenado a la fugacidad. Tal vez uno sigue leyendo para recuperar el asombro de las primeras lecturas, cuando se dio cuenta de que la mente podía salirse de sus propias circunstancias y asumir la inteligencia de otra alma distante en el espacio y en el tiempo. Cuando uno lee, como un fumador de opio pegado a su pipa, reencuentra ese asombro y se olvida de sí mismo. Pero la resaca es inevitable.

Podríamos seguir ampliando estas ideas hasta llegar a una verdadera ontología del ser y la lectura. Pero mejor bajemos al mundo material, ya que este es simplemente un breve artículo y no la introducción a una metafísica de la lectura.

Una angustia que comparte cualquier lector sin remedio es: ¿Qué voy a hacer con todos mis libros? Todos puede significar un tomo prohibido en la celda de una cárcel, miles de ejemplares en un departamento que ya no da abasto o —también— una lista de libros que uno lleva en su memoria (libros que perdió, que prestó para no volver a ver, libros que quisiera poseer, libros que quedaron en otro lugar, como en la casa de los padres, por ejemplo). Además, fácilmente, en estos tiempos, nos podemos referir a archivos digitales en un disco rígido o un lector de libros electrónicos.

La llana realidad es que es mucho más fácil adquirir un libro que deshacerse de otro. Como escribe Italo Calvino en el primer capítulo de su novela de 1979, Si una noche de invierno un viajero, las personas siempre se engañan a sí mismas al pensar que comprar un libro equivale a comprar el tiempo necesario para leer ese libro. Seguramente en tu casa, ahora mismo, hay por lo menos cinco libros que nunca leíste y nunca leerás y que tal vez aun estarán allí en el estante (o el estante de una futura casa) cuando la funeraria venga a llevarse tu cuerpo sin vida.

Los libros no leídos pueden ser símbolos de esperanza y promesas de futuras iluminaciones, o, cruelmente, banderas de autoengaño y de simple confusión mental.

¿Viste esa sensación tan agradable de mirar los libros en una casa ajena? ¿Sabés cuál es su fuente? Que no tenés que cargar con la culpa de lo que significan esos lomos sobre los estantes. ¡Miren! El I Ching. ¡Qué hermoso! ¡Uhhh! ¡Un Diccionario de Léxico Técnico de Filosofía Medieval! ¡Esto lo quisiera tener yo! ¡Uuuuupaaa! ¡El Oxford English Dictionary reducido a dos tomos en páginas impresas de microfilm! ¡Hay que leerlo con una lupa de aumento de 10x! ¿Cómo puedo vivir sin esto? Y así.

Si tenés muchos libros —y mucho es un término totalmente subjetivo—, cuando un nuevo amigo no-lector viene a tu casa lo primero que dice te pregunta es si los leíste todos. ¿Cómo contestar esta pregunta? Umberto Eco llegó a la siguiente metáfora: ¿Vos tendrías una cava de vinos llena de botellas ya tomadas? Funciona, pero no va al grano. Y el grano es que tenemos demasiados libros. El exceso conspira contra nuestro deseo fundamental como lectores: salir de la rueda de la angustia de la vida, de trascender las inquietudes cotidianas del ser y levitar, de penetrar y permanecer en un estado de gracia. Todos los libros verdaderos son uno, todos apuntan en la misma dirección. Si fuéramos honestos con nosotros mismos podríamos sobrevivir los días que nos restan con diez bien elegidos.

¿Pero cuáles?

Esa es la cuestión que nos desvela cuando damos vuelta por nuestros estantes buscando un libro que sabíamos que teníamos y que, por alguna necesidad o capricho queremos consultar ahora mismo, pero que no encontramos. Encontramos otros libros que nos habíamos olvidado de tener. Entonces nos sentamos un minuto no más a leer y se nos va la hora. Y, además, por algo que leímos nos acordamos de un libro nuevo que acaba de salir y que necesitamos tener y por lo tanto salimos en la tarde fría y oscura a comprarlo. Tal vez en la librería nos crucemos con una amiga o, por lo menos, charlemos con el librero que siempre nos cayó tan bien. Después, volviendo a casa, prepararemos un café con nuestras compras (al fin nos llevamos más de un libro) para leer un rato…

Esto no termina nunca.

*

Tareas para el hogar

  • En el novedoso best-seller La magia del orden, de la joven y esbelta japonesa Marie Kondo, hay tres secciones dedicados exclusivamente a los libros. Kondo milita por la eliminación de cualquier objeto de su hogar que no le produce una sensación inequívoca de felicidad. Con los libros, sugiere colocarlos a todos en el piso. Luego hay que levantar uno por uno. Si el libro no te provoca una sensación innegable de alegría: perdón, pero tiene que volar. Vayan a una mega-librería y lean este capítulo del libro de Kondo (¡No lo compren, por favor!) ¿Qué les parece su receta? Vayan más allá del cinismo sobre los libros de autoayuda y los best-sellers. ¿No tendrá razón?
  • Salvo que seas un audiófilo o un testarudo hípster que compra vinilo “porque suena mejor”, parecería que es irracional comprar música en un soporte físico. Cada vez más nos estamos acercando a una situación similar con los libros. ¿Esto es una tragedia cultural o meramente un paso más en la evolución de la lectura y sus medios de soporte?
  • Hagan el siguiente experimento. Tomen tres libros de su casa, los peores, los más ilegibles, los que sin duda hasta se podrían tirar a la basura sin cargo de conciencia y déjenlos sobre la vereda. Crucen la calle para observar cuánto duran allí antes de ser llevados por un peatón (va ser menos de un minuto). Al ver la avaricia y alegría con la que la persona se lleva esos tres ejemplares infumables piensen en su propia manía por adquirir libros.
  • Revisen con cuidado sus estantes para encontrar libros prestados. Devuélvanlos lo antes posible. Por otro lado, hagan una lista mental de todos los libros que hayan prestado y que nunca fueron devueltos. Escriban los títulos sobre un papel. Respiren hondo. Prendan fuego ese papel y —a la vez— libérense de todo deseo de volver a verlos.
  • Otro experimento: imagínense que sólo pueden quedarse con 20 libros de todos los que tienen. ¿Cuáles son? Sepárenlos. ¿No sería un enorme alivio quedarse, efectivamente, con sólo estos libros? Si la respuesta es sí: ¿por qué no vender, regalar o dejar en la calle a todos los demás?
  • Tal vez todo lo que se ha dicho en este artículo sea mentira. Si lo sienten así, refútenlo y posteen su versión en los comentarios.

***

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